Estoy
intentando ver como la línea del tiempo se quiebra, pero realmente no siento
nada. No llego a ver la diferencia temporal entre un supuesto tiempo acabado y
un supuesto tiempo que empieza de nuevo. Sentado frente a frente, escruto con
la mirada el reloj con la esperanza vana. Las agujas horarias han ido avanzando
de forma inmisericorde con el mismo sonido repetitivo de siempre, ni siquiera
han variado de tonalidad para hacerme un guiño de advertencia. Desde la ventana
de incomunicación tóxica, los distintos presentadores se empeñan en hacerme
creer que la vida tiene diferentes tiempos y que uno de ellos se acaba pronto
para dar entrada al siguiente. Sin embargo, las horas son iguales, su medida y
espacio siguen siendo uniformes. Entonces, ¿cómo puedo saber si he dejado atrás
el año viejo y he entrado en el nuevo? Acaso, he quedado cautivo del tiempo
lineal que me vive mientras el resto de la humanidad avanza sobre un tiempo
nuevo, donde las medidas son distintas, donde los espacios son variables y las
direcciones de destino mentiras conocidas.
Sin
embargo, nuestro tiempo nació con el tiempo. Su discurrir ha sido monocorde a
lo largo de su viaje. Somos nosotros quienes nos empeñamos en dividirlo y
estancarlo en celdas temporales. Quizás sea esta la única manera de poder
vivirlo, pero el tiempo, como la corriente de un río, nunca se para, prosigue
impasible su viaje sin final aparente. Creamos la ilusión de poder dominarlo,
lo camuflamos entre otros quehaceres y al dejar atrás estos, creemos que
dejamos atrás el tiempo. Pero, el tiempo es el mismo, el de ahora y el de antes
y el de después. Cambiamos nosotros, nuestro entorno, pero nuestro verdugo es
el mismo que el de forma general rige el mundo. Avanzan las horas y, ahora, por
la ventana de incomunicación tóxica se asoma la gente en estado de alegría y
felicidad extrema. ¿Lo habrán conseguido? ¿Su tiempo será distinto del mío? Año
nuevo, vida nueva. Estafa para pobres.
Sí,
estafa para pobres. Porque no hemos dejado atrás ninguno de los problemas
atrapados en el tiempo que se empeñan en cerrar. Día uno, veinte, treinta y
uno. Enero, abril, septiembre. Da igual, el tiempo ha ido avanzando insensible
a nuestros esfuerzos por enjaularlo en cómodos plazos que nos permitan la vana
ilusión de tener su control y, sobre todo, de poder pagarlos. Lo denominamos de
mil formas, pero en realidad solamente existe uno, aquel que desde la distancia
se ríe de nosotros mientras juega al gato y al ratón con nuestra vida. Lo
reglamos con dígitos con la esperanza de que el hecho de añadirle uno más al
antiguo acabe de un plumazo con todo lo que no queremos recordar. Se organizan
grandes eventos en su honor como forma ritual de purificación de nuestros
espíritus y formamos parte del aquelarre de felicidad sobrevenida con que nos bañamos
en la noche designada para el orgasmo colectivo. Pero…
Las
horas han ido avanzado y la ciudad despierta de la resaca de felicidad
impostada con la que nos adornamos. La conciencia va recobrando la lucidez
perdida y nos vamos dando cuenta de que la tarde, esta tarde nueva, se parece
demasiado a la de ayer, a la de antes de ayer, a cualquier tarde de la vida
que, hace unas horas, creímos cerrada. Vamos sustituyendo las frases de
catálogo navideño por aquellas que van revelando la realidad cierta. Empezamos
a darnos cuenta de que otro año hemos ido cayendo en el engaño anual y que,
realmente, no hay nada que haya cambiado. Los problemas siguen ahí, esperando
la solución siempre retrasada, esa solución que imaginamos que se nos revelaría
entre los vapores etílicos a la hora del cambio de año. Pero la mochila sigue
llena, no se ha vaciado con el paso adelante y su tiempo es el tiempo real de
nuestra vida. Lo demás son promesas de catálogo electoral prostituido. Una
supuesta energía para afrontar el futuro, que si no teníamos antes, no puede
ser que se nos haya inoculado por vía intravenosa. El problema sigue siendo el
problema, la solución sigue siendo la solución y su tiempo es el mismo. Ahora y
antes, nada ha cambiado. Simplemente nos hemos creído otra vez el cuento del
año nuevo. Nada más.
Van
corriendo las últimas horas del primer día del año nuevo. El tiempo sigue
avanzado impertérrito y nosotros nos equivocamos imprimiendo fotocopias del
mismo todos los años. Quizás estemos realmente con el tiempo de pasada.
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