Le aseguro, doctor,
que mi falta de empatía con este tiempo cíclico que nos anega todos los años no
proviene, principalmente, de mi ateísmo confeso, que también, sino por esa
efervescencia social humanitaria, aparentemente; solidaria, supuestamente;
fraternal, teóricamente; que convierte al apostolado del amor universal a
cualquier miembro de la raza humana, cristiana se entiende, incluso, créame, a
aquellos hijos de puta reconocidos que, durante el resto del año, son capaces
de pisarte el cuello, hundirte en la miseria, sin más remordimiento que el que
emana de su asistencia semanal a los actos eucarísticos de su congregación. A
fin de cuentas, y en esto estará de acuerdo conmigo, grandes personajes del
hampa se persignaban con una mano mientras con la otra decretaban muertes de
forma caprichosa. Siempre me he preguntado, no ponga esa cara, para donde
miraría el cura de turno.
Reflexiono, ya sé que usted no está
de acuerdo con esta capacidad que me atribuyo de modo unilateral, que no es
posible separar los estados mentales, cerebrales, de comportamiento, que rigen
los actos de estos individuos durante el resto del año y que, por arte de
magia, para mí no deja de ser magia esta representación ocasional del acerbo
religioso occidental, se conviertan al buenismo, he leído que esta palabra ha
sido aceptada por la R.A.E, aunque usted crea que me aíslo del mundo durante
este trecho temporal, de forma tan parecida a la conversión del centurión de la
Biblia. Una especie de halo místico se apodera de estos personajes y reparten
sonrisas, saludos y deseos como viviendo por encima de sus posibilidades en ese
estado extático que les posee.
Ya
sé que cree que, en estos temas, soy un poco inflexible, pero quien es un
cabrón es un cabrón, quien es un gilipollas es un gilipollas y que la
mezquindad no revierte en amor por mucho belén, árbol o camellos que pongas.
Bueno, quizás con camellos. ¡Eh!, no se ponga así, es una broma, ustedes los
siquiatras andan escasos de humor. De hecho, lo que no me explico es porque no
hay más homicidios, o suicidios, ese homicidio contra uno mismo, la respuesta
más contundente y a la vez más hermosa del castigo autoinfringido, con el atronador
mundo musical que nos violenta en forma de villancicos y canciones melosas para
babeantes estados de pasmo navideño. Le digo que no puede ser bueno pasar tanto
tiempo escuchando tanta sarta de incongruencias: peces que beben, aunque aquí
creo que son sobre todos los gordos, ratones que roen calzoncillos y esa melodía
azucarada en vena que nos llega del mundo anglosajón convirtiéndonos a todos en
posibles diabéticos musicales. A veces, créame, según van pasando los días, me
dan ganas de coger al panderetista de turno, arrebatarle el instrumento del
diablo, acepto su sugerencia de que el instrumento no tiente la culpa y que, en
todo caso, sería su tocador quien se mostraría atorrante, y estampanárselo en
la cabeza a modo de lechugilla o gorguera cervantina.
Y
puede, pero de esto que le voy a comentar hablaremos, quizás, más adelante, la
culpa sea por esa manía que tiene la humanidad desarrollada de encapsular el
tiempo en píldoras que se repiten cíclicamente. Nos acostumbramos a ser lo que
el calendario marca, en realidad quien crea los calendarios que nos rigen y
manipulan a su antojo, y, en este caso, nos comportamos, falsariamente, usted
también, como personas de bien durante el periodo de tiempo que nos indican,
sabiendo que el resto del año tenemos esa libertad controlada para ser unos
perfectos cantamañanas. Singermorning en inglés, ya ve que progreso
adecuadamente gracias esas clases de idiomas financiadas por el estado para
personas especiales como yo y que solamente sirven para tenernos entretenidos y
que no discurramos maldades. Esa es la verdadera razón de todo este teatro del
absurdo, en ese caldo de polvorones y mantecadas en el que nos sumergen y nos
sumergimos de forma descaradamente irracional.
Ya veo que la consulta toca
a su fin. No se preocupe por mi conducta social durante mi estancia aquí y en
este tiempo de Natal. Mientras dure el jolgorio participaré con entusiasmo
ejemplar en los actos programados por el centro. De hecho, espero con ansiedad,
siempre bajo el control del diacepam, el belén viviente en el que seremos
protagonistas los internos. Un grupo de locos, de desequilibrados, de
trastornados que intentan representar un acto, lo acepto, muy importante para
parte de la humanidad. Creo, sinceramente, que es la mejor y más grande
metáfora de la excentricidad y la mentira en la que se mueve este asqueroso
mundo.
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