Él como kilómetro cero.
Pero a diferencia del eternamente televisado cada Nochevieja, este invertido,
totalmente del revés, confluyéndole todos los caminos o vías sentimentales o
emocionales que cada día recibió. Acaso, incluso, los que estarían por llegar
en un viaje que no imaginan que será de no retorno. Imaginando su cuerpo como
un horizonte de sucesos donde todos los recuerdos, alegrías y tristezas caen a
un profundo agujero negro de desesperanza de donde nunca más podrán salir ya
que en él no habita la luz posibilitadora de huida. Puede que ella misma, la
luz, se ría de él a velocidad de sí misma, jugando el juego del gato y el
ratón. Certificando un nunca me podrás atrapar, dejándolo sumido en la
oscuridad y yéndose a iluminar otras vidas. Atrapado por el horizonte de
influencia, se ve afectado por los sucesos ocurridos fuera de él, pero siendo
incapaz de influir en su exterior. Incapaz de mostrar su yo más interior por
ello.
Siempre deseando poder
acabar con esta característica de la teoría de la relatividad aplicada a su
vida. Anhelando convertirse en una singularidad desnuda, desmontando su
dualidad gemela de agujeros negros, uno incapaz de mostrar su luz interior y
otro incapaz de retener la luz exterior cada vez que ama y es amado,
desaparecido su carcelero horizonte, donde la imposibilidad de enamorarse de
nuevo fuera perfectamente posible escapando de la negrura de su espacio y de su
tiempo. De este modo invertir las direcciones de entrada para convertirlas en
direcciones de salida y recorrer los kilómetros en un sentido y su contrario
tantas veces como las circunstancias así lo exigieran. Sin miedo a la posible
inmovilidad castradora que fosiliza la vida enterrándola bajo capas de experiencias
malogradas.
Poder así, una vez
liberado, agrupar y convertir los caminos, las vías, cualquier senda en
pentagramas donde solamente se pudieran crear notas en clave de sol. Como lo
imagina y dibuja en su mente por la noche, una vez se ha ido la luz que siempre
vuelve, cuando sobre el cielo se dibujan las estelas de los aviones en viaje,
cometas de nuestro tiempo, quizás para volver a reunir a dos corazones
demasiado tiempo separados. En este caso ¿no sería deseable poder recorrer la
dualidad espacio-tiempo a través de un agujero de gusano, plegando el universo
a nuestro favor para nunca llegar tarde? Acaso, podríamos intentar poder
convertir la luz en nuestro vehículo y viajar a su velocidad recorriendo el
espacio de las estaciones solares de manera que su influencia en nosotros fuera
la mínima, haciendo del tiempo futuro el más eficaz remedio contra la tristeza.
Quizás deberíamos poder
acelerar el tiempo y en un universo que se expande, llegar al final y, como
dioses de nosotros mismos, de nuevo volver a empezar con otro big bang en el
que podamos influir con nuestras decisiones y deseos y nos lleve por caminos
reconocibles, reordenar nuestro pequeño mundo en el que las coordenadas de
espacio y tiempo jueguen a nuestro favor creando una nueva plenitud sin
oscuros. Puede que el destino nos esté reservando su premio, quizás, en una nueva estrella que
esté naciendo en un rincón perdido de una galaxia perdida y esté empezando a
emitir su luz. Solamente queda esperar de nuevo, a que llegue y su claridad nos
abrace. Puede que esta vez sí sea nuestro momento. El tuyo y el mío. Así nos embarcaremos
en el penúltimo viaje interestelar en busca de una nueva vida, de la vida tal y
como la soñamos.
En ese momento
definitivo, nuestros corazones rotos, acaso ya irrecuperables como sumas de una
nueva zona cero del amor, comiencen a revivir de golpe, sin explicaciones, y
consigan una cinta que pueda atrapar su tiempo. El que tanto esperaron. Un
nuevo tiempo de furia desatada, de pasión e intensidad que los sumerja en la
vorágine de sudores y fatigas de dos cuerpos a los que, en la ruleta del deseo,
les llegó su hora.
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