Pues parece ser que
estamos en peligro. Un peligro de coyuntura política, claro está, nada que
tenga que ver con nuestra integridad física y ética. Según un diario de tirada
nacional de reconocida trayectoria conservadora, aquí el término “reconocida”
no alude a valores periodísticos objetivos sino a una estructura empresarial
subjetiva de amplio espectro subvencionable y servil, la mayoría de izquierdas
en Zamora podría perderse en las elecciones municipales del año que viene. Empero,
su acreditada experiencia en manipulación periodística, subjetividad editorial
y múltiples descalificaciones de aquellos que sostienen opiniones contrarias,
subvirtiendo la ecuanimidad que se presupone en un medio de comunicación, invita
a poner en entredicho la citada información al hilo de todo lo expuesto
anteriormente.
Sin embargo, esta información me
incita a reflexionar sobre estos casi tres años de legislatura municipal de
izquierdas en una ciudad, a priori, de marcada genética conservadora. Lo
primero que debería confesar es que, aún siendo votante de IU, nunca sospeché
que cabría la victoria que se produjo. Tantos años de gobierno del PP, a pesar
de sus fechorías al mando de la alcaldía, me habían producido un cierto
desánimo ante el grado de masoquismo, o pasotismo, o estupidez, de una amplia
capa del electorado directamente afectado. El sorpasso parecía imposible ante
unos votantes más parecidos a “hooligans” futboleros, que gane mi equipo aunque
sea de penalti injusto y en el último minuto, que a ciudadanos aplicados en la
razón y la ética a la hora de enjuiciar y valorar los méritos de unos y otros.
Tanto en el gobierno como en la oposición.
Resultaba frustrante como año tras
año el político mejor valorado era el actual alcalde por IU mientras que en
cada elección eran otros, los peor valorados, los elegidos junto con sus
partidos. Con esto se puede explicar mejor la aberración que supone asemejar
los partidos políticos y la política con los equipos futboleros, antes
mencionada. Supone aceptar que, si solamente deseo que mi partido gane por lo
civil o por lo criminal, me da igual la calidad, el bagaje intelectual y la
ética de los miembros que compongan la lista electoral, aceptando que la formen
personas, animales o cosas. Vamos, que la puede integrar un rebaño de cabras
payoyas gaditanas. Así que primero pasmo, sorpresa y luego alegría por la
victoria pero una cierta desazón por las razones de este cambio a mejor, tengo
que decir. ¿Cabría suponer que, por fin, la ciudadanía se había desembarazado
de su eterno caparazón de caspa y decidido mirar al futuro de tú a tú?
No sé. ¿Podría ser, por el
contrario, que una inmensa “rave” se hubiera producido de manera
multidimensional repartiendo pastillitas de colores, y no precisamente contra
la artritis, despejando la mente y abriendo los ojos a un color inefable
expulsando de su interior la angustia perenne de su existir? Aunque esta
explicación me subyuga más, no creo que sea la real. Ni siquiera la anterior y
más prosaica. Aquí la razón tiene razones que no entiende. Lo que está claro es
que la victoria electoral hizo que la nueva oposición, la que antes mandaba,
mostrara sus miserias, sus débiles costuras, las mínimas aptitudes con las que
había gobernado, con mayoría absoluta vale todo aunque seas un necio, y con las
que ha ido sembrando de esperpénticas acciones sus años de oposición. Y si esto
es un hecho palpable hasta para el más integrista, ¿por qué, según el vocero
nacional, se puede producir un nuevo vuelco electoral y volver a las andadas?
¿De nada vale un gobierno municipal equilibrado, social, comprometido con lo
público, ajeno a las presiones oligarcas e incardinado en el entramado general
y no ajeno y elitista? ¿De nada vale que la oposición, la que parece que puede
ganar, haya hecho el ridículo estos tres años dando bandazos sin brújula al
albur político más impredecible y mostrando la mudez propia de quien no tiene
argumentos sólidos para presentar algo de batalla con altura, más allá de
algunas escaramuzas sin sentido?
En fin, para terminar, una anécdota. Una conocida de la
familia, ya mayor y seguidora fiel de los colores azules, confesó, no sin
hacerse de rogar, lo bien que lo estaba haciendo el alcalde, supongo que
también lo haría extensible en su fuero interno al equipo de gobierno, en todo
este tiempo, lo cual le parecía inaudito para alguien que no fuera de su
partido. Pero, siempre hay un pero que lo justifica todo aunque sea absurdo, le
seguirá sin votar porque no se pone corbata en los actos a los que acude y un
político como Dios manda, ¡a qué se nota que es azul!, siempre debe ir con
traje y corbata. O sea, mejor con traje y corbata aunque sea corrupto que ético
pero sin corbata. Y de este modo se aúna lo mejor y lo peor de la democracia,
la cual, y aquí voy a ser políticamente incorrecto, y como comprenderéis me la
suda, da el mismo valor a cualquier voto. Perdón, su voto vale más en esta
provincia, por lo de la Ley D’Hont.
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