Cierto tipo de
sucesos, traumáticos o no, ponen de relieve o manifiestan de forma clara y
diáfana, la asimetría con la que se originaron ciertas manifestaciones o
expresiones públicas de la camaradería, entendiendo ésta en el más amplio
sentido de la palabra, bien es cierto que sin ninguna intencionalidad ni
intereses espurios, al menos en principio y dando, de gratis, el beneficio de
la duda. Este tipo de sucesos sobrevenidos, inesperados, dirigen a los que se
encuentran inmersos en ellos, digamos que en un porcentaje muy alto, a un
replanteo vital en conjunto y al nacimiento de nuevos proyectos personales que
se convierten en esenciales y básicos desde el mismo momento en que se origina.
Inconscientemente se van sustituyendo los resortes que activaron los mecanismos
personales hasta ese momento en concreto por otros nuevos que van brotando a la
par que se van experimentando nuevas formulas de convivencia con uno mismo y
con los demás, ya sean antiguos o nuevos. La exteriorización de estos nuevos
mecanismos puede resultar incómoda para la otra parte de la ecuación en
ocasiones, principalmente cuando los viejos recursos todavía están en
funcionamiento y no han sido desactivados del todo, o como mínimo, rebajados de
intensidad.
Esta asimetría, como formulación
teórica entre lo que creemos que debemos hacer nosotros y la contraprestación
que creemos deben hacer los demás con nosotros se convierte, en múltiples
ocasiones, en una pesada losa que quiebra el ánimo más a menudo de lo que sería
conveniente y aconsejable. Ciertamente dicha asimetría no es perceptible, a
priori, ante la supuesta certeza de que, independientemente del resultado, las
acciones a realizar son las que la lealtad o la camaradería imponen en un
momento determinado, derivando en un conjunto de obligaciones, bien es verdad
que asumidas con la naturalidad que va dando la aceptación intrínseca de su
contenido, pero que la mencionada variable asimétrica va socavando en función de
las coordenadas de la que está compuesta: el tiempo y el espacio que van
multiplicando su resultado final en progresión aritmética.
Es incuestionable que dichas
coordenadas deben replantearse con el paso del tiempo contrarrestando en la
medida de lo posible el eventual daño sicológico y, a veces, físico, visceral,
que pueden llegar a producir. Hay que invertir la proposición, o al menos,
despejar alguna de las incógnitas con el objetivo de que el desequilibrio se
atempere y, con el tiempo, corregir y sustanciar todo el conjunto en pos de un
equilibrio que favorezca la estabilidad. A semejanza de los buceadores, que
después de una inmersión prolongada deben volver a la superficie ajustando el
tiempo en intervalos programados y controlando la descompresión con el objetivo
de llegar a la superficie con total seguridad, así, al parecer, hay que
conducirse en este tipo de cuestiones, por higiene mental y limpieza emocional.
Aceptar el hecho de que el sorpasso
es posible e imprescindible es aceptar el hecho de que en la propia asimetría
puede estar la solución, aunque, quizás, no definitiva. Ésta se convierte,
paradójicamente, en el equilibrio sobre el que asentar el nuevo escenario
personal. Su estabilidad proviene de su origen, ya que los parámetros
inestables sobre los que se constituyó le dieron el carácter, precisamente, que
la hizo permanecer. Por otra parte, cabe suponer que otra de las soluciones es
minar y debilitar sus fundamentos con el objetivo de romper la burbuja creada
alrededor de la misma. Y es fácil. Podemos buscar los indicios, ignorados en
principio, aquéllos que nos estuvieron comunicando, sin nosotros saberlo, acaso
sospechando, las nuevas circunstancias sobrevenidas, que nos estuvieron
poniendo ante nuestros ojos, quizás incrédulos, el asimétrico vínculo que se
estableció entonces y utilizarlos como arietes para derrumbarla con la
facilidad como se derrumbaba un arco medieval, solamente con quitar la clave,
la pieza más pequeña del mismo, y que sustentaba toda la construcción haciendo
que este se mantuviera en pie.
La asimetría nunca se volverá
simétrica, ni siquiera transitiva, porque cuando a es igual a b, pero b no es
igual a c, es imposible que a sea igual a c, ya que no se aceptan
intermediarios. Pero superar este horizonte, expandir la ecuación por el lado
supuestamente más desigual, coloca cada cosa en su sitio. Se profundiza y se
establecen nuevas constantes y, de esta forma, pueden divergir los intereses en
función de las nuevas perspectivas abiertas.
Al final, todo cambia para ser lo mismo, pero de forma
diferente. Y, en ese momento, la satisfacción termina por llegar de forma
garantizada.
"Todos nos movemos para obtener la calma" (Verso de la canción "The Gates Of Delirium", de Yes). http://youtu.be/WJRVBQtKltM
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