De lo que se trata es
de no intentar entenderlo. Perseguir los sueños, vivir de acuerdo a nuestro
pensamiento, nuestras ideas, aunque la realidad muestre la cara más deprimente
de un triste pasado renovado que afila sus garras, asoma el cuello con sus
siete cabezas amenazantes y vomita la venenosa bilis de la que se alimenta a
falta de razón e inteligencia. A caballo entre la preocupación legítima y una
cierta dosis de optimismo en la certeza de que toda esta podredumbre será absorbida,
digerida y expulsada por la legitimidad libertaria, nos movemos dando tumbos
pero componiendo la figura para que no se nos note la cojera momentánea.
Hay que intentar no escuchar los
cantos de sirena que desde los ángulos antes poderosos nos lanzan en la
creencia de que volveremos a confiar nuestra vida, nuestro futuro en sus manos
manchadas de engaño, corrupción, saqueo… Como mortadelos, han mutado el disfraz
y se venden como camaradas que comparten nuestros objetivos cuando,
indudablemente, van tejiendo el enésimo escenario para volver a intentar la
depredación más sibilina, una versión velada de lo que en estos años pasados
realizaron a plena luz. Su preocupación por la estabilidad del estado, por su
mantenimiento, no es más que la próxima trampa.
Flota la impresión de que, además de
las añagazas expuestas por los enemigos agazapados del sistema, añadimos los
perjudicados por sus artimañas pequeñas guerras, disputas y pugnas que
alimentan sus ganas y alientan sus voluntades. Así, es posible, entender la
existencia de ese numerosísimo grupo de ciudadanos anclados en programas e
idearios contrarios, por genética constructiva, a su condición de pueblo. Ya no
hablamos de quienes siguen, como el burro sigue la linde, el ideario fascista
de tiempos pasados ya que en estos casos ha sido un fallo del sistema
cromosómico el que ha dado como resultado estos mutantes recesivos.
Conviene perseverar y no ceder ante la visión de
escenarios peligrosos, de contextos apocalípticos, de retrocesos
injustificables. No tratar de entender el por qué sino de eliminar sin contemplaciones
sus expresiones y orígenes. Eso sí, siempre que no nos olvidemos de que para
conseguirlo hay que aceptar que bajo la capa de legalidad de ciertos partidos
supura una realidad más cercana al autoritarismo execrable que a la libertad
democrática y que, por eso mismo, también habrá que excluir su presencia.
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