miércoles, 5 de septiembre de 2012

MUERTE DE UN TAMBORILERO (2ª PARTE)


De nuevo en la habitación que tenía preparada como despacho, se puso cómodo. Se preparó un whisky con agua y para estar más concentrado en su quehacer, cerró todas las ventanas, a pesar de ser una tarde calurosa del mes de julio, con el fin de evitar los ruidos procedentes del exterior. Hizo una gran cafetera, que puso a su lado en la mesa, y procedió a continuar con su labor. Cogió el siguiente caso, pero lo apartó hacia un lado. Era el último que quería leer. A fin de cuentas procedía de la misma provincia que la llamada recibida por la mañana. Debía ser su nexo con lo ocurrido nuevamente y que había hecho resurgir su pasado. Su mente se fue distrayendo con los recuerdos que se iban agolpando en la cabeza. El gran revuelo que supusieron estos crímenes en los periódicos locales e incluso el gran eco que levantaron cuando salieron publicados en el periódico El Caso. Tiempos de censura y escasez de noticias que hacían que este tipo de publicaciones perduraran en el tiempo y fueran tema de conversación en bares y colmados y, sobre todo, en el marujerío propio de los portales de vecindad. Ante el camino que llevaban sus pensamientos, tuvo que apartarlos, no sin esfuerzo, y regresar a lo real, a lo que tenía delante de sus narices. Entrevistas, interrogatorios, pruebas, etc, que realmente no sirvieron de mucho. ¿Servirían ahora?
Repasó, no sin cierta desgana, un caso que había ocurrido en la provincia de Huelva un año después del crimen de Villamayor de las Fuentes. En los días anteriores a la fiesta del Rocío, había aparecido muerta en el camino a la aldea una mujer vestida con el traje típico de sevillana. Se determinó que la causa de la muerte fue por estrangulamiento, aunque lo sorpresivo de dicha estrangulación fue que se había producido con las correas de cuero de las castañuelas, que varios testigos afirmaron que eran las que llevaba tocando desde que salió de Utrera. Las castañuelas en sí, se las habían colocado atadas a los bordes de las correas, de forma que aquello parecía un escapulario etnográfico. Una broma macabra de su asesino. Aunque este hecho podía tener cierta similitud con los que él había investigado, resultó todo más sencillo. Fue detenido en la localidad de Chipiona un representante de ropa interior femenina que confesó que había sido el responsable del crimen. La causa del mismo fue la determinación de la mujer a realizar el camino cantando coplillas hechas ex profeso para la ocasión, relatando su romance secreto a los cuatro vientos, después de enterarse de que su amante también lo era de otras cuatro mujeres. Al final, cuernos, la causa más vieja del mundo.
Aparto el legajo con el caso recién leído. La jarra de café estaba ya por la mitad y el whisky era ya el tercero. Con las ventanas cerradas para impedir la entrada de ruido, la temperatura había subido unos cuantos grados y estaba empezando a sudar de lo lindo. Su mente se iba embotando por momentos y tuvo ganas de vomitar. Se levantó al lavabo y se refrescó la cara con agua fría. Se miró al espejo y éste le devolvió un rostro surcado de arrugas, envejecido por los años y las vicisitudes acaecidas. De pronto se acordó de Alejandra, su mujer, así la consideraba él aunque no estaban casados. Le había dejado en plena efervescencia de los casos que de nuevo, muchos años después, estaba leyendo. Su obsesión por aquellos crímenes, su dedicación casi militar a su esclarecimiento, les habían ido alejando poco a poco. Sus largos periodos fuera de casa fueron minando los cimientos de su relación y un día, a la vuelta de uno de ellos, se encontró con la casa vacía. En la mesa del salón solamente una nota de adiós. Así de sencillo. Mientras buscaba criminales, él se había convertido en uno de ellos y había asesinado, bien es cierto que sin querer, su relación. Desde entonces vive solo en el apartamento que compartieron juntos. Años después recibió una carta de un pueblecito de Austria, Taufkirchen, en las cercanías de Salzburgo, comunicándole su enlace con un charcutero. Un hombre bueno, según ella, que se pasaba las horas bailando danzas típicas del lugar vestido con un peto de cuero. Recuerda como sonrió cuando estaba leyendo esto último y su impresión de que tarde o temprano tendría que ir a investigar el crimen del charcutero cuando apareciera muerto colgado de los tirantes del dichoso peto. Pero solamente eran celos, todavía la quería y, aún hoy, la sigue queriendo, aunque no hable jamás de ella con nadie.
La tarde iba declinando y las ventanas cerradas con las persianas bajadas acentuaban dicha sensación. Decidió levantar un par de ellas y entrar otra vez en contacto con la realidad más cercana. Aún así, leyó un par de casos más, deteniéndose con mayor precisión en un crimen que se había producido al final de su carrera en la localidad asturiana de Val de los Oscos. Allí, en un festival folclórico en el que participaban grupos de diversas ciudades españolas, apareció muerto al final del mismo un integrante del grupo anfitrión. El muerto había interpretado el popular baile del corri-corri ataviado con una pandereta tocada con un aparato parecido a un palo corto con el que la golpeaba, llevando el ritmo de la danza. Dicho palo apareció clavado en su pecho, igual que el puntero de la gaita de O Boiro y la dulzaina de Villamayor de las Fuentes, pero además, con la pandereta le habían golpeado la cabeza y se la habían dejado a modo de collarín ortopédico. A raíz del suceso le habían destinado provisionalmente a la comisaría de Oviedo, por su experiencia en este tipo de crímenes, a la vez que desde la Central de Madrid se desplazaba un grupo especial de la Brigada de Crímenes Sectarios ante lo aparatoso del caso, ya que este festival había tenido cobertura televisiva y todos los medios de comunicación se hicieron eco del mismo. Sin embargo el resultado fue el que el previó desde el principio, caso cerrado sin culpables. Solamente quedan en su recuerdo y en los papeles que conservó con tanto celo, hasta ahora no sabía porque, las palabras que le dijo un hombre mayor del pueblo cuando se disponía a abandonarlo en dirección a su casa: -“ahora que es un espíritu y no se cansa, podrá bailar sin tregua el corri-corri toda la eternidad. Es un descanso”. Cuando fue a preguntarle si el descanso era para él o para los vecinos de pueblo, el anciano ya se había dado la vuelta y se alejaba con una rapidez que sus muchos años no anticipaban.
Esa noche tuvo todas las pesadillas del mundo. Aquelarre de sangre en orgía etnográfica. Aún así, tuvo tiempo de dormir lo suficiente para proseguir con lo que tenía programado para el día siguiente.
Continuará…

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