El
estertor profundo, el aliento indómito, se desvanecen ante la barbarie de lo
evidente. Ya me avisan las comadres del augurio venidero y no aprendo, nunca
aprendí, por mucho que dedique voluntades temporales, tiempo parcial
dilapidado. Dividido en el silencio, ese silencio de chatarra, como sonaban los
discos antiguos cuando llegaban al final del surco musical. Chasquidos
regulares, esbozos de suspiros acompasados que mitigan a cada paso la ausencia
de palabras, de los mensajes rítmicos que contenían, aun contienen, las
canciones que minutos antes escuchaba. Aunque ya no duele tanto la ausencia, pero
cualquier viaje se convierte irremisiblemente en un viaje interior, y en ese recorrido,
me vuelvo a reconocer, a ver mi imagen en el espejo y, entonces, vuelves.
Y se
remueven las cenizas con las que fui ungido en críptica señal de tu ayuno.
Sacrificio aceptado de renuncia terrenal y marca indeleble que aumenta la
sospecha de que nunca terminarán las vestales de cantar y publicar a los cuatro
vientos, en sus capciosos mentideros, que solamente la muerte puede salvar esta
vida dedicada. Ya recorro las calles procesionando la soledad que me atesora.
Porque quizás, yo sí, nos hemos querido, pero en días distintos, en meses
distintos o en años distintos. Aunque, a lo mejor, no son distintos, sino
equivocados. Y de este modo contribuyes, sin querer, al caos que me reinventa
cada día. Eso sí, ya calmado y vespertino, en el que las olas no golpean mi
cuerpo con la furia del amargor de la derrota, sino como mueren las olas en la
playa cuando los vientos dan descanso a su quehacer: plácidas, quedas, mínimas.
Ni
siquiera el recorrido purificador del agua me salva con la borrosa cercanía
miope que agradezco. Ya he guardado las botas de siete leguas para no recorrer
las sendas marcadas por la vorágine del descenso vertiginoso que me ahoga, finalmente,
en el horizonte establecido de antemano. El paso se ha ido quebrando y su
recorrido se ha hecho angosto, ya me aparto al lado del abismo con la esperanza
de no caer en el olvido entre los vapores de fogones compartidos y celebrados.
La imaginación no alcanzó para interpretar el sentido del juego, pero es más
divertido jugar al juego de uno mismo que seguir el guión preciso que nos
marcan. Las imaginaciones son distintas en cada uno de nosotros y algunas
vuelan de improviso al mínimo matiz que se les presenta, interpretando lo
evidente para todos con el imaginario referente que supone ir a contracorriente
de lo obvio. Nunca duró mucho la nieve en unas manos que calientan y
reconfortan.
Como
casi siempre los caminos son de vuelta, de la vuelta a empezar con la recaída
más amarga. Porque ya ni siquiera la metadona del silencio hace efecto en este
cuerpo de yonqui trasnochado, que no supo dejar en el olvido ese amor que se
introdujo por sus venas con la jeringuilla de tus ojos acerados. Drogado y
enfermizo, recorro cada noche, con la imaginación febril de la oscuridad más
absoluta, el entrecortado amalfitano que siempre soñé realizar en compañía,
oscuro objeto de deseo que se va quedando vacío con los años que se acumulan al
compás de este tango que suena a despedida.
Jaleos
de diáspora sentimental que van midiendo la verdadera dimensión de este
destierro, con el que no hace falta huir del mismo espacio que ocupamos, ya que
es un destierro que se ancla en lo más profundo de la evidencia velada que lo
sostiene. Ya la llanura se abre paso y, sobre ella, los jirones de viento
giratorio, que se acercan limpiando de nuevo la resaca que se agarra con uñas y
dientes entre el deseo y la razón abandonada de improviso. Ya la sequedad del
páramo evapora los sueños que despierto he soñado.
Sabes que es peor que el silencio? La indiferencia...
ResponderEliminarUn beso.