De entre todos los
emperadores romanos, siempre ha despertado curiosidad el cómo fue posible que,
en una época de máxima turbulencia e intrigas palaciegas, llegara al poder el
emperador Claudio. Mantenido por su familia alejado de la vida pública por sus
diversas incapacidades, la presunción incorrecta de su supuesta idiotez
inofensiva hizo que mantuviera el tipo en las más difíciles y peligrosas
circunstancias hasta convertirse inesperadamente en emperador romano, más que
por aclamación por la falta de candidatos directos, asesinados unos y
envenenados los otros. En definitiva, supo conjugar lo que creían los otros, su
conjeturada deficiencia, cultivándola en público, formando tándem con una
inteligencia nada desdeñable para sobrevivir en esa dinastía asesina.
Pues
bien, desde el entramado claudio, subida al atril, supuestamente atribulada y
con esa mirada bovina y vidriosa tan característica, alguien podría llegar a
creer que la representación tiene algún indicio de credibilidad. Con esa
estupidez tan distintiva de quienes creen que están siempre en posesión de la
verdad, de creer que su actos están bendecidos por ese supuesto acierto
consustancial a su privilegiada posición social, la lideresa del Partido
Popular madrileño, Esperanza Aguirre, escribió otra gloriosa página más de una
carrera política basada en ese tancredismo tan español y una aparente
ignorancia sobre todo lo que ocurría a su alrededor. Un patibulario
desconocimiento que muestra, una vez más, el nivel político y la catadura moral
de quienes llevan, o han llevado, las riendas del poder público.
Aunque
la susodicha pretenda disfrazar y falsear la realidad de su carrera política
con un traje de inocencia y candidez más propio del surrealismo repleto de
sicotrópicos de las series juveniles americanas, la realidad nos ha demostrado
lo contrario. Desde el Tamayazo, intriga política que la llevó a presidir la
Comunidad de Madrid por el camino más abyecto y miserable, hasta presidir el
Ayuntamiento madrileño, sus equipos de gobierno, de los que ella era
responsable última, no lo olvidemos, han mostrado el lado más oscuro y mezquino
del poder político. Son esos claroscuros los que revelan, hay que reconocerlo,
una astucia y marrullería que no concuerdan con la supuesta ingenuidad y
credulidad con la que pretende quedar exculpada de toda sospecha y culpa. Sus
tics autoritarios y sus actitudes prepotentes y chulescas dejan aflorar, por el
contrario, ese lado falto de escrúpulos para sortear todos los obstáculos y
permanecer de forma tan claudiana en el poder.
Sin
embargo, mirar para otro lado, o que te pille mirando siempre para otro lado,
no sirve como excusa. Después de tantos años es imposible aceptar que nunca
supo nada de lo que ocurría en su circunstancia más inmediata. La corrupción,
que según se está demostrando le bailaba pegada al cuerpo, ha sido santo y seña
de aquellos que fueron elegidos por ella para ostentar cargos gubernamentales,
saqueando las cuentas públicas y tejiendo una trama mafiosa de favores mutuos
amparándose en la impunidad y el cobijo de la red de alcantarillado tejida al
amparo del partido gobernante, un partido con casi más cargos políticos
imputados que electos.
En definitiva, si nunca se
enteró de nada: inútil. Si miró para otro lado: cómplice. Y si lo supo siempre:
culpable. O las tres, que así de taimado es el personaje: uno y trino. Sería
deseable que la justicia desentrañara todo ese lodazal aguirresco y, por fin,
fuera redimido aquel oscuro pasaje sin el cual esta representante del chulerío
patrio no hubiera llegado a las más altas cotas de la ignominia.
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