Reniego
con todas las consecuencias de la obligación, casi imperial, de ser lo que no
soy. De tener que parecer lo que, por mucho que lo intente, no soy capaz de
conseguir. Acepto sin complicaciones la ocasional predisposición, la
realización esporádica del paradigma social que por nacimiento me toca vivir,
pero no. Es un tópico al que, tristemente, nos hemos encargado de dotar de
naturaleza, de exponer como condición intrínseca de nuestro paisanaje ante el
resto del mundo. Pero creo que somos más, más que esa hueca categoría de
alegría mediterránea sin fin, de cigarras de un sol elástico que ya se extiende
por la mayoría del calendario. No, no quiero que me reconozcan donde vaya por
esa condición, por incomodar exportando allí donde vamos nuestra vociferante
procedencia. Una forma de apropiarse del cualquier escenario ajeno dando por
sentado que allí donde fuéremos se debería cumplir nuestro decálogo
existencial. Extrapolamos nuestros términos superponiéndolos a los otros con una
ligereza limítrofe con la calamidad aumentando y certificando, dando carta de
naturaleza ante los demás, de la exactitud de nuestro tipismo.
Por
otra parte, querido amigo, no soy contrario, como te he expuesto, a la
algazara. Esa alma eslava, como nuestro común amigo define, debe salir al
exterior de forma alterna entre periodos de tranquilidad pues, de lo contrario,
estaríamos ciertamente muertos. Pero la forma es importante. Es una cuestión de
sensibilidad, de un aliento profundo, amplio, pasional. De una liturgia donde
todo es importante y no solamente practicar un hedonismo vacio, insustancial,
carente de profundidad. Todo es un ritual, o debería serlo, y aquí,
desgraciadamente, nos estancamos en la simpleza de lo obvio, de lo inmediato,
convirtiendo la satisfacción de compartir el lúdico juego de la sociabilidad en
papel mojado, en papel higiénico mojado, que no aporta más resultados que la
inerte sensación de pérdida temporal posterior.
De alguna forma, deberíamos
reivindicar nuestra condición de heterónimos, versiones de nosotros mismos de
igual valor al original puesto que no son más que la muestra palpable de nuestra
diversidad emocional y racional. Y esa variedad nos prepararía para no
refugiarnos en una grande y libre condición de ser, más propia de seres
limitados, coartados, circunscritos a una reducción miserable de su condición
humana. Aunque, lo reconozco, es fácil, a veces ineludible, huir hacia alguna
de nuestras versiones buscando el refugio y el consuelo que la realidad nos
avienta. Aferrarte a ese otro yo que habita en nuestro interior y externalizarlo.
Vivir esa parte de tu vida que no aflora por la ubicación arbitraria del
nacimiento y el aprendizaje social impuesto como condición de ser, de nacer. Un
producto más de encasillamiento formal que únicamente sirve como identificación
simple, y falsa, de nuestro yo ante los demás, pues nadie es igual a nadie
aunque la simbología diga lo contrario, ni casan los mismo intereses, ni son
iguales los procedimientos de comportamiento. Cualquier paraguas, como
simbolismo identitario, no es más que un reduccionismo individual sustituido
por una colectividad interesada. Y hay que decir no.
Por eso, en estos momentos de
zozobra, en donde la transformación de lo conocido hasta este momento provoca
inquietud, es imperativo presentar la individualidad como escudo ante la masa
amorfa, indefinida. Una imprecisión que puede arrastrarte hacia el abismo, a
diluirte en el lodo del pensamiento único, irreflexivo, dejando a un lado la
crítica y la dialéctica como motor del
pensamiento. Necesito alejarme del griterío ensordecedor que nos envuelve y
bloquea, de las opiniones camufladas de conceptos, de los argumentos baldíos
que no son más que nociones aprendidas de la propaganda partidista y dichas de
memoria. Por eso, querido amigo, seré yo siendo otro, siendo otra perspectiva.
Porque, a veces, es preciso desprenderse del ropaje cotidiano, unilateral, y
aplicar nuestra multilateralidad como forma individual de enfrentamiento ante
este caos tan uniforme en su concepción.
Ya sabes, querido amigo, que no entiendo de fronteras,
por eso mismo, daré un paso al lado y cruzaré la que tengo más cerca. Mi
heterónimo vecino reclama mi presencia y creo que la propuesta es buena.
Sinceramente creo que él es el original de mí mismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario