Apunta el Diccionario
de la lengua española de la R.A.E. sobre el concepto radical: 1. adj.
Perteneciente o relativo a la raíz. 2. adj. Fundamental o esencial. 3. adj.
Total o completo. 4. adj. Partidario de reformas extremas. 5. adj. Extremoso,
tajante, intransigente. Si exceptuamos la primera acepción, que no viene al
caso, alguna de las siguientes definiciones puede ser usada de forma temporal
para justificar demasiadas descalificaciones por parte de una nomenclatura
política conservadora anclada en un discurso viejo y carente de una mínima base
intelectual para debatir, solamente cimentado en una concepción no política
sino exclusivamente economicista del estado.
La historia nos enseña que cualquier
avance sociopolítico ha venido, la mayor de las veces, por una lucha, casi
siempre cruenta, por la liberación de los pueblos, lo cual ha sido considerado
por los viejos regímenes como acciones radicales de insurrectos contra el orden
establecido, un orden, curiosamente, determinado invariablemente por las capas
más favorecidas de la sociedad del momento o por el estamento religioso adosado
a las mismas en detrimento de la base social obrera y campesina. Por tanto,
cabe pensar, que lo que se definió como radical no ha sido más que la criminalización
de quienes desean un cambio de progreso y futuro que abarque a todo el conjunto
social en lugar de la desigualdad que preside aquella concepción de la realidad
más propia de la Edad Media.
Ciñéndonos al mundo occidental en el
que nos movemos, desde la Revolución Rusa el concepto radical, en política, ha
sido adjudicado por la nomenclatura conservadora a aquellos partidos de
izquierda que difieren de la noción finalista de la historia que aquellos nos
quieren hacer ver como definitiva. Promueven la idea de intransigencia y
extremismo entre sus fundamentos y un conjeturado resultado final de
desgobierno y caos si se produce el triunfo. Cabe resaltar que el concepto de
radical no se aplica con la misma fuerza criminalizadora a los partidos del
arco político opuesto, la extrema derecha, dado que, por sus fundamentos, su
acción no sería más que una logística aliada del establisment conservador.
El mensaje, a la vista del devenir
histórico, parece ser que ha calado en la sociedad occidental reacia a votar a
los partidos cuyos programas son más decididos con su realidad social y cuyo
fin es la transformación de la sociedad en un lugar libre y progresista. El
miedo secular a lo rojo, como el miedo atávico al lobo, paraliza el propio
desarrollo personal y vital de la ciudadanía en general volviéndose
conservadores aunque esa elección suponga un paso atrás en su propia libertad y
progreso personal. La eterna disyuntiva, la gran falacia vertida para
perpetuarse en el poder por parte de la oligarquía política, entre orden o
libertad, disciplina o caos. Los dos primeros conceptos rígidos y autoritarios
que igualan, otra vez la gran mentira, a la libertad con el caos.
Sin embargo, ¿no es el concepto
radical una relatividad momentánea en función de los hechos y sus reacciones?
Porque lo radical no se puede confundir con mínimo o residual cuando lo
verdaderamente importante no es el número de miembros que lo secundan sino el
calado de sus propuestas. El hecho de que algunos radicales, como los denomina
el Orden, conciban una sociedad justa e igualitaria no debería ser tachado de
radical, sino que lo verdaderamente sustancial es el hecho de que esa sociedad
está presidida por la desigualdad, por la injusticia y por la arbitrariedad. Si
eso es ser radical, entonces deberíamos ser todos radicales trabajando y
reformando la sociedad y no un rebaño de ovejas serviles con el señor. Para el
Poder un radical que busca la esencia del ser humano en relación con la
sociedad en la que habita es más peligroso que un siervo de gleba que acepta su
destino. Y deberíamos dejar de engañarnos a nosotros mismos.
Aquí, en España, la derecha
representada por el Partido Popular, no sin cierto apoyo del PSOE en el
concepto bipartidista de la política que tantos pingues beneficios les ha dado
a los dos, ha instaurado una visión cosmogónica de si mismos en la cual todo lo
ajeno es radicalismo de amplio espectro. Un miedo atroz a perder el poder
provoca un discurso hostil y peligroso para aquella izquierda cuyo objetivo es
desmontar el chiringuito que tiene articulado la oligarquía política y
económica conservadora a la que aquellos representan. Sin embargo, esa misma
conceptualidad cosmogónica y teocéntrica de la que hacen gala supone, en
realidad, su transformación en radicales de si mismos dado que si todo lo ajeno
a su ser es peligroso y, además ese ajeno es mayoría, por su propia concepción
de lo que es radical la lógica dice que esa normalidad, por así decirlo, se
traslade a ese ajeno, dejando en lo extremoso su contexto.
Y es esta lógica absurda e incoherente de la que hace
gala el Secretario General del Partido Popular de Castilla y León, señor
Mañueco, al declarar que su intención es recuperar la alcaldía de Zamora, en
manos actualmente de Izquierda Unida, para evitar, literalmente, radicalismos. ¿Cree
este señor que los zamoranos nos hemos vuelto todos unos radicales peligrosos
que pongamos en peligro el orden constituido por la gracia de Dios o, más
probable, teme que se demuestre que todo el discurso de su partido no es más
que humo para enmascarar su verdadero objetivo de poder y subvertir el estado
del bienestar que tanto nos ha costado conseguir? El señor Secretario General,
encadenado a un discurso mecánico y carente de análisis crítico, no ha
entendido nada de lo que ocurrió en las últimas elecciones municipales y,
perdido en su laberinto, no conseguirá llegar a su bestia política sino que se
ahorcará, sin querer, con su hilo de Ariadna zamorana.
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