miércoles, 7 de diciembre de 2011

EL ULTIMO ADIOS DE ISABEL


           Isabel tenía 86 años y toda una vida de sacrificio a sus espaldas. Sin apenas estudios consiguió con sus múltiples trabajos sacar adelante a un hijo y a un marido que pronto tuvo que dejar de trabajar como consecuencia de problemas físicos derivados de su paso por las cárceles franquistas en la posguerra. A la llegada de la jubilación había conseguido tener en propiedad una humilde casita en el extrarradio de su ciudad y su pequeña pensión le llegaba para tener una vida modesta pero digna. Sin embargo, no sabía que el merecido descanso al que tenía derecho como ser humano integrante del estado del bienestar del que presumía su país, estaba a punto de saltar por los aires. El Consejo del Poder Económico Mundial, órgano que regía en la sombra los destinos del mundo y de las vidas humanas que en el habitaban, había puesto sus ojos en ella y su brazo armado, el M.F.I., Mercados Financieros Internacionales, estaba ya de camino para ejecutar la sentencia que sobre ella había sido dictada declarándola, como no podía ser menos, culpable.
            El delito del que se le acusaba era el de haber avalado con su ínfimo patrimonio la compra de una vivienda por parte de su hijo y de que éste no pudiera hacer frente a la hipoteca al quedarse en el paro. Nunca pensó que algo tan ajeno a ella como la crisis del sector de la construcción y la quiebra de las grandes constructoras, posibilitara que lo ganado con años de duro sacrificio y de grandes estrecheces económicas se desvaneciera en manos de quienes, paradójicamente, habían dictado las grandes directrices económicas que nos habían llevado a esta situación. ¿Por qué no podían quedarse, como pago, con la casa que no podía pagar su hijo? ¿Por qué tenían que quedarse también con la suya? ¿No era esta una ganancia sucia, ladrona, usurera? Cabía pedir ayuda a los dirigentes políticos votados en su país, pero pronto se dio cuenta que no eran más que simples marionetas en manos del Gran Hermano Económico y que su verborrea sobre las grandes magnitudes macroeconómicas solamente estaba destinada a esconder la brecha insalvable que se estaba abriendo entre ellos y los ciudadanos a los que decían representar. Todos los sectores políticos y económicos estaban infiltrados de sicarios al servicio de los intereses de los llamados a sí mismos “Los Poderosos”.
            En su desesperación, esperando la hora en que las hordas cobardes y vendidas al poder, llegaran para confiscarle, más bien robarle, sus recuerdos, porque eso era para ella lo que simbolizaban sus pertenencias físicas, la representación material de toda una vida, se preguntaba cómo podía un estado, que se llamara a si mismo justo y democrático, dejar en la calle como un paria a uno de sus ciudadanos. Como no podía importarle que fueran cayendo cada día más y más personas en la trampa urdida por ajenos intereses espurios. Como un estado podía estar tan ciego que fuera fortaleciendo el músculo de los agentes económicos colaboracionistas, sin darse cuenta que, cada vez más fuertes, iban a emplear toda su fuerza contra los ciudadanos más desprotegidos en pos de una victoria que diera al traste con los derechos adquiridos con la lucha obrera de muchos años, para volver a los sistemas económicos casi esclavistas con los que ellos habían vivido cómodamente en la antigüedad.
Isabel no tenía estudios y nunca había leído El Contrato Social, de Jean-Jacques Rousseau, y por tanto no sabía que los políticos y el estado habían roto unilateralmente dicho contrato que establecía los derechos y deberes de los ciudadanos en relación con el estado, quedando casi suspendidos los primeros y aumentando los últimos, cargándose de ese modo toda justicia social y despojándola de toda consideración humana. Ese era su objetivo: convertirnos a todos en unidades de producción teledirigidas formando parte de una gran cadena de producción mundial al servicio de los poderosos. Sin derechos, sin posibilidad de crítica al poder, despojados de dignidad. Dictadura sutil que no tendría oposición porque vendría avalada, contradictoriamente, desde el sistema democrático actual.  
