miércoles, 2 de enero de 2013

LA TRAMPA DEL TIEMPO


Estoy intentando ver como la línea del tiempo se quiebra, pero realmente no siento nada. No llego a ver la diferencia temporal entre un supuesto tiempo acabado y un supuesto tiempo que empieza de nuevo. Sentado frente a frente, escruto con la mirada el reloj con la esperanza vana. Las agujas horarias han ido avanzando de forma inmisericorde con el mismo sonido repetitivo de siempre, ni siquiera han variado de tonalidad para hacerme un guiño de advertencia. Desde la ventana de incomunicación tóxica, los distintos presentadores se empeñan en hacerme creer que la vida tiene diferentes tiempos y que uno de ellos se acaba pronto para dar entrada al siguiente. Sin embargo, las horas son iguales, su medida y espacio siguen siendo uniformes. Entonces, ¿cómo puedo saber si he dejado atrás el año viejo y he entrado en el nuevo? Acaso, he quedado cautivo del tiempo lineal que me vive mientras el resto de la humanidad avanza sobre un tiempo nuevo, donde las medidas son distintas, donde los espacios son variables y las direcciones de destino mentiras conocidas.
Sin embargo, nuestro tiempo nació con el tiempo. Su discurrir ha sido monocorde a lo largo de su viaje. Somos nosotros quienes nos empeñamos en dividirlo y estancarlo en celdas temporales. Quizás sea esta la única manera de poder vivirlo, pero el tiempo, como la corriente de un río, nunca se para, prosigue impasible su viaje sin final aparente. Creamos la ilusión de poder dominarlo, lo camuflamos entre otros quehaceres y al dejar atrás estos, creemos que dejamos atrás el tiempo. Pero, el tiempo es el mismo, el de ahora y el de antes y el de después. Cambiamos nosotros, nuestro entorno, pero nuestro verdugo es el mismo que el de forma general rige el mundo. Avanzan las horas y, ahora, por la ventana de incomunicación tóxica se asoma la gente en estado de alegría y felicidad extrema. ¿Lo habrán conseguido? ¿Su tiempo será distinto del mío? Año nuevo, vida nueva. Estafa para pobres.
Sí, estafa para pobres. Porque no hemos dejado atrás ninguno de los problemas atrapados en el tiempo que se empeñan en cerrar. Día uno, veinte, treinta y uno. Enero, abril, septiembre. Da igual, el tiempo ha ido avanzando insensible a nuestros esfuerzos por enjaularlo en cómodos plazos que nos permitan la vana ilusión de tener su control y, sobre todo, de poder pagarlos. Lo denominamos de mil formas, pero en realidad solamente existe uno, aquel que desde la distancia se ríe de nosotros mientras juega al gato y al ratón con nuestra vida. Lo reglamos con dígitos con la esperanza de que el hecho de añadirle uno más al antiguo acabe de un plumazo con todo lo que no queremos recordar. Se organizan grandes eventos en su honor como forma ritual de purificación de nuestros espíritus y formamos parte del aquelarre de felicidad sobrevenida con que nos bañamos en la noche designada para el orgasmo colectivo. Pero…
Las horas han ido avanzado y la ciudad despierta de la resaca de felicidad impostada con la que nos adornamos. La conciencia va recobrando la lucidez perdida y nos vamos dando cuenta de que la tarde, esta tarde nueva, se parece demasiado a la de ayer, a la de antes de ayer, a cualquier tarde de la vida que, hace unas horas, creímos cerrada. Vamos sustituyendo las frases de catálogo navideño por aquellas que van revelando la realidad cierta. Empezamos a darnos cuenta de que otro año hemos ido cayendo en el engaño anual y que, realmente, no hay nada que haya cambiado. Los problemas siguen ahí, esperando la solución siempre retrasada, esa solución que imaginamos que se nos revelaría entre los vapores etílicos a la hora del cambio de año. Pero la mochila sigue llena, no se ha vaciado con el paso adelante y su tiempo es el tiempo real de nuestra vida. Lo demás son promesas de catálogo electoral prostituido. Una supuesta energía para afrontar el futuro, que si no teníamos antes, no puede ser que se nos haya inoculado por vía intravenosa. El problema sigue siendo el problema, la solución sigue siendo la solución y su tiempo es el mismo. Ahora y antes, nada ha cambiado. Simplemente nos hemos creído otra vez el cuento del año nuevo. Nada más.
Van corriendo las últimas horas del primer día del año nuevo. El tiempo sigue avanzado impertérrito y nosotros nos equivocamos imprimiendo fotocopias del mismo todos los años. Quizás estemos realmente con el tiempo de pasada.

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