Aunque se había retirado hacía
algunos años, Tito Freixa seguía levantándose temprano. Años y años de rutina
no iban a desaparecer de un plumazo porque lo dijera un papel con sello
oficial. El cuerpo no entiende de formalidades. Había realizado sus abluciones
diarias rápidamente, la ventaja de vivir solo sin nadie con quien compartir el
baño; además éste era minúsculo, como norma general en la nueva era de la
construcción donde lo importante es que el salón de la casa sea lo
suficientemente amplio para cobijar al electrodoméstico atontamentes, o sea, la
televisión, en detrimento del resto de los espacios. El resultado estaba
cantado: sucios por fuera y tontos por dentro. El ciudadano ideal para un
político. Sentado en la mesa de la cocina, se disponía a llevarse la primera
tostada de mantequilla y mermelada a la boca cuando el teléfono comenzó a sonar
de manera estridente. -“¿Cuándo demonios voy a decidirme a cambiarlo?”,
masculló entre dientes. Descolgó el auricular y escuchó atentamente lo que
desde el otro lado del mismo le transmitieron. Cuando colgó su semblante estaba
más serio. En su mente se agolpaban de repente recuerdos olvidados del pasado
que nunca creyó que volverían para atormentarle. En fin, estaba claro que ya le
había jodido la mañana.
Después de unos cuantos cafés
bien cargados, se encaminó a su despacho y extrajo de la estantería una carpeta
llena de polvo, atestada de papeles oficiales y recortes de periódicos de lo
que había sido, hacía muchos años, los casos policiales que más rabia y
tristeza le había producido en toda su carrera en el cuerpo. Su memoria empezó
a ordenar toda la documentación, ya de por sí ordenada cronológicamente hasta
la obsesión, como correspondía a su pasión por el orden. Todo comenzó con la
muerte de dos gaiteros de la aldea orensana de O Boiro. Los habían encontrado
en una cuneta de la carretera que llevaba hacia la capital, después de que
estuvieran tocando durante horas y horas en la fiesta del lugar. Sus cuerpos
estaban boca arriba con el puntero de la gaita clavado en el pecho y los foles
acuchillados con rabia. En principio, todo apuntaba a una simbología sectaria,
pero nunca descubrieron al autor o autores del execrable crimen, a pesar de
indagar e investigar en los ambientes folclóricos por los que los muertos se
movían. Sin embargo, nunca se le fueron de la cabeza las palabras de uno de los
vecinos de la aldea que fueron interrogados:-“la verdad es que eran un poco
pesados, nunca paraban de tocar”. La sorna y la media sonrisa del vecino
siempre le parecieron sospechosas, como que expresaban más de lo que decían. A pesar
de todo, la investigación nunca llegó a buen puerto y se dio el caso por
cerrado ante la falta de indicios y pistas fiables.
Tomó entre sus manos el segundo
caso que estaba guardado en aquella carpeta. Se había producido unos cuantos
años después. Correspondía a un dulzainero del pueblo de Villamayor de la
Fuentes, provincia de León, que había aparecido muerto en parecidas
circunstancias en una era de los alrededores de la localidad, después de
pasarse todo el día realizando un pasacalles eterno en la fiesta de la patrona.
Como existía una similitud apreciable en el formato del crimen, tanto por la
actividad del muerto, músico, como por la causa de su muerte, apareció boca
arriba con la dulzaina clavada en el pecho y un esparadrapo tapando la salida
del aire de la misma, desde la comisaría de León solicitaron su ayuda al
conocerse que había participado en la investigación de un asesinato similar. Se
desplazó a la localidad con la intención de obtener resultados que llevaran al
esclarecimiento de los hechos y poder así recuperar el caso del crimen de O
Boiro visto con una nueva perspectiva. Sin embargo la investigación se
convirtió desde el principio en un callejón sin salida y, después de unas
cuantas semanas de búsqueda infructuosa del asesino, se cerró el caso por falta
de pruebas incriminatorias. Pero releyendo las notas del caso le llamó la
atención una subrayada en rojo. Era la respuesta de un vecino ante la pregunta
que le hizo el mismo sobre la causa del crimen: -“la verdad es que era un
pasacalles demasiado largo”. Sobre esta frase él había anotado: -“la misma
sorna, la misma sonrisa. ¿La retranca propia del campo español o relación entre
los dos crímenes ”.
De pronto se dio cuenta de la
hora que era. Se le había pasado prácticamente la mañana en la relectura de
estos casos. Decidió irse a comer a un bar cercano a su casa, donde siempre
tomaba la última cerveza del día, y aprovechar el tiempo de la tarde para
seguir extrayendo recuerdos de aquella carpeta, que una llamada inesperada
había decidido sacar de su ostracismo. Se sentó en una mesa cercana al ventanal
que daba a la calle y, cuando el camarero se acercó a tomarle nota, pidió una
chuleta de ternera sin patatas y una ensalada. Algo ligero para no emponzoñar
el estómago, ya que tenía la impresión de que lo que venía por la tarde ya se
encargaría de ponérselo del revés. Le pidió que le fuera trayendo el café para
perder el menor tiempo posible y, en una hora, estuvo otra vez en casa
sumergido en una época de su vida marcada por unos asesinatos sin pies ni
cabeza, que a punto estuvieron de hacerle perder la suya.
Continuará…
No nos digas más, el muerto en esta ocasión era un gaitero (que no gaitera) de Robledo y si, confieso: fui yo. Menuda mañanita...
ResponderEliminarElisa
Acuerdate, Elisa, de que todo esto estaba pendiente desde Cerezal, lo que pasa es que se me ha ido un poco de las manos y me ha salido un relato corto que he dividido en cuatro partes. Pero estoy seguro que acabaremos matando al pesado que nos amenizó el día. No dejéis de leerlo completo.
Eliminar¡Lo tenías pendiente eh! ¡Deseándolo estaba! :)
ResponderEliminarAquel día todos pensamos los mismo y nos echamos unas risas imaginándolo. Así que aunque lo mate yo, todos sois colaboradores necesarios.
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