De nuevo en la habitación que
tenía preparada como despacho, se puso cómodo. Se preparó un whisky con agua y
para estar más concentrado en su quehacer, cerró todas las ventanas, a pesar de
ser una tarde calurosa del mes de julio, con el fin de evitar los ruidos
procedentes del exterior. Hizo una gran cafetera, que puso a su lado en la
mesa, y procedió a continuar con su labor. Cogió el siguiente caso, pero lo
apartó hacia un lado. Era el último que quería leer. A fin de cuentas procedía
de la misma provincia que la llamada recibida por la mañana. Debía ser su nexo
con lo ocurrido nuevamente y que había hecho resurgir su pasado. Su mente se
fue distrayendo con los recuerdos que se iban agolpando en la cabeza. El gran
revuelo que supusieron estos crímenes en los periódicos locales e incluso el
gran eco que levantaron cuando salieron publicados en el periódico El Caso.
Tiempos de censura y escasez de noticias que hacían que este tipo de publicaciones
perduraran en el tiempo y fueran tema de conversación en bares y colmados y,
sobre todo, en el marujerío propio de los portales de vecindad. Ante el camino
que llevaban sus pensamientos, tuvo que apartarlos, no sin esfuerzo, y regresar
a lo real, a lo que tenía delante de sus narices. Entrevistas, interrogatorios,
pruebas, etc, que realmente no sirvieron de mucho. ¿Servirían ahora?
Repasó, no sin cierta desgana, un
caso que había ocurrido en la provincia de Huelva un año después del crimen de
Villamayor de las Fuentes. En los días anteriores a la fiesta del Rocío, había
aparecido muerta en el camino a la aldea una mujer vestida con el traje típico
de sevillana. Se determinó que la causa de la muerte fue por estrangulamiento,
aunque lo sorpresivo de dicha estrangulación fue que se había producido con las
correas de cuero de las castañuelas, que varios testigos afirmaron que eran las
que llevaba tocando desde que salió de Utrera. Las castañuelas en sí, se las
habían colocado atadas a los bordes de las correas, de forma que aquello
parecía un escapulario etnográfico. Una broma macabra de su asesino. Aunque
este hecho podía tener cierta similitud con los que él había investigado,
resultó todo más sencillo. Fue detenido en la localidad de Chipiona un representante
de ropa interior femenina que confesó que había sido el responsable del crimen.
La causa del mismo fue la determinación de la mujer a realizar el camino
cantando coplillas hechas ex profeso para la ocasión, relatando su romance
secreto a los cuatro vientos, después de enterarse de que su amante también lo
era de otras cuatro mujeres. Al final, cuernos, la causa más vieja del mundo.
Aparto el legajo con el caso
recién leído. La jarra de café estaba ya por la mitad y el whisky era ya el
tercero. Con las ventanas cerradas para impedir la entrada de ruido, la
temperatura había subido unos cuantos grados y estaba empezando a sudar de lo
lindo. Su mente se iba embotando por momentos y tuvo ganas de vomitar. Se
levantó al lavabo y se refrescó la cara con agua fría. Se miró al espejo y éste
le devolvió un rostro surcado de arrugas, envejecido por los años y las
vicisitudes acaecidas. De pronto se acordó de Alejandra, su mujer, así la
consideraba él aunque no estaban casados. Le había dejado en plena
efervescencia de los casos que de nuevo, muchos años después, estaba leyendo.
Su obsesión por aquellos crímenes, su dedicación casi militar a su
esclarecimiento, les habían ido alejando poco a poco. Sus largos periodos fuera
de casa fueron minando los cimientos de su relación y un día, a la vuelta de
uno de ellos, se encontró con la casa vacía. En la mesa del salón solamente una
nota de adiós. Así de sencillo. Mientras buscaba criminales, él se había
convertido en uno de ellos y había asesinado, bien es cierto que sin querer, su
relación. Desde entonces vive solo en el apartamento que compartieron juntos.
Años después recibió una carta de un pueblecito de Austria, Taufkirchen, en las
cercanías de Salzburgo, comunicándole su enlace con un charcutero. Un hombre
bueno, según ella, que se pasaba las horas bailando danzas típicas del lugar
vestido con un peto de cuero. Recuerda como sonrió cuando estaba leyendo esto
último y su impresión de que tarde o temprano tendría que ir a investigar el crimen
del charcutero cuando apareciera muerto colgado de los tirantes del dichoso
peto. Pero solamente eran celos, todavía la quería y, aún hoy, la sigue
queriendo, aunque no hable jamás de ella con nadie.
La tarde iba declinando y las
ventanas cerradas con las persianas bajadas acentuaban dicha sensación. Decidió
levantar un par de ellas y entrar otra vez en contacto con la realidad más
cercana. Aún así, leyó un par de casos más, deteniéndose con mayor precisión en
un crimen que se había producido al final de su carrera en la localidad
asturiana de Val de los Oscos. Allí, en un festival folclórico en el que
participaban grupos de diversas ciudades españolas, apareció muerto al final
del mismo un integrante del grupo anfitrión. El muerto había interpretado el
popular baile del corri-corri ataviado con una pandereta tocada con un aparato
parecido a un palo corto con el que la golpeaba, llevando el ritmo de la danza.
Dicho palo apareció clavado en su pecho, igual que el puntero de la gaita de O
Boiro y la dulzaina de Villamayor de las Fuentes, pero además, con la pandereta
le habían golpeado la cabeza y se la habían dejado a modo de collarín
ortopédico. A raíz del suceso le habían destinado provisionalmente a la
comisaría de Oviedo, por su experiencia en este tipo de crímenes, a la vez que
desde la Central de Madrid se desplazaba un grupo especial de la Brigada de
Crímenes Sectarios ante lo aparatoso del caso, ya que este festival había
tenido cobertura televisiva y todos los medios de comunicación se hicieron eco
del mismo. Sin embargo el resultado fue el que el previó desde el principio, caso
cerrado sin culpables. Solamente quedan en su recuerdo y en los papeles que
conservó con tanto celo, hasta ahora no sabía porque, las palabras que le dijo
un hombre mayor del pueblo cuando se disponía a abandonarlo en dirección a su
casa: -“ahora que es un espíritu y no se cansa, podrá bailar sin tregua el
corri-corri toda la eternidad. Es un descanso”. Cuando fue a preguntarle si el
descanso era para él o para los vecinos de pueblo, el anciano ya se había dado
la vuelta y se alejaba con una rapidez que sus muchos años no anticipaban.
Esa noche tuvo todas las
pesadillas del mundo. Aquelarre de sangre en orgía etnográfica. Aún así, tuvo
tiempo de dormir lo suficiente para proseguir con lo que tenía programado para
el día siguiente.
Continuará…
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