Se levantó lento de reflejos. Las pocas horas en las que
había conseguido conciliar el sueño fueron un reflejo anfetamínico de todo lo
leído en la tarde anterior. Fue a la cocina y tomó de un solo trago una gran
taza con el café que había sobrado de la noche anterior. A continuación, se
dirigió a la nevera y echó un vistazo rápido a las existencias de la misma.
Medio paquete de pan de molde y un trozo de queso le convencieron rápidamente
sobre la conveniencia de quedarse en casa a comer y no perder tiempo en bajar
al bar de costumbre. Se lavó la cara escuetamente y, todavía en pijama, se
dirigió al despacho, el cual se estaba convirtiendo en la capilla totémica
donde, desde el día anterior, estaba asimilando de nuevo hechos lejanos en su
vida, interiorizándolos y poniéndolos en valor, esta vez sin desgarro alguno.
Tomó el
legajo que la tarde anterior había apartado para leerlo en último lugar. Como
ya se ha dicho, procedía de la provincia de donde llegó la llamada que lo
inició todo. Para él tenía un valor especial ya que fue el caso en el que más
cerca estuvo de descubrir la verdad. Una sensación que recorrió todo el caso
desde que pisó el pueblo de Hayedo de la Carballeda, en la provincia de Zamora.
Era un crimen con una sorpresiva similitud con el crimen de O Boiro. Para
empezar, el lugar. Dos pueblos radicados en una sierra pródiga en arbolado
siempre verde, prados y huertos por los alrededores y riachuelos en abundancia.
Un lugar idílico en plena naturaleza, salvo porque debajo de esa postal
natural, de ese idílico discurrir del tiempo, se produjeron hechos horribles
que denotaban soterrados enfrentamientos. Eso fue lo que pensó él. La otra
similitud entre los dos crímenes procedía de que en este último también el
asesinado era un gaitero. Además había aparecido igualmente con el puntero de
la gaita clavado en el pecho y el fole rajado hasta su completa destrucción.
Parecía que la vida le ponía ante sí una nueva oportunidad de descubrir al
culpable, o culpables, con una puesta en escena clavada al primer crimen,
solamente que en un lugar con otro nombre y con otros actores.
Esta vez
había sido él quien había solicitado participar en la investigación. Fuera
porque su jefe pensaba que podía aportar su experiencia en este tipo de
crímenes, sea porque en el fondo le tenía lástima ante los fracasos de los
casos anteriores, le autorizó a desplazarse a Zamora y colaborar con la brigada
policial encargada del caso. Este último aspecto no fue del agrado de sus colegas
zamoranos, quienes lo veían como un intruso en su investigación, además de considerar
que existía poca confianza en su trabajo por parte de sus jefes. En cualquier
caso, se presentó en Hayedo de la Carballeda un domingo por la mañana, con el
fin de tener más acceso a los lugareños a la salida de misa. Se encaminó hacia
el bar, donde se celebraba los domingos un baile vermut y esperó su llegada.
Sin gran dificultad entabló conversación con el dueño del establecimiento y
entre cerveza y cerveza se le fue aflojando algo la lengua, algo que supo
aprovechar. Le contó que el crimen se había producido el domingo anterior por
la mañana, después de una intensa e inmensa alborada. Le explicó que le
llamaban alborada al despertar de los vecinos del pueblo a base de gaita y
tambor desde primeras horas de la mañana. Sin embargo esa alborada había sido
especial. Los vecinos protestaron por la amplitud del tiempo de la misma, lo
repetitivo de las tonadas y la intensidad decibélica de la música. Horas y
horas de marcha etnográfica a todo volumen que hizo que, algo que era
tradicional y querido desde tiempos inmemoriales, se convirtiera en un martirio
difícilmente aceptable. El día anterior, por la noche, había actuado un grupo
etnográfico de la capital con un espectáculo de baile y canción que gustó mucho
al público asistente, lo que había hecho que la estridencia de la música mañanera
soliviantara a los vecinos.
Se unió al
grupo un vecino que le contó que había sorprendido a varios miembros de ese
grupo de baile, que se habían quedado a dormir en el pueblo, hablar con cara
ceñuda de lo pesado que estaba siendo la alborada, ellos lo denominaban de una
manera especial: “vaya turra que nos están dando”, “parecen giorgos”, “deberían
acabar en el infierno de los turreros”. Le informó así mismo de que después de
estar todo la mañana por el pueblo, a la hora en que se descubrió el crimen del
gaitero, todos habían desaparecido todos del pueblo. Cosa que causó sospecha en
los vecinos, aunque podía ser solamente una casualidad. Le vino a la mente
aquella apreciación que había tenido en el crimen de O Boiro de que tenía toda
la pinta de ser un crimen sectario. ¿Y si durante años se había producido un
enfrentamiento entre diversa facciones del mundo etnográfico? ¿Entre los que le
tenían un respeto reverencial a las tradiciones y quienes solamente tenían una
pose por estar de moda dicho mundo? ¿Podía ser que este grupo de Zamora
perteneciera a una secta secreta veladora de la pureza de la tradición, que
hubiera estado eliminando miembros de los advenedizos sin nivel? Esta
explicación podía ser la pista que lo condujera a la verdad que había estado
buscando tanto tiempo. La metodología de los asesinatos, la composición de los
escenarios y, sobre todo, la forma de quitarles la vida a estos músicos, no
podía ser más que lo que su cerebro estaba componiendo, teniendo en cuenta que
estos crímenes se produjeron en localidades muy alejadas entre sí. O era un
exterminador itinerante o exterminadores locales dependientes de una
organización mayor.
Sin
embargo, aunque él consideraba que estaba en el camino correcto, las
direcciones policiales de Ourense y Zamora rechazaron de plano el argumento
propuesto. Consideraron que las coincidencias entre los crímenes eran eso,
coincidencias, y dieron por concluido el caso. Nunca abandonó su idea y la
sensación de haber estado en el camino correcto. Pero así es la vida, le
destinaron a oficinas y papeleo hasta su jubilación. Ahora, de nuevo se le
abrían las puertas para confirmar su hipótesis. Esa llamada podía ser el
pistoletazo de salida. Comió un poco de pan con queso, se vistió y salió hacia
la estación de autobuses, donde compró un billete para el día siguiente.
Destino: Zamora.
Continuará…
Esto es como esperar la siguiente entrega de juego de tronos!!
ResponderEliminarNo habrá que esperar mucho, una semana. Porque ya se sabe: "en llegando, se termina el viaje". Un saludo.
Eliminar