No tengo la sensación
de que la historia de España sea como para sentirse orgulloso. Más allá de los
recalcitrantes patriotas abrazados a la bandera a modo de poncho o batamanta,
capaces de tragar carros y carretas con tal de sentirse partícipes de algo, aunque
ese “algo” sea una falacia, la historia de ese país está repleta de
desigualdad, decadencia, despilfarro, falta de libertades, encontronazos,
autoritarismos criminales, absolutismos perniciosos, etc, para terminar con una
dictadura fascista y delincuente y una farsa democrática heredera de aquella.
Un país pagado de sí mismo y con una autocomplacencia histórica desbordante que
se fue autoexcluyendo del progreso de la historia hasta quedar varado en los
últimos puestos del escalafón de la vanguardia. El “que invente ellos” no es
sino el reflejo del tufo a vanidad de la cual somos herederos.
Inmersos como estamos en una
realidad corrupta a todos los niveles: político, económico y, sobre todo,
judicial, de vez en cuando salen al ruedo ibérico de la estupidez elementos
sospechosos, individuos instalados en una realidad paralela repleta de una
pompa y boato efectista pero poco adecuada a nuestro estado actual. El señor
Casado, petulante líder del Partido Popular, es uno de esos personajes de
contexto paralelo. Su visión unidimensional del escenario patrio le impide ver
la realidad poliédrica del mismo basando su discurso en glorias enaltecimientos nacionales más allá de
independentismos varios, chavismos cíclicos y conexiones persas. Es como si
desde su más tierna infancia le hubieran ido suministrando dosis
cinematográficas de “Raza”, film vomitivo y vomitante, quedando varada su mente
en imperios en los cuales no se ponía el sol (y además les daba de cara).
Su ocurrencia de que la historia de
España de los últimos doscientos años no hubiera sido posible sin el
intervención del Partido Popular, da una idea de hasta qué punto este político
vive su oficio fuera de la realidad más inmediata. Porque, una de dos: o el
Partido ya existía hace doscientos años, lo cual, como hemos expuesto antes o
conoce cualquier estudiante medianamente capacitado, no diría mucho, más bien
nada, de su competencia profesional e histórica, o él y su partido no sería más
que un gazapo cinematográfico, un error histórico incrustado en la cinta
fílmica de la hilarante historia de España de ese periodo. Remedando a
Gladiator, cinta plagada de incoherencias históricas, el cameo
político-histórico que nos ha pretendido colar el histriónico personaje supone
avalar, sin él pretenderlo, el anacronismo en el que pervive y se mueve su
partido, incluso cuando se trata de asuntos de la más rabiosa actualidad.
Un anacronismo incompatible con la verdadera democracia y
con el progreso social y económico del conjunto ciudadano al que parece querer
llenar su cabeza de épicas resonancias patrioteras como único discurso que
ofrecer ya que, por otra parte, necesita que perviva la desigualdad social como
herramienta de control que demandan los poderosos amos que manejan su
marioneta.
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