miércoles, 4 de abril de 2012

ASTRONOMIA CAOTICA DE UNA SOSPECHA


Él como kilómetro cero. Pero a diferencia del eternamente televisado cada Nochevieja, este invertido, totalmente del revés, confluyéndole todos los caminos o vías sentimentales o emocionales que cada día recibió. Acaso, incluso, los que estarían por llegar en un viaje que no imaginan que será de no retorno. Imaginando su cuerpo como un horizonte de sucesos donde todos los recuerdos, alegrías y tristezas caen a un profundo agujero negro de desesperanza de donde nunca más podrán salir ya que en él no habita la luz posibilitadora de huida. Puede que ella misma, la luz, se ría de él a velocidad de sí misma, jugando el juego del gato y el ratón. Certificando un nunca me podrás atrapar, dejándolo sumido en la oscuridad y yéndose a iluminar otras vidas. Atrapado por el horizonte de influencia, se ve afectado por los sucesos ocurridos fuera de él, pero siendo incapaz de influir en su exterior. Incapaz de mostrar su yo más interior por ello.
Siempre deseando poder acabar con esta característica de la teoría de la relatividad aplicada a su vida. Anhelando convertirse en una singularidad desnuda, desmontando su dualidad gemela de agujeros negros, uno incapaz de mostrar su luz interior y otro incapaz de retener la luz exterior cada vez que ama y es amado, desaparecido su carcelero horizonte, donde la imposibilidad de enamorarse de nuevo fuera perfectamente posible escapando de la negrura de su espacio y de su tiempo. De este modo invertir las direcciones de entrada para convertirlas en direcciones de salida y recorrer los kilómetros en un sentido y su contrario tantas veces como las circunstancias así lo exigieran. Sin miedo a la posible inmovilidad castradora que fosiliza la vida enterrándola bajo capas de experiencias malogradas.
Poder así, una vez liberado, agrupar y convertir los caminos, las vías, cualquier senda en pentagramas donde solamente se pudieran crear notas en clave de sol. Como lo imagina y dibuja en su mente por la noche, una vez se ha ido la luz que siempre vuelve, cuando sobre el cielo se dibujan las estelas de los aviones en viaje, cometas de nuestro tiempo, quizás para volver a reunir a dos corazones demasiado tiempo separados. En este caso ¿no sería deseable poder recorrer la dualidad espacio-tiempo a través de un agujero de gusano, plegando el universo a nuestro favor para nunca llegar tarde? Acaso, podríamos intentar poder convertir la luz en nuestro vehículo y viajar a su velocidad recorriendo el espacio de las estaciones solares de manera que su influencia en nosotros fuera la mínima, haciendo del tiempo futuro el más eficaz remedio contra la tristeza.
Quizás deberíamos poder acelerar el tiempo y en un universo que se expande, llegar al final y, como dioses de nosotros mismos, de nuevo volver a empezar con otro big bang en el que podamos influir con nuestras decisiones y deseos y nos lleve por caminos reconocibles, reordenar nuestro pequeño mundo en el que las coordenadas de espacio y tiempo jueguen a nuestro favor creando una nueva plenitud sin oscuros. Puede que el destino nos esté reservando  su premio, quizás, en una nueva estrella que esté naciendo en un rincón perdido de una galaxia perdida y esté empezando a emitir su luz. Solamente queda esperar de nuevo, a que llegue y su claridad nos abrace. Puede que esta vez sí sea nuestro momento. El tuyo y el mío. Así nos embarcaremos en el penúltimo viaje interestelar en busca de una nueva vida, de la vida tal y como la soñamos.
En ese momento definitivo, nuestros corazones rotos, acaso ya irrecuperables como sumas de una nueva zona cero del amor, comiencen a revivir de golpe, sin explicaciones, y consigan una cinta que pueda atrapar su tiempo. El que tanto esperaron. Un nuevo tiempo de furia desatada, de pasión e intensidad que los sumerja en la vorágine de sudores y fatigas de dos cuerpos a los que, en la ruleta del deseo, les llegó su hora.

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