La verdad: estoy
hasta los cojones de Jimena. Me molesto, no sé muy bien por qué, en abrir esa
red social tan presta a censurar
cualquier atisbo de naturalidad sensual pero que ni se entera de que le están
robando los datos personales de millones de sus miembros aunque presuma de
máxima seguridad. Recetas de cocina grasienta, tontunas varias, vanidades de
saldo de cretinos mínimos, pedagogía de baratillo…Menos comunicación e
interacción social, de todo puedes encontrar en tu muro, hasta el enlace de
esta entrada que voy vomitando porque no tengo nada que hacer y me la suda hoy
todo.
Este es un puto país en el que nadie
dimite aunque las pruebas demuestren fehacientemente que es culpable. En
cualquier país avanzado y avezado en costumbres democráticas el político sobre
el que cae la mínima sospecha o del que sale a la luz algún asunto nimio, pero
que es incompatible con el imaginario democrático social, dimite de inmediato
para salvaguardar el buen nombre de la política con mayúsculas. Aquí no. Aquí
nos pasamos la ética por nuestros cojones porque somos muy españoles y mucho
españoles, como dijo nuestro presidente del gobierno, esa especie de jefe de
pista circense en busca de la realidad que le rodea y le atenaza, pero que no
entiende.
Pero qué más da. Nadie exige porque
no somos más que meros costumbristas de nuestro contexto social. Nos pasma
todavía la verticalidad estructural del edificio social y asumimos como parte
de nuestra propia incapacidad intelectual el que cualquier memo, pero con
escaparate, acceda sin mérito alguno a los engranajes del poder, dando por
sentado que sumará y no restará al progreso general de la comunidad. Así de
retrasados mentales somos. Que nos llamen cerdos por Europa ya es lo de menos.
Seguimos con flato democrático y aceptamos nuestra alienación como ciudadanos
con nuestra llamativa idiosincrasia de sol y pandereta.
Nadie se pregunta quien pilota el
cerebro de estos políticos mediocres aunque, sin embargo, nos subimos sin reflexionar
lo suficiente a su transporte. Se asemejan a esos inútiles que son incapaces de
estacionar a la primera en una autopista pero que no dejan de manejar el
volante con una sola mano, como si fueran mancos neuronales. Aunque les
expliques la simplicidad de la acción, ellos a lo suyo: una, dos, tres, cuatro
maniobras para aparcar, eso sí, con la apostura macarra del Vaquilla. Porque en
el fondo, esta sociedad, no es más que la versión 2.0 del macarrismo setentero de
pantalón campana y camiseta Ferrys. Seguimos creyendo en nuestra especificidad
como pueblo sin darnos cuenta de nuestra facilidad para tragarnos sapos una vez
tras otra, sin exigencia, sin reivindicación alguna, sin pretensión de
limpieza.
Todo, la vida, incluso esta columna se ve de forma
difusa, borrosa, antes de caer en la cuenta de que tengo los cristales de las
gafas llenos de mierda, repletos de polvo. Y el enojo sube en la escala ante la
pasividad con la que nos tomamos el hecho crucial de no observar, de no ver las
cosas con la suficiente claridad y nitidez para actuar en consecuencia. Entre
la mierda acumulada y las dioptrías no acertamos a distinguir si son galgos o
podencos y, de esta forma, se nos cuela, sin remedio, la jauría mestiza de las hienas
ávidas de poder y sin escrúpulos para conseguirlo. Estoy cabreado, sí, y
solamente espero que me toque el cuponazo para nacionalizarme andorrano. Y que
se jodan los patriotas de bandera. Abrir la mente y si no lo conseguís, probar
con el balconing.
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