miércoles, 12 de septiembre de 2012

MUERTE DE UN TAMBORILERO (3ª PARTE)


             Se levantó lento de reflejos. Las pocas horas en las que había conseguido conciliar el sueño fueron un reflejo anfetamínico de todo lo leído en la tarde anterior. Fue a la cocina y tomó de un solo trago una gran taza con el café que había sobrado de la noche anterior. A continuación, se dirigió a la nevera y echó un vistazo rápido a las existencias de la misma. Medio paquete de pan de molde y un trozo de queso le convencieron rápidamente sobre la conveniencia de quedarse en casa a comer y no perder tiempo en bajar al bar de costumbre. Se lavó la cara escuetamente y, todavía en pijama, se dirigió al despacho, el cual se estaba convirtiendo en la capilla totémica donde, desde el día anterior, estaba asimilando de nuevo hechos lejanos en su vida, interiorizándolos y poniéndolos en valor, esta vez sin desgarro alguno.
            Tomó el legajo que la tarde anterior había apartado para leerlo en último lugar. Como ya se ha dicho, procedía de la provincia de donde llegó la llamada que lo inició todo. Para él tenía un valor especial ya que fue el caso en el que más cerca estuvo de descubrir la verdad. Una sensación que recorrió todo el caso desde que pisó el pueblo de Hayedo de la Carballeda, en la provincia de Zamora. Era un crimen con una sorpresiva similitud con el crimen de O Boiro. Para empezar, el lugar. Dos pueblos radicados en una sierra pródiga en arbolado siempre verde, prados y huertos por los alrededores y riachuelos en abundancia. Un lugar idílico en plena naturaleza, salvo porque debajo de esa postal natural, de ese idílico discurrir del tiempo, se produjeron hechos horribles que denotaban soterrados enfrentamientos. Eso fue lo que pensó él. La otra similitud entre los dos crímenes procedía de que en este último también el asesinado era un gaitero. Además había aparecido igualmente con el puntero de la gaita clavado en el pecho y el fole rajado hasta su completa destrucción. Parecía que la vida le ponía ante sí una nueva oportunidad de descubrir al culpable, o culpables, con una puesta en escena clavada al primer crimen, solamente que en un lugar con otro nombre y con otros actores.
            Esta vez había sido él quien había solicitado participar en la investigación. Fuera porque su jefe pensaba que podía aportar su experiencia en este tipo de crímenes, sea porque en el fondo le tenía lástima ante los fracasos de los casos anteriores, le autorizó a desplazarse a Zamora y colaborar con la brigada policial encargada del caso. Este último aspecto no fue del agrado de sus colegas zamoranos, quienes lo veían como un intruso en su investigación, además de considerar que existía poca confianza en su trabajo por parte de sus jefes. En cualquier caso, se presentó en Hayedo de la Carballeda un domingo por la mañana, con el fin de tener más acceso a los lugareños a la salida de misa. Se encaminó hacia el bar, donde se celebraba los domingos un baile vermut y esperó su llegada. Sin gran dificultad entabló conversación con el dueño del establecimiento y entre cerveza y cerveza se le fue aflojando algo la lengua, algo que supo aprovechar. Le contó que el crimen se había producido el domingo anterior por la mañana, después de una intensa e inmensa alborada. Le explicó que le llamaban alborada al despertar de los vecinos del pueblo a base de gaita y tambor desde primeras horas de la mañana. Sin embargo esa alborada había sido especial. Los vecinos protestaron por la amplitud del tiempo de la misma, lo repetitivo de las tonadas y la intensidad decibélica de la música. Horas y horas de marcha etnográfica a todo volumen que hizo que, algo que era tradicional y querido desde tiempos inmemoriales, se convirtiera en un martirio difícilmente aceptable. El día anterior, por la noche, había actuado un grupo etnográfico de la capital con un espectáculo de baile y canción que gustó mucho al público asistente, lo que había hecho que la estridencia de la música mañanera soliviantara a los vecinos.
            Se unió al grupo un vecino que le contó que había sorprendido a varios miembros de ese grupo de baile, que se habían quedado a dormir en el pueblo, hablar con cara ceñuda de lo pesado que estaba siendo la alborada, ellos lo denominaban de una manera especial: “vaya turra que nos están dando”, “parecen giorgos”, “deberían acabar en el infierno de los turreros”. Le informó así mismo de que después de estar todo la mañana por el pueblo, a la hora en que se descubrió el crimen del gaitero, todos habían desaparecido todos del pueblo. Cosa que causó sospecha en los vecinos, aunque podía ser solamente una casualidad. Le vino a la mente aquella apreciación que había tenido en el crimen de O Boiro de que tenía toda la pinta de ser un crimen sectario. ¿Y si durante años se había producido un enfrentamiento entre diversa facciones del mundo etnográfico? ¿Entre los que le tenían un respeto reverencial a las tradiciones y quienes solamente tenían una pose por estar de moda dicho mundo? ¿Podía ser que este grupo de Zamora perteneciera a una secta secreta veladora de la pureza de la tradición, que hubiera estado eliminando miembros de los advenedizos sin nivel? Esta explicación podía ser la pista que lo condujera a la verdad que había estado buscando tanto tiempo. La metodología de los asesinatos, la composición de los escenarios y, sobre todo, la forma de quitarles la vida a estos músicos, no podía ser más que lo que su cerebro estaba componiendo, teniendo en cuenta que estos crímenes se produjeron en localidades muy alejadas entre sí. O era un exterminador itinerante o exterminadores locales dependientes de una organización mayor.
            Sin embargo, aunque él consideraba que estaba en el camino correcto, las direcciones policiales de Ourense y Zamora rechazaron de plano el argumento propuesto. Consideraron que las coincidencias entre los crímenes eran eso, coincidencias, y dieron por concluido el caso. Nunca abandonó su idea y la sensación de haber estado en el camino correcto. Pero así es la vida, le destinaron a oficinas y papeleo hasta su jubilación. Ahora, de nuevo se le abrían las puertas para confirmar su hipótesis. Esa llamada podía ser el pistoletazo de salida. Comió un poco de pan con queso, se vistió y salió hacia la estación de autobuses, donde compró un billete para el día siguiente. Destino: Zamora.
            Continuará…

2 comentarios:

  1. Esto es como esperar la siguiente entrega de juego de tronos!!

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    1. No habrá que esperar mucho, una semana. Porque ya se sabe: "en llegando, se termina el viaje". Un saludo.

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