Hace ya tiempo que,
desde el futuro, una “terminator” doméstica vino a ilustrarnos, a enseñarnos, las
ventajas que tendría para nuestra defensa sanitaria diaria la utilización
sistemática del mágico y revolucionario producto que traía consigo, en el siempre
difícil arte, porque dejar la casa limpia es un arte, una industria para la que
es imprescindible maña y destreza, además de voluntad, de la limpieza del
hogar. Su pose de amazona, su oratoria penetrante, su impronta ejecutiva de
nívea pulcritud, su vestimenta homologable en cualquier serie de ciencia
ficción, desafiaron nuestros principios higiénicos como si, hasta su anunciación,
nuestra vida rutinaria deambulara entre la suciedad expresa y la mugre intuida.
Siempre me ha parecido algo extremo
la multitud de posibilidades de un mismo producto que existen en el mercado.
Acertar con el adecuado parece más propio del azar que de un estudio lógico de
las necesidades personales de cada uno. Da la impresión de que el verdadero
objetivo de las empresas no es, como sería razonable, dar solución a las
distintas susceptibilidades higiénicas individuales o colectivas sino, por el
contrario, sumergir al consumidor en una vorágine onírica y caleidoscópica que
mezcla, confunde, difumina, aumenta o encoge las distintas fórmulas lavativas y
los distintos formatos hasta hundir en la locura consumista al pobre diablo
atrapado en sus redes en forma de pasillos de supermercado, y conseguir, por
abandono de la propia voluntad personal, la compra masiva de todas y cada una
de las muestras por indefinición manifiesta.
Todas estas disquisiciones vienen a
cuento de un anuncio publicitario visto en televisión y que hizo que me
sumergiera en una serie de reflexiones, reconozco que un poco absurdas, y que,
no contento con mi hallazgo, compartí con mi pareja, la cual me miró con
extrañeza y, creo yo, preocupada por si mi cabeza había dejado el mundo
racional y definitivamente se había embarcado en la nave de la demencia y la
enajenación mental transitoria. Lo que vi fue lo siguiente: una marca de detergente
para lavadoras presentaba a la vez el mismo producto pero, he aquí la cuestión,
con tres cualidades distintas. El primer producto poseía la cualidad de dejar
la ropa suave y aterciopelada al tener como componente principal el suavizante.
El segundo producto destacaba por la máxima eficacia en la limpieza y acicalado
extremo de la ropa y el tercero por el cuidado sin fisuras del color. Eran el
mismo, pero no, tres recipientes distintos pero un solo detergente verdadero.
Y he aquí las distintas divagaciones
que me provocaron. Si damos por supuesto que los tres quitan la suciedad y las
manchas de la ropa, cualidad intrínseca del producto general a priori,
solamente se convierte en fundamental en el segundo de los productos citados,
ya que carece de cualquier otra cualidad que enmascare aquella. En el primero
de los productos citados, el mimosín, su principal cualidad es la suavidad, por
lo menos así se publicita, con lo cual podemos especular con que la limpieza de
la ropa no es su principal objetivo, siendo esta de nivel básico, lo cual no es
muy apetecible. El tercer producto, por el mismo razonamiento, se centra en el
cuidado del color y, por lo tanto, también tendrá un nivel mínimo en limpieza.
Ahora bien, volviendo al segundo producto, si se concentra en dejar la ropa
inmaculada, posiblemente, sea mediocre con el cuidado del color y, por ende, en
dejarla suave y acolchada. Pero, podríamos discurrir que el primero tampoco
cuida los colores al no ser su principal objetivo y que el tercero deja mucho
que desear con la suavidad. En definitiva, tres elementos que tomados de uno en
uno originan infinidad de preguntas sin respuesta y que pueden provocar
inquietud y preocupación ante la posibilidad de no estar realizando
correctamente la ablución textil.
Al final, un galimatías con una única solución, pienso
yo: adquirir los tres productos y mezclarlos en un solo recipiente sumando, así
sí, sus cualidades individuales, lo cual nos dará una ropa suave, limpia y,
cuando sea de color, cuidadas las distintas tonalidades. Aunque esto traiga
consigo una mayor ganancia para la empresa productora, a lo mejor eso es lo que
pretenden, y un estupor mayor en mi pareja al convertir la casa en un
laboratorio. Espero que su estupefacción no me lleve a la consulta del
siquiatra más próximo. A fin de cuentas, soy un empírico.
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