martes, 2 de mayo de 2017

PLAN ZAMORA10: EN BUSCA DE LOS OTROS NUEVE

             Hace unos días se produjo el encuentro Plan Zamora10, en el cual los agentes sociales zamoranos debatieron sobre que propuestas serían necesarias para colocar a Zamora en el lugar que se supone le corresponde dentro del mapa del turismo nacional e internacional. Al hilo de los resultados preliminares y de las propuestas presentadas para su posible concreción en un futuro, que esperemos no sea muy lejano dada la situación de ocaso en la que estamos inmersos, uno tiene la sensación de que es más de lo mismo y de que los presentes no se lo han currado lo suficiente como para justificar dicho encuentro. Románico, gastronomía, Semana Santa, etc., son recursos manidos hasta la saciedad desde años atrás sin que, según parece, hayan sido suficientes para sacudirnos el alelo de pasmo en el que vivimos.

            Es evidente que poseemos una riqueza monumental considerable, sobre todo en románico, que deberíamos poner en más alto valor. Pero no deja de ser algo que muchas ciudades y pueblos de España poseen, ya sea el citado arte románico, o gótico, o modernista, o simplemente un pastiche al uso antiguo. Por si solo, no es un valor que consiga la permanencia durante días de los posibles turistas o viajeros de la cultura. Las piedras se ven, se gozan, se viven y, una vez terminada la jera, ¿qué? Pues se van. Lo mismo pasa con la tan cacareada gastronomía zamorana, que parece ser que en los demás sitios del orbe nacional no comen o no poseen en las viandas ofertadas al viajero ese sabor y ese tipismo del que creemos estar en posesión única. Si por algo se caracteriza este país es por la cantidad, que no calidad, de Denominaciones de Origen o Indicaciones Geográficas Protegidas concedidas a cualquier comestible o bebible que tenga, o se le confiera “ad hoc”, alguna reminiscencia atávica en su producción, dando como resultado que lo único que no está protegido en este país es el sentido común.

            Semana Santa. Vale. Perfecto. La compro, pero, según el diccionario de la R.A.E., semana significa “conjunto de siete días” y, por lo tanto, no da para más la Santa que tenemos y que, como no podía ser menos, tienen otras muchas ciudades, que aquí vale lo mismo que para la gastronomía, se conceden los distintivos de interés a poco que vistas a dos paisanos de romanos “péplum”. Solamente nos quedaría la solución de estirarla hasta el infinito y más allá, si es preciso, pero dando lugar a que terminemos narcotizados de tanto incienso y con la glucosa por las nubes de tanta garrapiñada. Por tanto, tres posibilidades que por sí solas no surten el efecto deseado, ni siquiera conjugadas por muchas reuniones que se realicen.

            Es preciso articular la ciudad en clave cultural para que sea una ciudad viva, algo que muchos turistas y viajeros echan en falta. Que su entramado posea la viveza y el vigor de un conjunto ciudadano en movimiento y con los suficientes recursos para ofrecer al visitante. Es preciso alejar el amateurismo como forma de presentación, organización o estructura en la que basar los proyectos, sin renunciar a él, pero siempre como articulación interna de la dinámica diaria, dejando en manos empresariales y en los profesionales de cada ramo la labor de emprender de forma eficiente de cara al exterior los diversos planes, los cuales tendrían una base más solida. El amateurismo, por sí solo no atrae visitantes, sino que cae en una endogamia persistente en la que los protagonistas y sus espectadores son las dos caras de una misma moneda. No se crea riqueza por su propio origen, comenzando y finalizando sin ninguna trascendencia exterior. Abuelos, hijos y nietos representando los papeles asignados, unos en el escenario, otros aplaudiendo, y todos creyendo que la ciudad sigue viva, siendo, desgraciadamente, mentira. Válido, pero ineficaz y escaso para lo que se necesita.

            Un simple ejemplo: si dentro el mundo de la tradición hay zamoranos y foráneos que recorren kilómetros y pasa varios días en festivales de folclore de ciudades y pueblos más pequeños que Zamora, que sí han sido capaces de dotarlos de una capacidad de convocatoria atrayente para el posible cliente, ¿por qué esta ciudad no es capaz de fomentar un festival de folclore, que lo tiene, que atraiga a espectadores de otros lugares? Ya está dicho, por endogamia, por abandonar el mercado exterior de grupos profesionales y caer en el ombliguismo aficionado de grupos locales para consumo local. Y así con todos los festivales y acontecimientos que han sido en Zamora: festivales musicales, de teatro, de cine, etc, unos desaparecidos por falta de apoyo y otros en la decadencia más absoluta. La sentencia parece clara: si no te gusta, no vayas, pero deja crecer algo que, a la postre, te beneficiará. No seamos mendaces y miserables obstaculizando los intentos por hacer resurgir esta ciudad del ocaso a la que está abocada si no ponemos manos a la obra.

            En cualquier caso, si esto no es así, propongo una medida desesperada, o no: sustituir a los zamoranos por irlandeses, por ejemplo, o madrileños, o alemanes, o marcianos. Porque, a diferencia de lo que piensan muchos de aquellos, aquí no se vive bien, aquí se muere bien, con tesón.

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