Pues aquí lo tenemos.
La verdadera cara de una sociedad cainita como la española que, después de los
atentados de Barcelona, saca la cabeza como las ratas asoman el hocico ante un
buen montón de mierda. Como olvidando quienes son los verdaderos culpables del
atentado: unos cuantos retrasados mentales cuyos cerebros fueron lavados en
sesiones de teología criminal, unos y otros se tiran los tratos a la cabeza en
busca de réditos políticos con una conducta más propia de miserables por cuenta
propia que de verdaderos líderes sociales. Se produce así una serie de
acusaciones maniqueas entre unos, otros y todos, que emborronan finalmente el
clima de colaboración inmediatamente posterior a los hechos.
Para el gobierno español la culpa la
tuvo la Generalitat que hizo caso omiso de sus recomendaciones por mor de una
independencia de actuación autonómica mal entendida. Para la Generalitat la
culpa es del gobierno español por torpedear la labor de información de su
gobierno con el fin último de hacer fracasar el proceso independentista. Para
la Policía Nacional la culpa es de los Mossos d’Esquadra que ignoraron los
avisos que les hicieron llegar sobre los autores criminales del atentado y no
tomaron las medidas de vigilancia pertinentes y para éstos últimos la culpa la
tiene la Policía Nacional que aísla a la policía catalana de los organismos
policiales europeos haciendo que la información no llegue a su debido tiempo a
sus manos. Todo ello con tal de no dar ni un paso atrás de esos postulados
hieráticos en los que se mantienen y enfrentan. Habrá que recordarles, tiene
cojones, que hubo un atentado y víctimas que merecen un respeto.
Pero, ¡cómo no!, faltaba otro de
esos malos actores que se cuela en cualquier sarao aunque no haya sido invitado
e, incluso, no sea bienvenido: la jerarquía católica. Esa jerarquía católica
una, santa y trina. Y, en este caso, como representante mediático de la misma,
ese tonto “consagrao” al que llaman el cura de la tele. Sí, de la tele pública,
desde la que adoctrina un domingo sí y otro también a sus huestes, aunque la
misma la paguemos todos. Animado, debe ser, por el libre albedrío de
acusaciones entre todas las partes en conflicto, ha añadido dos sujetos más a
la culpabilidad general: Ada Colau, alcaldesa de Barcelona y Manuela Carmena,
su homóloga en Madrid. Haciendo un proselitismo del que se desprende la idea de
que le importan un bledo las consecuencias del atentado, acusa a la primera de
ser culpable por no instalar bolardos en las Ramblas y a la segunda de que, por
la misma razón, el atentado se podría haber producido en Madrid. Pero añade el
matiz por el cual se le ve el plumero: las anatematiza con el calificativo de
“comunistas”, como si por esto ellas hubieran conducido la furgoneta criminal.
O la hubiéramos conducido todos aquellos que, de alguna manera, nos sentimos de
izquierdas. Simplemente juega a ser la voz de su amo sin percatarse, ¿o sí?, de
la manipulación ideológica en la que cae. Da la impresión de querer igualar a
los asesinos con las personas que se señala. Pura tradición ultracatólica y
simple procedimiento ya aplicado por la Inquisición de la que es un digno
heredero.
Sin embargo, este cretino, porque no
tiene otro cariz su razón, no cae en la cuenta de que su soflama puede traer
consecuencias muy graves si entre sus beatos interlocutores se encuentra
personas proclives a la acción desmesurada, como los terroristas del caso, dado
su cociente intelectual entre 5 y 9, o lo que es lo mismo: una discapacidad
cognitiva profunda. Su postura, más cercana a una especie de yihad católica,
puede soliviantar los ánimos entre los más tontos de su parroquia, entendiendo
parroquia en sentido amplio, haciendo que las posturas se extremen hasta
límites insoportables y todo, al final, sea “ojo por ojo y diente por diente”.
Catolicismo bajo palio no muy lejano.
Algún superior debería mandar a este capullo uncido a
alguna casa de descanso en la cual pasar los años que le queden en el mayor de
los ostracismos, tanto religioso como social. No necesitamos extremistas de
ningún bando dando lecciones de comportamiento y actuación. Porque es curioso
que cuando les afecta a ellos, como los casos de curas pederastas, la culpa,
¡cómo no!, es de los niños. Debe ser que todos ellos, los niños, son comunistas.
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