lunes, 7 de agosto de 2017

LEBENSRAUM PLAYERO O EL ACOSO DE LA TOALLA VECINA

            La individualidad como respuesta a la constructivista sociedad actual se encuentra en peligro de extinción. Ese exceso de contigüidad como conducta colectiva relacionista provoca, bajo su punto de vista, la anulación del principio de unicidad en el que cada uno de nosotros nos deberíamos reflejar absorbiendo los postulados generalistas, y mayormente mediocres, de una comunidad basada en la simpleza y la facilidad de objetivos. Congregaciones postuladas en la incautación de nuestro espacio vital, en la violación sistemática de nuestra zona de confort, en el borreguísimo complejo de vecindad.

            Exceso de reflexiva seriedad, piensa, pero no puede por menos que acatarlo. En su mente se activan esas anuales imágenes repetitivas de los entornos playeros de ciertas costas hispanas. Esa rendición incondicional del yo ante la masa. Esa subordinación del deseo personal ante el convencionalismo vacacional. Utilizados como reclamos publicitarios, cabe preguntarse: ¿efectivamente hay algo de humanidad debajo de tanta sombrilla colorista o simplemente discurre la tecnicidad dispuesta por ejecutivos de programación ministerial para ciudadanos de sociedades modernas?

            En realidad, es como si el individuo derrotado, el que ha renunciado totalmente a su especifidad unitaria, por miedo, por desconfianza en sí mismo,  necesitara de un punto de anclaje, el otro, para anclarse al entorno, para sentirse seguro, a salvo de ese mismo entorno en el que ansía permanecer. Piensa que, realmente, no nos diferenciamos mucho de esos bancos de peces que se mueven al unísono en la inmensidad del mar: iguales, difuminados, diluidos. Todo esto le lleva a la siguiente pregunta: ¿por qué si existe tanto espacio ante nosotros, por ejemplo una playa, o varias, en el que seríamos capaces de poseer nuestra habitabilidad individual asegurada, entendiendo ésta como espacio vital, nos empeñamos en amontonarnos unos junto a otros dibujando edificios de vecindades contrapuestas, toalla con toalla, sombrilla con sombrilla, derrota con derrota?

            Círculos concéntricos que se solapan unos con otros hasta emborronar la imagen, que difuminan las líneas personales. Desde la distancia se ve como si, en la lejanía, existen espacios vacíos, hemos podido llegar a esta acumulación espacial, a esta vicisitud temporal tan mediocre de sociedad consumista. Total, está bien participar pero sin avasallar, sin que te echen el aliento en la nuca, sin que, en definitiva, uno se sienta, al buscar su toalla, como esa madre o ese padre pingüino recién llegado a la colonia teniendo que buscar a su retoño entre un océano de repetitivas imágenes de sí mismos. Puesto que había espacio suficiente, ¿por qué cojones se tienen que colocar al lado mismo de uno? ¿Qué no entendisteis del espacio vacío y la ocupación dinámica de las zonas disponibles, panda de borregos?

            Si con esto no tenía bastante, salió de casa a desarrollar de forma empírica el aserto. Buscó un bar lo bastante vacío como para sentarse en la barra de forma solitaria, al margen de todo. ¿Cuánto tardaría el siguiente cliente en entrar, observar la barra, y, teniéndola toda a su disposición, colocarse a esa distancia en la que a uno le entran ganas de batearlo hasta la puerta de salida por cretino? Adivinad. 

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