Hay días en los que
uno no está. Días en los que uno cogería al arco iris, al buen rollo, al
optimismo y al unicornio y les pegaría una patada en los cojones con el ansiado
deseo de que el primer bote lo peguen en Plutón. Ya sé que no son formas de
colonizar el espacio exterior, pero a alguien tenemos que mandar en primer
lugar y esto me parece una buena idea, equilibrando, de paso, las moñeces que
lleva la Pioneer desde hace años en su interior en forma de mensajes
criptográficos a ver si suena la flauta y encuentran destinatarios postales alienígenas.
Que ya veo al pobrecillo alienígena ancestral descifrando los códigos y
sufriendo una subida de azúcar, o lo que tengan a bien tener, y muriendo en el
acto. Lo cual traería consigo la paradoja de que, en vez de establecer lazos
fraternales con los posibles habitantes de esos mundos de Dios, nos declararían,
la guerra, con razón, por agredirles con armas de destrucción masiva
sicológica.
Y digo los de esos mundos de Dios
porque el Boletín Oficial del Estado (Español, para más señas) ha oficializado
vía Decreto su existencia, existencia confirmada en la sesuda frase: “las
cosas, los animales y el ser humano no se dan el ser a sí mismos, otro los hace
ser, los llama a la vida y se la mantiene”. ¡Si San Agustín levantara la cabeza
y viera a los nuevos filósofos de la Conferencia Episcopal! Vamos a ver,
cavernícolas: claro que otro los hace ser, se llaman papa y mama y los llaman a
la vida cuando follan, yacen, copulan… En definitiva, cuando se divierten. Y
mantener, mantener, lo que se dice mantener…todavía no he visto yo que Dios se
preocupe por las necesidades básicas de los hombres, así como maná caído del
cielo en forma de bocadillos de chóped, ropa, trabajo, sanidad, educación, etc,
aunque estoy de acuerdo en que a ellos si hay otro que los mantiene: se llama
Estado y les transfiere parte de nuestros impuestos para su dolce farniente. Lo
cual me lleva a pensar, equivocado o no, que son hijos de muchos padres y
madres, nosotros, los sujetos pasivos del I.R.P.F., todo sea dicho con el mayor
de los respetos y siempre dentro de la ilógica metafísica.
Pero a lo que voy, que hoy no, de
verdad. Viene uno atronando desde hace días esta insatisfacción, no sabe bien
porque, será el tiempo. Se levanta de la cama y se pregunta ¿para qué demonios
la voy a hacer si esta noche la voy a deshacer igual? Hay días que no son los
más propicios para esos rituales domésticos, algunas veces inútiles, teniendo en
cuenta que vivo en un piso y no en un escaparte de cara al público. Luego vas a
trabajar y te parece que la gente se ha puesto de acuerdo para conducir al
libre albedrío, que el dueño del bar donde todos los días tomas ese brebaje que
te vende por café, se ha levantado con ganas de fastidiar y te cuenta, aunque
tú no se los has pedido, el debate sobre el estado de la Nación, que malditas
ganas tienes tú de escucharlo, a él y al debate. ¿Dónde quedan esos camareros
discretos, siempre es su puesto, comprensivos, que saben interpretar los gestos
de su clientela y si ésta tiene ganas de hablar o no? Pues ha perdido un
cliente, por pesado, por turras, y que vaya a darle el próximo mitin a su
padre, ¡coño!
Y es que hay días en que todo parece
ponerse en tu contra, aunque solamente sea una percepción rayana en la locura.
Cualquier cosas es interpretada como una agresión o una traición. Una puerta
abierta, un texto a destiempo, una ausencia incomunicada. Uno lo va metiendo en
su túrmix mental y acaba por deconstruir, como hizo Ferrán Adrià con su
tortilla de patata, toda interpretación lógica. Al final, uno termina por abrir
el Facebook y es como si la humanidad entera si hubiera confabulado para
llevarle hasta su intimidad toda la información intrascendente del mundo
mundial, ¡qué digo!, universal. Y me dan ganas de asesinar mensajes guays más
propios de espectadores de partidos de baloncesto colegial en cualquier
película americana de sobremesa ambientada en el profundo medio-oeste, masacrar vídeos de Youtube a cada cual más incompresible, el vídeo y el razonamiento para ponerlo ante tus narices, romperle la cara a esos enlaces que te llevan a
cualquier página extraña que versa sobre cualquier temática que no te interesa
aunque siempre pasando por el peaje de un anuncio que se te planta en la
pantalla y que es imposible eliminar, maldita sea, te lo tienes que tragar sí o
sí. Y, sobre todo, descuartizar los “me gusta”, esa especie de sello o pulsera
que acredita tu supuesto buen rollo y que, parece ser, que sin ella o ello no
eres nadie. El sello, la pulsera y con el “me gusta” cuestas. ¡Si es que gusta
todo! Siempre hay un roto para un descosido, ya lo decía mi abuela. Se disparan
los “me gusta” con la misma sencillez y naturalidad con la que se disparan
balas en las películas de Tarantino y a veces con el mismo resultado siniestro.
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