Así, a primera vista,
definirse como una manada no deja en buen lugar la posible contextualización
humana que sobre sí mismos pudieran poseer todos aquellos que así se proclaman.
Y la culpa, permítame que se lo aclare, no es del término en sí, sino de esa
asimetría injusta con la cual proyectamos la singularidad humana hacia el resto
del reino animal. Si me admite el inciso, luego vuelvo al hilo, siempre me ha
resultado extraño el término “reino” para referirse a ese mundo del cual
realmente procedemos y seguimos formando parte. Podríamos llamarle, por
analogía, república, oligarquía, dictadura, o cualquier otra definición que, téngalo
en cuenta, define más nuestra estructura social que las verdaderas relaciones
que entre los animales se dan. Total, a ellos se la suda como definamos su escalafón
social.
Somos
nosotros, y nuestra soberbia sapiens, la que hace que tendamos a “antromorficar”
lo ajeno. Sí, el verbo no existe, o eso creo, pero usted me entiende. Pero, a
lo que íbamos, ¿manada? Una definición ya en desuso, le agradezco el matiz,
explica la manada como una cuadrilla o pelotón de gente y, lo curioso del caso,
es que si usted hace encaje de bolillos con este conjunto sustantivo, podríamos
llegar al quid de la cuestión. Aunque así se presentaran, no tiene nada que ver
con una manada de lobos, ni de leones, ni de tigres, ellos son nobles en su
comportamiento en relación con su hábitat, sino, en tal caso, una manada de
borregos, en el sentido más peyorativo de la palabra borrego. Tenga en cuenta
que hay que completar el significado del término, pues de ello depende la
calificación final. Pero, si consiente, le daré una explicación que a mí entender
se antoja más certera: manada como simetría de pelotón de tarados mentales,
como aquellos pelotones de fusilamiento de la guerra civil asesinado ideas, que
ejecuta de forma planificada sus deseos aún en contra de los del contrario e
incumpliendo todas las normas de legalidad y humanidad. Y, ahora, estaríamos
hablando de una manada de asesinos. Sí, no ponga esa cara, asesinos del
presente y del futuro del resto de nosotros.
Solamente una digresión más sobre el
tema animal, no se impaciente: porque el lobo mata para comer, como el león o
el tigre, ¿usted entiende como es posible que se les llame asesinos por ejercer
un acto totalmente natural como es matar para comer? ¿Existe alevosía,
ensañamiento? ¡No! ¡Hambre! Es una extrapolación maquiavélica que juzga y
condena al animal de forma injusta. Y así, otra vez de forma antropomórfica,
tachamos de asesino al lobo de Caperucita, por ejemplo, creando un imaginario
colectivo sobre su figura que, ya ve usted, casi lo ha llevado a su desaparición.
Como a otros muchos. Mientras, la raza humana crece de forma exponencial, sin
medida, y, lo más terrible, es que de ella forman parte este tipo de sujetos.
Totalmente prescindibles, desde un punto de vista académico, por supuesto. No
se alarme.
Y, ¿cómo entiende usted el asunto
del anonimato que, igualmente, sale a la palestra en todo este tipo de asuntos,
siempre desde el punto de vista del acusado, faltaría más? Se exige una
circunstancia que a priori no se cumple. Se da publicidad a una forma de
actuación pública, por ejemplo, a través de las redes, formato vanidad, que, si
el resultado no se ajusta a lo planificado, se niega al público. Y me resulta curiosa
esta forma de entender la igualdad, más bien desigualdad, de procedimientos. Se
invoca la seguridad, el posible ostracismo social de los sujetos en cuestión,
bla, bla, bla. ¡Que no la fastidien! El carácter público de los actos a priori
debe ser público a posteriori. Perdone el enfado que me surge de pronto, pero
me es inaceptable asumir las distintas varas de medir que se aplica la
humanidad según afecte a sus intereses. Incluso, le digo más, pues en algunas
circunstancias el mejor anonimato no es la ocultación en sí misma, pues hacer
surgir murmullos, rumores, malentendidos, sino aquel anonimato que, aunque
público, está amparado por cualquier poder. ¿No lo entiende? Se lo aclaro: de
nada sirve saber quién es el culpable, asesino o corrupto, si quien tiene que condenarlos
está viciado, está manoseado, afectado de manipulación por quienes deberían ser
neutrales, pero a los que, sin embargo, les puede afectar la condena, aunque
sea de forma lateral o éticamente subsidiaria. Usted no es tonto y conoce, o
debería intuir a lo que me refiero. Es ese anonimato público el que me produce
más pavor, pues engendra en el que lo posee esa arrogancia, esa insolencia del
que se sabe a salvo de cualquier delito.
Pero, usted y yo deberíamos saber que esto tiene que
finalizar de algún modo. Que desde que estamos en esta consulta ni usted ni yo
cumplimos ninguno de los objetivos médicos que nos hemos propuestos. Lleva
enseñándome manchurrones negros de formas difusas, aunque intuyo que para usted
tienen algún sentido, durante todo este tiempo y yo, por mi parte, le aseguro
que definir con una palabra esa geometría me parece castrante. En su lugar he
ido exponiendo argumentos, algunos inconexos, lo sé, de forma que conociera mi
universo existencial. No se ofenda, pero pretender que crea que unos borrones
negros registran y explican mi concepto vital es como pretender estudiar para
un test de orina: absurdo. Sin embargo, sobre esto, le propongo una última
cuestión: ¿si yo, con las interpretaciones que le he dado, no me considero un
loco, no sería más ajustado pensar que es usted, con el teorema del borrón e
interpretación subsiguiente, el que está loco realmente? Porque ¿quién le
presenta a usted estos lamparones y le diagnostica como a mí? ¿Nadie? Entonces
hay que dar por supuesto que su concepción del mundo es la correcta y que, de
natural condición, usted está cuerdo. Pues conjugue esta última reflexión:
¿quiénes hicieron los diagnósticos a todos aquellos que formaron parte de
cualquier manada y les dieron aptos socialmente o laboralmente? No me responda
ahora. En la próxima visita hablamos.
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