
Al pensar en ello cayó en la cuenta de que era
de la soledad de la que huía. Y que para ello había decidido buscarla
conscientemente, como si encontrarse cara a cara con ella le reportara las
respuestas que siempre estuvo buscando. Aunque no sabía tampoco para que las
quería. Si le servirían de algo. Sus pensamientos le llevaron al principio de su vida, cuando empezó a tener
un cierto conocimiento del entorno en el cual se desarrollaba su inocente
infancia. Allí ya tuvo el primer atisbo de su presencia. La pre soledad del
niño, a caballo entre finales de los setenta y principios de los ochenta, que
muchas veces en su infancia no tuvo claro porque debía jugar constantemente a
indios y vaqueros, cuando de vez en cuando, le apetecía parar y contemplar la
vida que se desarrollaba a su alrededor. La soledad real cuando, armado de
valor, se dispuso a realizar lo que realmente le gustaba y fue declarado “raro a la infancia”. Aunque siempre
tuvo claro que esos momentos eran importantes en la vida de un niño. Piensa que,
quizás, así no estaríamos todavía pegando tiros. Antes a los indios, ahora a la
amistad, a la belleza, a la diferencia, al otro…
La soledad del veinteañero, ahora sí, inmerso
en los horteras años ochenta, empeñado en su individualidad frente a la
inagotable producción en serie de tribus juveniles que enseguida pasaban de
moda. Movidas musicales y estéticas sin mucho valor, el que era y es un amante
del rock progresivo y el rock urbano de los setenta. Sociedad de un falso
progresismo y de un bienestar que estaba lejos de ser real. Lo sabía, pero en
la supuesta movida, no era moderno ser
reflexivo. Cambió el vivir en la calle por la lectura, cambió una vida loca por
saborear con lentitud lo bueno que tiene la misma. Impasible ante su
alejamiento de la corriente dominante del “buen rollo”, siguió con su estilo de
vida. Sabía que había tiempo para todo y no dudó nunca, aunque fue declarado “raro a la juventud”.
La soledad del treintañero de los dispersos
años noventa y principios de siglo XXI, ya curtido en mil batallas y que, a
pesar de haber vencido en muchas, tiene la extraña sensación de que nunca se
verá recompensado. Ya duda de si hay tiempo para todo. Puede que sus méritos
sean admirables, pero la sociedad inventa nuevas corrientes que aglutinen a la
gente para que una vez en ellas, sean más manejables. Su inveterada oposición a
difuminarse en la mediocridad de la masa, hace que nunca pertenezca a ninguna
de ellas y por tanto a que no sea manejado. Pero eso trae consigo el mismo
peaje de siempre: el alejamiento. Y como siempre la declaración de “raro a la pre madurez”. Es verdad, muchas veces buscado. No sabe
adónde pertenece, pero si sabe adónde no. Quizás por eso, por su forma de
celebrar la vida, en la que cada momento puede ser el último, nunca tuvo suerte
con sus relaciones. Esa vida sujeta a los tiempos marcados por una sociedad
que, precisamente, nos controla a través de ellos y que hace caer en la rutina
y la vulgaridad cualquier atisbo de plenitud. Ahora calla. Cree que las
palabras están sobrevaloradas.
Ahora se encuentra en la madurez. Busca la
soledad física porque es más tolerable que sentirse solo en medio de la
multitud. Ya es consciente de que ha perdido la guerra y que por mucho que lo
intente, por mucho que se relacione, su soledad interior se ha convertido en su
estado natural. Eso y una extraña propensión hacia la desilusión y el
desencanto. Se ha convertido en un mero espectador de la alegría de los otros.
Participa intentando no molestar y quedándose siempre en la periferia de la
celebración. El no tiene nada que celebrar. Después de todo, piensa, a lo mejor no era de la soledad de
la que huía, sino de la derrota. De la constatación real de que nunca ganaría y
que siempre se movería por pequeños círculos intelectuales que al final, no
serían más que grupos colaterales de la verdadera corriente triunfante: el
pensamiento único y uniforme que como un traje a medida se pone la sociedad
para aparentar ser una sociedad moderna.
Por
tanto, solo le queda esperar a que acabe la película de su vida y que alguien
tenga la amabilidad de poner: FIN.
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