jueves, 23 de noviembre de 2017

SENTIMIENTO BINARIO. PARTE II.

   Reniego con todas las consecuencias de la obligación, casi imperial, de ser lo que no soy. De tener que parecer lo que, por mucho que lo intente, no soy capaz de conseguir. Acepto sin complicaciones la ocasional predisposición, la realización esporádica del paradigma social que por nacimiento me toca vivir, pero no. Es un tópico al que, tristemente, nos hemos encargado de dotar de naturaleza, de exponer como condición intrínseca de nuestro paisanaje ante el resto del mundo. Pero creo que somos más, más que esa hueca categoría de alegría mediterránea sin fin, de cigarras de un sol elástico que ya se extiende por la mayoría del calendario. No, no quiero que me reconozcan donde vaya por esa condición, por incomodar exportando allí donde vamos nuestra vociferante procedencia. Una forma de apropiarse del cualquier escenario ajeno dando por sentado que allí donde fuéremos se debería cumplir nuestro decálogo existencial. Extrapolamos nuestros términos superponiéndolos a los otros con una ligereza limítrofe con la calamidad aumentando y certificando, dando carta de naturaleza ante los demás, de la exactitud de nuestro tipismo.

            Por otra parte, querido amigo, no soy contrario, como te he expuesto, a la algazara. Esa alma eslava, como nuestro común amigo define, debe salir al exterior de forma alterna entre periodos de tranquilidad pues, de lo contrario, estaríamos ciertamente muertos. Pero la forma es importante. Es una cuestión de sensibilidad, de un aliento profundo, amplio, pasional. De una liturgia donde todo es importante y no solamente practicar un hedonismo vacio, insustancial, carente de profundidad. Todo es un ritual, o debería serlo, y aquí, desgraciadamente, nos estancamos en la simpleza de lo obvio, de lo inmediato, convirtiendo la satisfacción de compartir el lúdico juego de la sociabilidad en papel mojado, en papel higiénico mojado, que no aporta más resultados que la inerte sensación de pérdida temporal posterior.

            De alguna forma, deberíamos reivindicar nuestra condición de heterónimos, versiones de nosotros mismos de igual valor al original puesto que no son más que la muestra palpable de nuestra diversidad emocional y racional. Y esa variedad nos prepararía para no refugiarnos en una grande y libre condición de ser, más propia de seres limitados, coartados, circunscritos a una reducción miserable de su condición humana. Aunque, lo reconozco, es fácil, a veces ineludible, huir hacia alguna de nuestras versiones buscando el refugio y el consuelo que la realidad nos avienta. Aferrarte a ese otro yo que habita en nuestro interior y externalizarlo. Vivir esa parte de tu vida que no aflora por la ubicación arbitraria del nacimiento y el aprendizaje social impuesto como condición de ser, de nacer. Un producto más de encasillamiento formal que únicamente sirve como identificación simple, y falsa, de nuestro yo ante los demás, pues nadie es igual a nadie aunque la simbología diga lo contrario, ni casan los mismo intereses, ni son iguales los procedimientos de comportamiento. Cualquier paraguas, como simbolismo identitario, no es más que un reduccionismo individual sustituido por una colectividad interesada. Y hay que decir no.

            Por eso, en estos momentos de zozobra, en donde la transformación de lo conocido hasta este momento provoca inquietud, es imperativo presentar la individualidad como escudo ante la masa amorfa, indefinida. Una imprecisión que puede arrastrarte hacia el abismo, a diluirte en el lodo del pensamiento único, irreflexivo, dejando a un lado la crítica  y la dialéctica como motor del pensamiento. Necesito alejarme del griterío ensordecedor que nos envuelve y bloquea, de las opiniones camufladas de conceptos, de los argumentos baldíos que no son más que nociones aprendidas de la propaganda partidista y dichas de memoria. Por eso, querido amigo, seré yo siendo otro, siendo otra perspectiva. Porque, a veces, es preciso desprenderse del ropaje cotidiano, unilateral, y aplicar nuestra multilateralidad como forma individual de enfrentamiento ante este caos tan uniforme en su concepción.

            Ya sabes, querido amigo, que no entiendo de fronteras, por eso mismo, daré un paso al lado y cruzaré la que tengo más cerca. Mi heterónimo vecino reclama mi presencia y creo que la propuesta es buena. Sinceramente creo que él es el original de mí mismo.

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