jueves, 1 de marzo de 2018

UNA DEMOCRACIA REPLETA DE BUBONES


          ¿Es aceptable que, en plena democracia, parte de la sociedad se haya convertido en una especie de gran soplona al albur de unas directrices que castran el principio de libertad de expresión hasta el límite de modificar esa misma democracia y transformarla en una simple formalidad jurídica? La denuncia individual hacia todo lo ajeno, tanto política como culturalmente, se ha convertido, de facto, en un instrumento policial de primer orden utilizado por jueces y fiscales para salvaguardar, o eso parece, la ortodoxia del pensamiento totalitario en el que nos hemos sumergido a través de una involución social conservadora que nos acerca o nos retrotrae a tiempos ya lejanos. ¿O no tan lejanos?

            Un país que ha sufrido la lacra más exacerbada del terrorismo, con su amplia lista de muertos y afectados, no debería tolerar ni un minuto más la utilización banal del vocablo “enaltecimiento”, que solamente es el enmascaramiento falaz usado por el gobierno para perpetrar su golpe de estado contra cualquier tipo de libertad que no sea la que ellos, y sus seguidores, interpretan y legislan a través de misales y devocionarios, armas éstas últimas, enarboladas por sus mamporreros para fijar la diana en el sujeto, en los sujetos, en los actos susceptibles, según su ideario apostólico, de subvertir su verdad con mayúsculas, esa que ellos creen que es absoluta y única. Soplones en acto de servicio para los que la muerte no es el final.

            Porque, independientemente del pensamiento autoritario de la derecha montuna que campa por este país, lo peor en el descenso a los infiernos de una parte de los ciudadanos que han confundido estabilidad con inmovilismo, firmeza con intolerancia, seguridad con represión y confinamiento y, sobre todo, crítica con terrorismo, oposición con enemigo, etc. Un género de enaltecimiento terrorista global que abarca toda acción, ya sea física, de pensamiento, o de creación, cercenando de cuajo cualquier atisbo de progreso y de modernidad en un país a la cola de todo lo que represente o huela a futuro. Salvo que éste sea incierto.

            Y es en esa peligrosa estructura social de Stasi permanente, en la que cada ciudadano es para los otros un potencial terrorista, de lo que sea, da igual, y, por ende, cada ciudadano es para los otros un potencial soplón, el escenario en el cual se desarrolla esta batalla cruenta entre el pensamiento único castrante y la diversidad multidisciplinar y multicultural razonada y razonable en la que, es deprimente reconocer, va ganando el primer bando. Cómo si esa parte de la sociedad de la que hablamos hubiera entrado en modo silencio, van renunciando a sus derechos constitucionales, los que le son consustanciales a su ser como ciudadanos libres, aceptando a cambio una falsa y artificial sensación de estabilidad de la que solamente pueden ser perdedores sin saberlo. Roma nunca pagó a traidores.

            El hecho de que cantantes, titiriteros o componentes de compañías de teatro puedan ser condenados a las mismas penas que corruptos confesos, blanqueadores de dinero negro, evasores de capital o vulgares estafadores, da una idea del grado de censura y degradación legal al que ha llegado este país por el camino del conservadurismo político y judicial. Pero que cualquier ciudadano, no conforme con el contenido de un acto cultural, el texto de un libro o de una canción o el desarrollo de una obra teatral, denuncie el hecho en base a sus creencias religiosas o a su educación sostenida en las mismas, o a su concepto unilateral de pensamiento, encontrando cobijo en las alcantarillas jurídicas, da una perspectiva de la degradación social y cultural a la que se ha llegado con el aplauso de los adalides del totalitarismo reinante. Ciudadanos protectores de lo correcto que no caen en la cuenta de que, tantos ellos como sus vástagos, no son más que cerdos para la matanza del canibalismo hacedor.

            Puede que por este camino no sean los libros los que ardan en la hoguera sino sus propios dueños imputados por leer, por pensar, por ser libres. En esa pira en la cual arderá la cultura entera, los verdugos cantarán salmos de gloria al unificador.

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