Me
levanto la sotana, miro al ombligo, que gran placer cuando acaricio el
crucifijo”, es una estrofa de la canción de Barricada “En nombre de Dios”. Me
ha venido a la memoria cuando he escuchado a través de los medios de
comunicación la noticia de que el Obispado de Alcalá va a organizar un curso
sobre sexualidad. El curso se estructura en 45 minutos de charla y otros 45
minutos de rezo y su eslogan es: “El sexo como Dios manda”. Pues eso, mandar,
mandar, no sé lo que manda Dios, pero manda huevos la cosa.
En
principio, nótese el equilibrio temporal del curso, por cada minuto de sexo un
minuto de rezo. Esto denota la inexperiencia de la iglesia en este tipo de
eventos carnales. En cualquier curso de aplicación práctica prima sobre la teoría
la parte manual del mismo, esa que da la medida del conocimiento adquirido.
Aquí, la iglesia, fiel a si misma, castra la parte activa y la sustituye por el
rezo del arrepentimiento hipócrita. Si, según su decálogo, no debes cometer
actos impuros, para que su enseñanza, ya que no creo que ningún católico en su
sano juicio, una vez acabada la coyunda, cuando lo que le apetece es un
cigarrito rico, se ponga de rodillas a rezar por el supuesto pecado cometido,
con el sudor del orgasmo sobrevenido todavía en la piel y resonando en el
recuerdo los jadeos emitidos.
Por
otra parte, ¿qué tipo de sexo enseñaran en este curso? Y sobre todo, ¿quiénes
serán los profesores? No son baladís estas preguntas ni tampoco lo deben ser
las respuestas. Desde siempre el sexo ha sido para la catolicidad recalcitrante
algo sucio, más propio de animales, es decir del resto de la humanidad no
católica, que de sus bienaventuradas almas. De hecho todavía no doy crédito al
número de católicos que existen por el mundo ante la visión aberrante que
tienen sobre el acto que puede dar lugar a la reproducción, ya deberían estar
extinguidos y, sin embargo, cada vez hay más. Entonces, debe ser que tienen
asumido la tristeza de su destino sexual.
Intento
imaginar como se pueden despachar sus teorías sexuales y el formato elegido
para ello y, os lo puedo asegurar, no lo consigo. Es imposible separar el instinto,
el deseo, la imaginación, el juego e incluso el ir más allá, del acto sexual y,
por tanto, si lo dejas desprovisto de toda esa capa de lujuria, la cual ha sido
criticada por la iglesia como impropia de la naturaleza humana que ellos
proclaman, ¿qué queda?, pues la tristeza, el aburrimiento y el desánimo, es
decir, lo que ellos entienden por sexo. El acto sexual, para ellos, solamente
debe ser un acto reproductivo, que debe estar falto de todo envoltorio lúdico,
lúbrico y pasional, sin dejarse llevar por los bajos instintos.
Y los
profesores. Mmm…los profesores. ¿Quiénes son? Si quién da el curso es un
sacerdote y damos por supuesto, que es mucho suponer a la vista de todo lo que
ha salido a la luz en los últimos años, que no tienen conocimiento carnal de
moza o mozo, ¿qué demonios pueden enseñar? ¿Hablarán de oídas? ¿Habrán hecho un
curso acelerado de películas porno? Es lo mismo que si yo organizo un curso
sobre “La Aplicación práctica de la mecánica de partículas en la astrofísica de
planetas”. Un sinsentido, vamos. Nos pasaríamos todo el tiempo del curso en el
bar tomando unas cañas, certificado de participación y a otra cosa. Por otro
lado, si los que dan los cursos son seglares y, como hemos dicho antes, su
visión sobre la sexualidad es la visión castrada de quien ve el sexo como un
enemigo, solamente estarán reproduciendo los viejos estereotipos gastados y
dando lugar a generaciones atribuladas por la eterna disyuntiva de lo que les dicen
que pueden hacer y lo que realmente desean hacer. Para ellos si que esta vida
será un valle de lágrimas.
Y lo
curioso del caso es que, en el fondo, la iglesia ha sido pionera en una de las
muchas variables sexuales con las que hoy nos encontramos. El cilicio,
artefacto inhibidor del deseo de los practicantes de la abstinencia sexual,
podría ser el precursor del bondage, del bukkake, del sado o del masoquismo,
solamente hace falta verlo como ese juguete que algunos desean que le echen los
reyes. El dolor como vía de acceso al placer es una constante dentro del juego
sexual más perverso. Ellos lo llamarán aberración, pero allá que van y lo usan.
En
fin, que como única conclusión que se me ocurre sobre el sexo como dios manda,
es que lo único aprovechable es la posible incorporación al típico imaginario
de roles en los juegos sexuales, véase el profesor y la colegiala, el butanero
y el ama de casa, el doctor y la enfermera, etc, del reprimido/a profesor/a de
sexo y del alumno/a que se inicia en estas lides. Podéis imaginar cada uno como
se desarrolla la escena en función del grado de perversión que cada uno tenga
en su lujurioso cerebro. Ah¡ los podéis vestir como queráis, yo propongo el
gris tristeza para los dos, y ya le daremos color al asunto.
P.D. A
partir de ahora ya no se le dirá a la pareja quien arriba y quien abajo, sino
como lo quieres: como dios manda o al libre albedrío.
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