La propuesta del Presidente
italiano, Silvio Berlusconi, de suprimir ayuntamientos para paliar el déficit
de las administraciones públicas, ha causado más revuelo mediático del que
cabría esperar dentro del ámbito estrictamente político. Aún siendo una medida
encaminada a reducir el gasto no productivo en la administración, se juntan en
este caso razones de índole sentimental, de origen y de pertenencia a un lugar,
que crean multitud de conflictos entre los habitantes de los diferentes
municipios posiblemente afectados.
En España, con unas elecciones a
la vuelta de la esquina, ha servido como arma arrojadiza entre los distintos
partidos políticos, una vez que el candidato por el PSOE, se decantara por
aplicar dicha medida y ampliarla a las Diputaciones Provinciales. Aunque desde
el PP se le ha tachado de oportunista, ya el Partido Socialista de Navarra
llevó en su programa electoral a las pasadas elecciones municipales y
autonómicas dicha propuesta, que valoró con la desaparición de los municipios
con menos de 2.000 habitantes y con un ahorro para las arcas públicas de 1.956
millones de euros anuales. Los municipios a desaparecer deberían fusionarse
para llegar a la cifra citada y así poder tener unos servicios de calidad.
En Castilla y León, este debate no
ha sido ajeno, por cuanto es una de la Comunidades Autónomas con más municipios
de España y, al mismo tiempo, con menos población, dando por tanto un ratio por
habitante y municipio verdaderamente paupérrimo. En la provincia de Zamora
existen 260 pueblos con menos de 100 habitantes y en el año 2.009 se perdieron
1.556 habitantes, lo que supone un 0,8% de la población. Cifras que definen el
futuro poco halagüeño de estos municipios e incluso de la provincia en sí. Con
estos datos, ¿qué camino tomar?
En principio habría que
diferenciar entre tener ayuntamiento y, por decirlo de alguna manera, tener
pueblo. La gente está mezclando estas cosas y creyendo que la desaparición del
primero trae consigo la desaparición del segundo. Y esto no es correcto. No se
puede intoxicar a la población con esta disyuntiva de mediocridad política. Por
esa regla, pueblos como Robledo de Sanabria, Ungilde, Ricobayo, Villaflor, etc,
no existirían y sin embargo son lugares que existen y en los cuales, si
preguntas a sus ciudadanos, no los cambiarían por otro lugar. Porque como se
señaló al principio, aunque no exista un ayuntamiento físico, el origen, la
pertenencia a un lugar y, sobre todo, las ganas de vivir y luchar por él, no
dependen de un caserón con bandera.
En la mayoría de estos pueblos,
el edificio consistorial es un almacén de estancias vacías y sin ningún
cometido. Lo mismo sirve para un vino en las fiestas que para guardar todo lo
que no sirve. En algunos lugares se le pretende dar uso como consultorio
médico, sin las mínimas condiciones habitacionales. Solamente fachadas bonitas
con banderas, inauguradas con la mayor pompa y boato posible para mayor gloria
del los políticos de turno.
Y por aquí puede empezar el
ahorro con la medida de suprimir ayuntamientos. No se puede derrochar en la
construcción de estos edificios sin vida, salvo que sirva a los intereses de
constructores locales. Podríamos seguir con los gastos de personal. La lectura
de los gastos de personal, corriente y de inversión, de algunos ayuntamientos
es para palidecer. En algunos ayuntamientos con presupuestos de 60.000 € y
70.000 € los gastos de personal, secretario y en algunos un auxiliar, se lleva
el 50% del presupuesto. Esto, que de por sí es una aberración, se complementa
con otro 30% en gasto corriente, con lo cual queda un 20% para inversión real.
¿Cómo es posible el mantenimiento de ayuntamientos que no son capaces de crear
inversión productiva para sus ciudadanos por falta de fondos? ¿Es lícito que
haya que mantener estas minúsculas administraciones cuya única función es
retroalimentarse a sí mismas? De esta manera quedan a merced de la instancia
superior en la administración, y también sujeta al debate de su desaparición,
la Diputación Provincial, que puede no invertir en ese municipio por no poder
el ayuntamiento sufragar el porcentaje que le corresponde para la ejecución de
obras.
No es entonces más lógico agrupar
dichos ayuntamientos en uno más grande, que diera sentido al mandato de
servicio público de calidad y que no dispersara los fondos en gastos superfluos
en su propio funcionamiento. Un ejemplo: si el ayuntamiento de Zamora tiene un
secretario, no sé si interventor, para una ciudad de 65.000 habitantes
aproximadamente, ¿por qué ayuntamientos de 500 o 1.000 habitantes tienen el
mismo número?. Me da igual la clasificación o escala que tengan en cada caso. Porque
con un secretario como el de Zamora podríamos atender a 60 municipios
fusionados y nos ahorraríamos dicho coste en personal. Municipios agrupados con
un centro de salud en condiciones y para un gran número de habitantes, ayuntamientos
equipados para dar solución administrativa todos los días del año a sus
ciudadanos, etc.
En La Opinión de Zamora, del día
21 de agosto, el Presidente de la Diputación Provincial de Zamora realiza unas
manifestaciones sobre este tema, que indican más una cierta inquietud sobre el
futuro político de su cargo, que por dar una solución razonable a este tipo de
administraciones. Ámbito, el de las diputaciones provinciales que, desde la
creación de las autonomías, queda dentro del radio de acción de las
delegaciones territoriales de la Junta de Castilla y León. Y si hay que
reformar la Constitución, se hace. ¿Por qué ese miedo a tocar su articulado? De
paso se podría suprimir el Senado, ¿para qué sirve? y reducir el número de
diputados ¿para qué tantos?
Por cierto hay que saber bien que
es el gasto corriente y los gastos de personal y diferenciarlos bien de los
servicios que como administración se prestan. No hay que vender motos. Y otra
cosa para finalizar, señor presidente: si no hay diputaciones ¿se acaba el
campo, el mundo rural? Uhm….
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