            En su ignorancia, Isabel no sabía que al frente de las grandes instituciones del estado, de todos los estados, El Gran Hermano había conseguido infiltrar a sus secuaces, revistiéndolos de salvadores de la gran crisis mundial, en los puestos claves para la toma de las grandes decisiones que regirían el devenir económico mundial en los años venideros. Todos los políticos, sin distinción, miraron para el otro lado al darse cuenta de que quienes estaban destinados a tamaña misión eran los mismos que, desde sus organizaciones, ramificadas del gran órgano central, habían creado la situación actual. Eran conscientes de que estaban poniendo a los ladrones a cuidar la casa. Aunque aquí habría que matizar que las casas eran las de los demás, nunca la suya, que estaba a salvo gracias a convertirse en títeres de los verdaderos dirigentes y facilitar con sus decisiones la toma del poder por parte de éstos. Ese era su verdadero trabajo: vestir de decisiones democráticas tomadas por ellos, las órdenes emanadas desde el verdadero poder. El gran teatro de una democracia secuestrada por el poder económico y que había renegado de su vocación social y humana.
            Poco a poco Isabel fue empaquetando sus pertenencias y recuerdos. Cajas de cartón en la que se resumía toda una vida y que se convertirían en breve en su único hogar. El día designado para el desalojo llegó y los sicarios al servicio del poder aplicaron el castigo que una la ley sin conciencia había dictado. Incluso la televisión acudió al acto dando fe de que se cumplía con lo estipulado, en una orgía de telebasura sin fin. Llevando a los demás televidentes la sensación de que lo que le ocurría a Isabel le podía pasar también a ellos y de que nadie estaba a salvo. Ella y su familia salieron de su hogar, ahora ocupado, con la dignidad de quienes no han cometido ningún delito, la misma dignidad de la que carecían todos los que actuaban en aquella farsa: desde los políticos que eran incapaces de velar por sus ciudadanos como de los sicarios del poder económico, cuya actitud usurera, rayaba en lo grosero.
            Después del desalojo, el M.F.I., en su retirada, aún tuvo tiempo de violar a una joven de 15 años y robarle 5 euros que pasarían a engrosar los bolsillos de sus dirigentes y de darle una paliza a un inmigrante por solicitar un contrato de trabajo justo que acabara con las 15 horas que trabajaba al día por un salario de 300 euros al mes. Su pista se perdió camino de un paraíso fiscal cercano.

4 comentarios:

  1. No sé como vamos a arreglar esto (desde luego votando no)...hoy es Isabel, la joven o el inmigrante, pero mañana (y aunque parezca mentira) podemos ser cualquiera de nosotros. No seremos conscientes de la situación hasta que se nos echen encima.

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  2. Se puede decir más alto pero no más claro. Hay tantos asi... y peor... si yo os contara lo que veo cada día... Isabeles, muchas Isabeles... Hombres, mujeres, inmigrantes... que ayer tuvieron bastante y hoy no tienen nada. Pero cuando digo nada es NADA. Algunos han perdido esa dignidad de la que hablas. Más bien se la han quitado.
    Sigamos tapandonos los ojos que al abrirlos esto seguirá aquí.

    Noelia

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  3. aves de rapiña que estan revoloteando sobre nuestras cabezas viendo a ver donde nos pueden dar el picotazo que sin duda nos lo daran de una u otra manera.¿Como los espantaremos?

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  4. ¡¡locos por atrapar al ladronzuelo¡¡, ¿y a estos cuando? ¡¡que rabia¡¡, no puedo si no rebelarme siempre que veo una injusticia como la de estas personas indefensas y ¡¡ENGAÑADAS POR EL PODER¡¡ QUE ASCO...

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