Hace unos días se
produjo el encuentro Plan Zamora10, en el cual los agentes sociales zamoranos
debatieron sobre que propuestas serían necesarias para colocar a Zamora en el
lugar que se supone le corresponde dentro del mapa del turismo nacional e internacional.
Al hilo de los resultados preliminares y de las propuestas presentadas para su
posible concreción en un futuro, que esperemos no sea muy lejano dada la
situación de ocaso en la que estamos inmersos, uno tiene la sensación de que es
más de lo mismo y de que los presentes no se lo han currado lo suficiente como
para justificar dicho encuentro. Románico, gastronomía, Semana Santa, etc., son
recursos manidos hasta la saciedad desde años atrás sin que, según parece,
hayan sido suficientes para sacudirnos el alelo de pasmo en el que vivimos.
Es evidente que poseemos una riqueza
monumental considerable, sobre todo en románico, que deberíamos poner en más
alto valor. Pero no deja de ser algo que muchas ciudades y pueblos de España
poseen, ya sea el citado arte románico, o gótico, o modernista, o simplemente
un pastiche al uso antiguo. Por si solo, no es un valor que consiga la
permanencia durante días de los posibles turistas o viajeros de la cultura. Las
piedras se ven, se gozan, se viven y, una vez terminada la jera, ¿qué? Pues se
van. Lo mismo pasa con la tan cacareada gastronomía zamorana, que parece ser
que en los demás sitios del orbe nacional no comen o no poseen en las viandas
ofertadas al viajero ese sabor y ese tipismo del que creemos estar en posesión
única. Si por algo se caracteriza este país es por la cantidad, que no calidad,
de Denominaciones de Origen o Indicaciones Geográficas Protegidas concedidas a
cualquier comestible o bebible que tenga, o se le confiera “ad hoc”, alguna
reminiscencia atávica en su producción, dando como resultado que lo único que
no está protegido en este país es el sentido común.
Semana Santa. Vale. Perfecto. La
compro, pero, según el diccionario de la R.A.E., semana significa “conjunto de
siete días” y, por lo tanto, no da para más la Santa que tenemos y que, como no
podía ser menos, tienen otras muchas ciudades, que aquí vale lo mismo que para
la gastronomía, se conceden los distintivos de interés a poco que vistas a dos
paisanos de romanos “péplum”. Solamente nos quedaría la solución de estirarla
hasta el infinito y más allá, si es preciso, pero dando lugar a que terminemos
narcotizados de tanto incienso y con la glucosa por las nubes de tanta
garrapiñada. Por tanto, tres posibilidades que por sí solas no surten el efecto
deseado, ni siquiera conjugadas por muchas reuniones que se realicen.
Es preciso articular la ciudad en
clave cultural para que sea una ciudad viva, algo que muchos turistas y
viajeros echan en falta. Que su entramado posea la viveza y el vigor de un
conjunto ciudadano en movimiento y con los suficientes recursos para ofrecer al
visitante. Es preciso alejar el amateurismo como forma de presentación,
organización o estructura en la que basar los proyectos, sin renunciar a él,
pero siempre como articulación interna de la dinámica diaria, dejando en manos
empresariales y en los profesionales de cada ramo la labor de emprender de
forma eficiente de cara al exterior los diversos planes, los cuales tendrían
una base más solida. El amateurismo, por sí solo no atrae visitantes, sino que
cae en una endogamia persistente en la que los protagonistas y sus espectadores
son las dos caras de una misma moneda. No se crea riqueza por su propio origen,
comenzando y finalizando sin ninguna trascendencia exterior. Abuelos, hijos y
nietos representando los papeles asignados, unos en el escenario, otros
aplaudiendo, y todos creyendo que la ciudad sigue viva, siendo,
desgraciadamente, mentira. Válido, pero ineficaz y escaso para lo que se
necesita.
Un simple ejemplo: si dentro el
mundo de la tradición hay zamoranos y foráneos que recorren kilómetros y pasa
varios días en festivales de folclore de ciudades y pueblos más pequeños que
Zamora, que sí han sido capaces de dotarlos de una capacidad de convocatoria
atrayente para el posible cliente, ¿por qué esta ciudad no es capaz de fomentar
un festival de folclore, que lo tiene, que atraiga a espectadores de otros
lugares? Ya está dicho, por endogamia, por abandonar el mercado exterior de
grupos profesionales y caer en el ombliguismo aficionado de grupos locales para
consumo local. Y así con todos los festivales y acontecimientos que han sido en
Zamora: festivales musicales, de teatro, de cine, etc, unos desaparecidos por
falta de apoyo y otros en la decadencia más absoluta. La sentencia parece
clara: si no te gusta, no vayas, pero deja crecer algo que, a la postre, te
beneficiará. No seamos mendaces y miserables obstaculizando los intentos por
hacer resurgir esta ciudad del ocaso a la que está abocada si no ponemos manos
a la obra.
En cualquier caso, si esto no es así, propongo una medida
desesperada, o no: sustituir a los zamoranos por irlandeses, por ejemplo, o
madrileños, o alemanes, o marcianos. Porque, a diferencia de lo que piensan
muchos de aquellos, aquí no se vive bien, aquí se muere bien, con tesón.
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