Parece ser que la
salvación del hombre en general, de acuerdo con la mitología católica, y la del
socialismo español en particular, según la mitología socialdemócrata, ha
dependido, en gran medida, de la llegada de un mesías, de un líder que
ejerciera de gran timonel. La diferencia estriba en que entre la llegada del
primero, el católico y la llegada del segundo, el socialista, ha habido dos mil
años de diferencia, aunque es justo reconocer una gran similitud: a los primeros
de nada les ha servido dado el marasmo conceptual en el que se encuentran y a los segundos de nada les valdrá, me temo,
dada la falta de densidad y texto en un mensaje vaciado de los ideales que
hicieron surgir esta forma de entender la política y la sociedad y viciado de
liberalismo y capitalismo que ha gangrenado definitivamente su dialéctica.
La nueva mesías del socialismo
español, versión low cost, Susana Díaz, ha presentado su candidatura a liderar
el PSOE, partido que ha suplantado el Consejo Federal por los Consejos de
Administración, apostando en escena lo más arquetípico y añejo de los fastos
congresuales, disponiendo a su alrededor una asamblea polifónica de adulación y
adoración, arropándose en referentes de un socialismo caduco y demodé que no son,
precisamente, un gran trampolín para definir el futuro del partido socialista,
un futuro más que dudoso, por otra parte. La banda de los cuatro ubicada frente
a la tribuna, aplaudiendo acompasadamente como hacían aquellos adustos jerarcas
soviéticos desde la tribuna de autoridades en el desfile de la revolución,
representa de forma clara y contundente sobre que bases se sustenta el discurso
de la candidata: la nomenclatura intocable, la jerarquía socialista elitista,
el desapego con los militantes y el electorado potencial. Una casta que
simbolizó, consejos de administración mediante, el triunfo del dinero sobre lo
social, las grandes reconversiones industriales, la primera huelga general, la
preponderancia del sistema financiero como fuente de riqueza en lugar del
sistema productivo real, etc, de los años ochenta y principios de los noventa.
El evento excursionista de bocata con
mortadela soslayó cual es el lugar que le corresponde a un partido
supuestamente de izquierdas en un país todavía repleto de tics autoritarios en
su estructura. Parece ser que el triunfo es el único objetivo pero luego, ¿qué?
Evitar ese debate supone poner en entredicho el estado del bienestar y dejar
desprotegidas a amplias capas de la población y en manos, no lo olvidemos, de un
sistema productivo basado en el capital y que, por esa misma razón, solamente
concibe al trabajador como mano de obra barata y carente de derechos laborales,
o sea, la antítesis de lo que se supone que es el socialismo. Deberíamos no
olvidar el listado de “virtudes” con el que la nueva postulante del socialismo
español se presenta: golpe político en contra del secretario general del
partido elegido democráticamente alentada por la vieja y vetusta, guardia,
gobernar en la Comunidad de Andalucía con el apoyo de Ciudadanos, representante
de la nueva, en formato, derecha, pero derecha al fin y al cabo, estar a favor,
en consonancia, con poner en manos del Partido Popular el gobierno de la
nación, representante de las políticas más nocivas para la ciudadanía, tanto
económicas como sociales en lugar de pactar con el resto de partidos de
izquierda, y así un largo y pedregoso camino de probidades. Mesiánica y
autoritaria con perfil floricaturesco de abril, representa ese socialismo de
salón “haute couture” que, parece ser, no importa a sus feligreses, independientemente
del calado de su ideario y su formulación práctica. Aunque, ¿lo conocen?
El paradigma conceptual y político
de Susana Díaz bien podría ser como el falso curriculum de la susanista Estela
Goicoechea, Directora del Observatorio de la Salud de Cantabria y oradora
telonera en los fastos de proclamación de aquella: su falso e inflado
testamento de capacidades para el desempeño de la política, ya que en una
empresa privada no hubiera colado, simplemente le hubieran pedido el título,
que parece ser que no tenía, no es más que el arquetipo del socialismo de la
candidata: falsario, mendaz, intrigante, palaciego, todo lo contrario de lo que
representó el fundador del partido, Pablo Iglesias, y alejado de la capa social
a la que, en teoría, debiera representar.
Parafraseando a la inimitable folclórica Lola Flores,…aunque
bien podría parecerse…bueno, dejémoslo que nos enfangamos: susanistas españoles
uníos, pero luego, si queréis al partido, irse. ¡Vaya PSOEZ!
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