miércoles, 27 de marzo de 2013

LA USURA QUE NOS LLEVA


Aunque parezca mentira, vivimos en la misma Europa que hace dos mil quinientos años asistió al nacimiento del mundo clásico griego, cuna de nuestra civilización europea actual. Origen de grandes filósofos como Aristóteles, Séneca, Platón, que pusieron los cimientos que darían lugar al pensamiento filosófico occidental y, que en la actualidad, están siendo sustituidos por los nuevos gurús del pensamiento único y la corriente dominante. Dos mil años de historia tirados a la basura al sustituir al hombre como objeto sobre el que gira el mundo, por el nuevo becerro de oro del tercer milenio: el dinero.
La Europa decadente, que ha sido sustituida como potencia económica por las nuevas regiones emergentes, llamadas a establecer una nueva jerarquía en el orden mundial, busca con desesperación una nueva vía que la restituya de nuevo en los lugares preferentes que antaño pisó. Su carácter bipolar, entre el sistema capitalista que rige su economía, basado únicamente en los mercados financieros, y el estado del bienestar construido después de la Segunda Guerra Mundial, preferentemente por los partidos de la llamada socialdemocracia, ha llevado aparejadas innumerables fricciones y  continuas tensiones entre las diversas piezas de su sistema de producción. Como tampoco es cuestión de revivir el socialismo programado, ya comprobada su ineficacia en la extinta Unión Soviética y con China representando un imposible, Europa se ha inventado una nueva vía hacía el éxito: la usura económica.
Esta tercera vía supone la vuelta al crecimiento económico a través de la separación del poder político y financiero, por un lado, y la ciudadanía en general, por otro, convertida en meros agentes productivos. Se establece así un sistema de castas, en el cual aquellos gozan de todos los privilegios asociados a dicho crecimiento, mientras a estos últimos se les “bangladesiza”, expulsándolos del estado del bienestar y del sistema de protección del estado. Una vez colonizados económicamente los países del tercer mundo, la última fase es colonizar los propios países y, como en aquellos, reducir a su población a meros esclavos del sistema de producción.
La actual crisis de valores de estado está poniendo de manifiesto la deriva economicista hacia la que se dirige, si no ponemos remedio, nuestro destino. Los rescates llevados a cabo hasta la fecha tienen todos dos puntos en común: los agentes económicos y financieros son salvados por mor de la estabilidad del sistema y son los ciudadanos quienes pagan la factura de los mismos. El caso de Chipre es una vuelta de tuerca más: el rescate ya no será a través de subidas de impuestos, privatizaciones, etc, sino directamente a través de los depósitos bancarios de los ahorradores. Un atraco a mano armada realizado por quienes, en definitiva, deberían haber sido los vigilantes de que esto no ocurriera. Miles y miles de ejecutivos financieros de la Unión Europea, del F.M.I., y del B.C.E. que no vieron, por ineficacia o ineptitud, o no quisieron ver, por favorecer las directrices marcadas desde el poder político, el desastre que se avecinaba con el incremento del tamaño de los bancos, un incremento que no estaba en consonancia con el tamaño de la población de los países en los que estaban radicados. Si el caso chipriota es similar al de Islandia, como es posible que después de producido el segundo no se impidieran casos similares. Como es posible que desde la U.E. no se advirtiera a uno de sus socios que su sistema financiero caminaba hacia el desastre. Como, ahora, van a ser los trabajadores, pensionistas, empresarios, quienes paguen su inutilidad manifiesta.
La troika, ese nombre con reminiscencias de las checas estalinistas, parece actuar conforme a las normas más estrictas de “la familia”. Han convertido la Europa de los Pueblos en el nuevo Chicago de los años 20, donde el poder económico dirige sus negocios desde las cloacas más infectas gracias a un poder político corrompido, servil con sus amos. Sus advertencias y amenazas a los países con problemas, más propia de chulos de barrio o de matones de medio pelo, parece confirmar que, de nuevo, el autoritarismo político, el totalitarismo económico y el despotismo social vuelven a esta vieja Europa, que parece olvidar su historia con demasiada facilidad.

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