jueves, 19 de febrero de 2015

HABLO DE LA EDAD DEL VIENTO QUE NUNCA CONOCÍ (FINAL)

         Acariciado sutilmente tras los cristales tamizados de polvo de la venta por los primeros rayos que asomaban entre las montañas, protegido del frío que en oleadas estrellaba su furia gélida en aquella cristalera sucia, en ese momento en el que el día y la noche se confunden y se entregan a la disputa incruenta por el triunfo, en el que los olores son limpios y puros y uno no sabe todavía que dirección tomar, la del día que aclara poco a poco o la de la noche que se bate en retirada, estaba seguro que todos los allí reunidos exhalaban todas las miserias y falsedades que les atenazaban al estar, como el tiempo, en ese momento en que solamente un hilo separa el mundo de la luz del mundo de la oscuridad, ese limbo vital que moviliza y mezcla nuestros instintos más animales.

            Y allí, inmerso en sus pensamientos, atrapado por la ensoñación onírica de un tiempo imperfecto, ese tiempo que nunca ofrece una realidad cierta sino una inexistencia en forma de quimera, constató que uno nunca conoce la verdad de las cosas, la verdad de cada una de las situaciones que le toca vivir, de las vidas de los que le rodean, por mucho que uno se esfuerce por satisfacer ese derecho ético y aquéllos que le rodean sea íntimos o cercanos. Uno solamente conoce la verdad mentirosa que no se esconde tras las apariencias, que no se oculta tras las máscaras carnavalescas del artificio y de la simulación, la verdad imaginaria de las distintas situaciones de la vida.

            Se dio cuenta que su vida, al igual que las vidas de los demás, se parecen en gran medida, incluso parecen estar contenidas, en esos libros móviles o desplegables, con ilustraciones sorpresa, que nos acercan distintos escenarios donde completar nuestro discurrir cotidiano. Pasamos páginas y páginas teniendo y viviendo la obscena sensación de tener marcado el guión. Leemos en la hoja de la izquierda lo que vamos a representar en ese escenario que se abre ante nuestros ojos en la hoja de la derecha, o al revés. Actuamos como autómatas que responden, cual Siris de voz metálica, a unos parámetros introducidos de antemano, elaborados a partir de la estadística que nos ha medido antes, de la cabalística manipulación social del buen simio.

            ¿Pero qué hacer cuando ya se ha interpretado más de la mitad de las escenas visuales del cuento…chino? ¿Qué hacer cuando al pasar la página descubrimos que el artefacto que despliega nuestra siguiente escena se ha quebrado? ¿Olvidar? ¿Desechar ese trozo de vida aún cuando quedemos amputados a falta de un pedazo de nosotros mismos?

            Allí estaba él intentando desplegar los libros de la sustantividad de quienes le había acompañado tantos años sin más conocimiento que la casualidad que allí los había reunido. Pero se daba cuenta que necesitaba encajar en aquella larga escena de coleccionables de biblioteca temática, abrir su página y vivir, morir, cerrar ese capítulo y avanzar hacia otra página, quizás distinta, quizás mejor, o pero ¡quién sabe! Siempre se había preguntado si al desplegar un fragmento propio de su escena no se cerraría sin querer cualquier fragmento que, perteneciendo a otro, posea otros personajes distintos del principal hasta ese momento: él. Representamos de pronto otra escena cerrando una vida y un spin off se nos pierde en la memoria adquiriendo su propia voluntad  y pasamos a ser en ese nuevo artificio que no nos pertenece como el actor secundario Bob. De una obra salen infinitas posibilidades, infinitas secuelas. Algunas fracasarán, pero de lo que no cabe duda es que su recorrido borrará la memoria y el recuerdo del origen. Un origen que pasará de puntillas en cualquier conversación o situación, terminando por quedar olvidado, presa del ostracismo, en los estantes de un recuerdo lejano, confuso y perdido.

            Uno a uno fue cerrando cada uno de los libros abiertos en su memoria selectiva, reminiscencia de un pasado muchas veces releído. El tibio sol de media mañana incitaba a un nuevo proyecto. La obra coral celebrada hasta ese momento llegaba a su fin y cada uno de los personajes que hasta ese instante la habían sustentado sobre el escenario de una vida, estaban dando lugar a nuevas secuelas, cada uno la propia, en la que se convertirían en personajes principales. Unas cercanas, otras lejanas, tanto físicamente como emocionalmente, donde solamente el hilo conductor del recuerdo del espectador tenía la clave que pudiera evocar que una vez pisaron el mismo escenario.

            Era un buen momento para deslizarse ladera abajo y vivir al completo su nueva narración. Era la verdad que estaba buscando desde hacia tiempo, no la realidad, sino su verdad.

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