jueves, 5 de julio de 2018

AL FINAL DEL CAMINO ESTARÁ EL MAR

          Hemos recorrido multitud de sendas y veredas. Hemos ascendido alcores escrutando el vasto dominio secular de esta tierra abierta y desangrada. Heredad plana, y larga, y ancha, como un lienzo extendido compuesto de cuadrículas humanas vacías, desamparadas. Radiografía en negativo de una prosperidad huida.  

Hambrientos, transitamos sin descanso la vereda que camina cogida de la mano del río acompañante. No son dos sino uno paralelos. No se entiende el uno sin el otro porque no puede haber arterias contrapuestas. Si uno es corriente líquida y sonora, la otra es vía terrenal y silenciosa que lo complementa. Líneas rectas perdidas en el horizonte que parecen no tener fin.

A veces, entre los claros del follaje, se distinguen formas simiescas, metálicas, incongruentes. Castilletes herrumbrosos del imaginario posibilista de lo que pudo ser y no fue. Son el recordatorio de la futilidad de lo natural, de la efímera, pero sutil magnificencia del ecosistema. Camino societario y transversal de la decadencia mercantilista.

El continúo deambular en busca de la esencia substancial de pertenencia, elemento vertebral de cordura más allá de esa globalidad pomposa y circunstancial con la que pretenden embaucarnos, reconducirnos en la quimérica y laberíntica necesidad de ser global.

Pueden que el río y el camino caigan pesadamente en la catarata del fin terrestre y no haya nada más. O puede que sí. Que, al final, lleguemos a considerar como meta cualquier recodo que formen entre los dos y nos abriguen como nos abrigamos nosotros en las noches de invierno.

Que la silenciosa soledad, la quietud del destierro, sean el consecuente efecto del alejamiento consensuado frente a esa sociedad claustrofóbica y toxica malvivida. No existirán atenuantes que nos salven si no nos rebelamos.

Al final, allá donde el camino y el río se juntan, por fin, quebrando su paralela existencia, deben existir la plenitud, la vida, los elementos multidisciplinares que apuntalen la estructura de nuestra existencia más allá de la coerción existencial del entorno atávico y primigenio.

Allí, sentados frente a la inmensidad de lo inabarcable, compilaremos nuestra vida en forma epistolar para los que vengan luego. Aquellos que siguieron el mismo camino que nosotros recorrimos hacia la libertad mental.

         Hacia una emancipación natural que nos despoje de cualquier atadura, cualquier atisbo de melancolía coercitiva. No nos faltará la memoria, pero nunca nos invadirá la tristeza de recordarla. 

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