Sentado,
acababa de apagar la luz de la memoria. En la oscuridad densa de las cuatro
paredes que cobijaban su vida, se dio cuenta de que su intento estaba condenado
al fracaso. Locura transitoria del teatro de los recuerdos, aquellos que se
metamorfosean y se fabulan a si mismos con el paso del tiempo. De pronto se vio
de niño. Aquel nerviosismo previo a la gran noche en la que unos seres mágicos,
en aquel tiempo pasado tan reales, visitarían la casa y dejarían en ella los
regalos propios de los que, magnánimamente, con mucha benevolencia, se habían
portado bien. ¿Se había portado él siempre bien? No recordaba lo contrario, por
lo tanto aquellos regalos de Reyes siempre debieron estar justificados. O al
menos eso creyó siempre. ¿Y ahora?.
Con el
paso de las horas, sus parpados comenzaban a ceder a la noche negra. Su mente
evocó de pronto aquellas cabalgatas teatrales en la que se daba carta de
naturaleza a la llegada real. La inocencia inocente de quien veía en la
televisión la misma obra unas horas antes con distintos actores y daba por
cierto el engaño. Miles de comitivas distintas desfilaban como si en aquellas
horas el mundo se hubiera llenado de replicantes de oropel barato y betún
fabricados en cadena para la ocasión. Y, aún así, esperabas tu regalo, pero
¿qué esperaba él ahora?
Las
horas, los minutos, hasta los segundos se ralentizaban en su confusión y
pasaban lentamente, tan lentamente, y él no atisbaba indicios de su búsqueda. Parecía
que el tiempo no sabía que significaba en realidad, que no sabía que era él y
debía seguir con el tempo marcado desde el origen de todo. Podía pensar que,
incluso, su vida se representaba en una realidad paralela regida con otras
coordenadas. Pero, aún así, de ser cierto, deberían llegar. Una idea fue
avanzando a trompicones por su consciente hasta tenerla ante sus ojos. En todo
tiempo, desde que el tiempo es tiempo, esos seres magos y reales a la vez,
habrían sido en realidad los depositarios del secreto que mueve los hilos del
espacio-tiempo. Ese misterio que los científicos llevan años buscando
demostrar. De esta forma, se moverían por el mundo a través de infinitos
agujeros de gusano, doblegando al tiempo hasta hacerlo curvo y cercano. Puertas
interestelares de comunicación inmediata. En todo caso, ¿dónde quedaba la parte
religiosa con la que siempre nos habían amenazado? Quizás fue ahí, en ese
momento, cuando la razón se despertó, en el que la desilusión triunfó y acabó
el engaño.
Escocían
los ojos. Se rebelaban contra la imposición de aquella vigilia absurda. Creyó
escuchar ruidos y se levantó, pero solamente eran aquellos a los que esta noche
solamente trae regalos más terrenales y lúbricos y llegan a casa hastiados
hasta el vómito. Ahora sí, se aceleraban las horas y ya, en la lejanía, se
podía imaginar el alba. Pero había que insistir y se acurrucó aún más en la
manta esperando la llegada imprevista. En todo caso, si se producía ¿qué les preguntaría?
¿Cuáles serían los porqués? O, acaso, simplemente quería comprobar la veracidad
del cuento, de que parte de su vida, su infancia, no había sido una mentira y
se perdiera para siempre.
Cerró
los ojos y vio el fracaso. El fracaso que supone perder aquella virginal
ignorancia y adentrarnos en una realidad sin regalos porque sí, porque uno es
bueno. Los regalos ya no son regalos sino conquistas y con el tiempo se
producen más las pérdidas. Se intenta proyectar el juego en la nueva infancia,
añorando de paso la nuestra. Al final comprendemos que realmente lo único verdadero
es que somos los Reyes Magos de nosotros mismos y que todo lo demás ha sido un
entretenimiento exotérico para muchedumbres ansiosas por trascender, a las que
se les vende, precisamente, lo que piden.
La
noche terminó y con ella la vigilancia. Nadie había llegado y había depositado
para él su regalo. Aquella oportunidad pedida tantas veces. Levantándose y
yendo hacía la ventana se fue sintiendo como el más importante miembro de la
secta de los necios. Necio por creer, necio por creer que se haría realidad,
necio por pensar que existen Reyes Magos o estrellas fugaces a los que pedir
deseos que la realidad, la cruda realidad se empeña en no conceder. Desde la
ventana observó el nuevo día con otra perspectiva, ahora era el turno de pasar
página y dejar atrás las cenizas del pasado, todas, sin excepción.
ESTA BIEN EL PASAR PÁGINA, ¡¡SEGURO¡¡
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