Elección de la zona
en la que incendiar. Viajes diversos para estudiar el terreno sin levantar
sospechas, lo que se traduciría en convencer a la familia para ir de excursión
al lugar o alquilar una de conveniencia, si es que hay páginas o agencias en
las que se ofrezca este servicio con el añadido de la total discreción de los
alquilados y la creación de escenarios y coartadas que nos dejen impunes.
Consultas en los sitios oficiales pertinentes sobre la posible extensión de
terreno afectada después del ataque, estudio de la densidad arbórea óptima,
vigilancia forestal existente, grado de movilidad de los medios de extinción,
evaluación del daño posible provocado en función del modo e intensidad del
ataque, número de escapatorias, etc.
¿Alguien cree, de verdad, que todo
este despliegue estratégico lo hace un tarado mental a setecientos kilómetros
del objetivo? Sería como aceptar que nuestros bosques los queman murcianos,
gaditanos, sevillanos, valencianos, etc, envidiosos de nuestro patrimonio
forestal, por ejemplo. Pues eso: ¡una mierda! Seamos realistas de una vez por
todas y admitamos que esos hijos de puta toman café en el mismo bar y a la
misma hora que nosotros, es decir, vecinos nuestros, miembros de la comunidad y
con el mismo patronímico. Y lo que es más grave, se sospecha que son ellos, algunas
veces con conocimiento de causa. Puede ser una aseveración grave, pero esto es
lo que hay: esa “omertá” rural tan dañina y tan imposible de superar, parecer
ser.
Resulta desesperante ver como cada
año los bosques de Zamora, León, Salamanca, Orense…se queman sin que parezca
que haya solución alguna. Curiosamente por las mismas zonas, en los mismos o
cercanos parajes. Hoy Fermoselle pero, ¿cuándo fue el de Pinilla de Fermoselle?
Hoy la Cabrera Leonesa pero, ¿cuándo fue en la Tebaida? Incendios recurrentes
que poseen un patrón común: el mayor daño posible a la economía de la zona y,
en algunos casos, en zonas declaradas patrimonio o parque o enclave natural con
protección. ¿Se va viendo el hilo? Aquí, en Zamora, resultó descorazonador ver
como se levantaron voces en contra de la instalación de cámaras térmicas en las
zonas susceptibles de ser atacadas por estos depredadores humanos en virtud de
un derecho a la privacidad exacerbado cuando somos grabados a todas horas y
todos los lugares: carreteras, calles, plazas, bancos, cajeros, comercios, etc.
Burda pantomima que, creo, esconde otros intereses más espurios. ¿Quién tiene
miedo, realmente? ¿Forestales torcidos, cazadores furtivos, micológicos
secretos? O, simplemente, la querencia al libre albedrío de todos.
Pero la cosa está así y no parece
haber más solución, salvo reeducar ambientalmente a toda esta jauría, si es
preciso a base de ostias, que la vigilancia extrema en cualquier época del año
y si es con cámaras, pues ajo y agua. Eso, o quemar de oficio todo el monte. Si
unos lo incendian y otros callan, pues a poner ladrillos a la costa. Todos
estos incendios suponen cortar de raíz cualquier desarrollo sostenible y viable
en todas esas zonas. Turismo verde, aprovechamientos micológicos, ganadería y
agricultura ecológica quedan sesgadas por quienes solamente admiten, tal es su
minorado desarrollo intelectual, la validez de sus postulados más oscuros: esto
es mío y si no, no será de nadie. Aunque son los primeros, como pedigüeños, en
pedir ayudas públicas para el desarrollo local, pero muy local, el suyo y con
sus condiciones.
En otras zonas, no muy lejanas, no se producen incendios
y se ha conseguido el aprovechamiento integral de las masas forestales en todas
sus vertientes. Con el mismo grado de rigidez administrativa. ¿Por qué aquí no?
¿Por qué aquí siempre es igual: la incendié porque era mía?
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