jueves, 1 de noviembre de 2018

EL SÍNDROME DEL FASCISTA ÉPICO

               No tengo la sensación de que la historia de España sea como para sentirse orgulloso. Más allá de los recalcitrantes patriotas abrazados a la bandera a modo de poncho o batamanta, capaces de tragar carros y carretas con tal de sentirse partícipes de algo, aunque ese “algo” sea una falacia, la historia de ese país está repleta de desigualdad, decadencia, despilfarro, falta de libertades, encontronazos, autoritarismos criminales, absolutismos perniciosos, etc, para terminar con una dictadura fascista y delincuente y una farsa democrática heredera de aquella. Un país pagado de sí mismo y con una autocomplacencia histórica desbordante que se fue autoexcluyendo del progreso de la historia hasta quedar varado en los últimos puestos del escalafón de la vanguardia. El “que invente ellos” no es sino el reflejo del tufo a vanidad de la cual somos herederos.

            Inmersos como estamos en una realidad corrupta a todos los niveles: político, económico y, sobre todo, judicial, de vez en cuando salen al ruedo ibérico de la estupidez elementos sospechosos, individuos instalados en una realidad paralela repleta de una pompa y boato efectista pero poco adecuada a nuestro estado actual. El señor Casado, petulante líder del Partido Popular, es uno de esos personajes de contexto paralelo. Su visión unidimensional del escenario patrio le impide ver la realidad poliédrica del mismo basando su discurso en glorias  enaltecimientos nacionales más allá de independentismos varios, chavismos cíclicos y conexiones persas. Es como si desde su más tierna infancia le hubieran ido suministrando dosis cinematográficas de “Raza”, film vomitivo y vomitante, quedando varada su mente en imperios en los cuales no se ponía el sol (y además les daba de cara).

            Su ocurrencia de que la historia de España de los últimos doscientos años no hubiera sido posible sin el intervención del Partido Popular, da una idea de hasta qué punto este político vive su oficio fuera de la realidad más inmediata. Porque, una de dos: o el Partido ya existía hace doscientos años, lo cual, como hemos expuesto antes o conoce cualquier estudiante medianamente capacitado, no diría mucho, más bien nada, de su competencia profesional e histórica, o él y su partido no sería más que un gazapo cinematográfico, un error histórico incrustado en la cinta fílmica de la hilarante historia de España de ese periodo. Remedando a Gladiator, cinta plagada de incoherencias históricas, el cameo político-histórico que nos ha pretendido colar el histriónico personaje supone avalar, sin él pretenderlo, el anacronismo en el que pervive y se mueve su partido, incluso cuando se trata de asuntos de la más rabiosa actualidad.

            Un anacronismo incompatible con la verdadera democracia y con el progreso social y económico del conjunto ciudadano al que parece querer llenar su cabeza de épicas resonancias patrioteras como único discurso que ofrecer ya que, por otra parte, necesita que perviva la desigualdad social como herramienta de control que demandan los poderosos amos que manejan su marioneta.

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