¿Es aceptable que, en
plena democracia, parte de la sociedad se haya convertido en una especie de
gran soplona al albur de unas directrices que castran el principio de libertad
de expresión hasta el límite de modificar esa misma democracia y transformarla
en una simple formalidad jurídica? La denuncia individual hacia todo lo ajeno,
tanto política como culturalmente, se ha convertido, de facto, en un
instrumento policial de primer orden utilizado por jueces y fiscales para
salvaguardar, o eso parece, la ortodoxia del pensamiento totalitario en el que
nos hemos sumergido a través de una involución social conservadora que nos
acerca o nos retrotrae a tiempos ya lejanos. ¿O no tan lejanos?
Un país que ha sufrido la lacra más
exacerbada del terrorismo, con su amplia lista de muertos y afectados, no
debería tolerar ni un minuto más la utilización banal del vocablo
“enaltecimiento”, que solamente es el enmascaramiento falaz usado por el
gobierno para perpetrar su golpe de estado contra cualquier tipo de libertad
que no sea la que ellos, y sus seguidores, interpretan y legislan a través de
misales y devocionarios, armas éstas últimas, enarboladas por sus mamporreros
para fijar la diana en el sujeto, en los sujetos, en los actos susceptibles,
según su ideario apostólico, de subvertir su verdad con mayúsculas, esa que
ellos creen que es absoluta y única. Soplones en acto de servicio para los que
la muerte no es el final.
Porque, independientemente del
pensamiento autoritario de la derecha montuna que campa por este país, lo peor
en el descenso a los infiernos de una parte de los ciudadanos que han
confundido estabilidad con inmovilismo, firmeza con intolerancia, seguridad con
represión y confinamiento y, sobre todo, crítica con terrorismo, oposición con
enemigo, etc. Un género de enaltecimiento terrorista global que abarca toda
acción, ya sea física, de pensamiento, o de creación, cercenando de cuajo
cualquier atisbo de progreso y de modernidad en un país a la cola de todo lo
que represente o huela a futuro. Salvo que éste sea incierto.
Y es en esa peligrosa estructura
social de Stasi permanente, en la que cada ciudadano es para los otros un
potencial terrorista, de lo que sea, da igual, y, por ende, cada ciudadano es
para los otros un potencial soplón, el escenario en el cual se desarrolla esta
batalla cruenta entre el pensamiento único castrante y la diversidad
multidisciplinar y multicultural razonada y razonable en la que, es deprimente
reconocer, va ganando el primer bando. Cómo si esa parte de la sociedad de la
que hablamos hubiera entrado en modo silencio, van renunciando a sus derechos
constitucionales, los que le son consustanciales a su ser como ciudadanos
libres, aceptando a cambio una falsa y artificial sensación de estabilidad de
la que solamente pueden ser perdedores sin saberlo. Roma nunca pagó a
traidores.
El hecho de que cantantes,
titiriteros o componentes de compañías de teatro puedan ser condenados a las
mismas penas que corruptos confesos, blanqueadores de dinero negro, evasores de
capital o vulgares estafadores, da una idea del grado de censura y degradación
legal al que ha llegado este país por el camino del conservadurismo político y
judicial. Pero que cualquier ciudadano, no conforme con el contenido de un acto
cultural, el texto de un libro o de una canción o el desarrollo de una obra
teatral, denuncie el hecho en base a sus creencias religiosas o a su educación
sostenida en las mismas, o a su concepto unilateral de pensamiento, encontrando
cobijo en las alcantarillas jurídicas, da una perspectiva de la degradación
social y cultural a la que se ha llegado con el aplauso de los adalides del
totalitarismo reinante. Ciudadanos protectores de lo correcto que no caen en la
cuenta de que, tantos ellos como sus vástagos, no son más que cerdos para la
matanza del canibalismo hacedor.
Puede que por este camino no sean
los libros los que ardan en la hoguera sino sus propios dueños imputados por
leer, por pensar, por ser libres. En esa pira en la cual arderá la cultura
entera, los verdugos cantarán salmos de gloria al unificador.
No hay comentarios:
Publicar un comentario