Isabel tenía 86 años y toda una vida
de sacrificio a sus espaldas. Sin apenas estudios consiguió con sus múltiples
trabajos sacar adelante a un hijo y a un marido que pronto tuvo que dejar de
trabajar como consecuencia de problemas físicos derivados de su paso por las
cárceles franquistas en la posguerra. A la llegada de la jubilación había
conseguido tener en propiedad una humilde casita en el extrarradio de su ciudad
y su pequeña pensión le llegaba para tener una vida modesta pero digna. Sin
embargo, no sabía que el merecido descanso al que tenía derecho como ser humano
integrante del estado del bienestar del que presumía su país, estaba a punto de
saltar por los aires. El Consejo del Poder Económico Mundial, órgano que regía
en la sombra los destinos del mundo y de las vidas humanas que en el habitaban,
había puesto sus ojos en ella y su brazo armado, el M.F.I., Mercados
Financieros Internacionales, estaba ya de camino para ejecutar la sentencia que
sobre ella había sido dictada declarándola, como no podía ser menos, culpable.
El
delito del que se le acusaba era el de haber avalado con su ínfimo patrimonio
la compra de una vivienda por parte de su hijo y de que éste no pudiera hacer
frente a la hipoteca al quedarse en el paro. Nunca pensó que algo tan ajeno a
ella como la crisis del sector de la construcción y la quiebra de las grandes
constructoras, posibilitara que lo ganado con años de duro sacrificio y de
grandes estrecheces económicas se desvaneciera en manos de quienes,
paradójicamente, habían dictado las grandes directrices económicas que nos
habían llevado a esta situación. ¿Por qué no podían quedarse, como pago, con la
casa que no podía pagar su hijo? ¿Por qué tenían que quedarse también con la
suya? ¿No era esta una ganancia sucia, ladrona, usurera? Cabía pedir ayuda a
los dirigentes políticos votados en su país, pero pronto se dio cuenta que no
eran más que simples marionetas en manos del Gran Hermano Económico y que su
verborrea sobre las grandes magnitudes macroeconómicas solamente estaba destinada
a esconder la brecha insalvable que se estaba abriendo entre ellos y los
ciudadanos a los que decían representar. Todos los sectores políticos y
económicos estaban infiltrados de sicarios al servicio de los intereses de los
llamados a sí mismos “Los Poderosos”.
En
su desesperación, esperando la hora en que las hordas cobardes y vendidas al
poder, llegaran para confiscarle, más bien robarle, sus recuerdos, porque eso
era para ella lo que simbolizaban sus pertenencias físicas, la representación
material de toda una vida, se preguntaba cómo podía un estado, que se llamara a
si mismo justo y democrático, dejar en la calle como un paria a uno de sus
ciudadanos. Como no podía importarle que fueran cayendo cada día más y más personas
en la trampa urdida por ajenos intereses espurios. Como un estado podía estar
tan ciego que fuera fortaleciendo el músculo de los agentes económicos
colaboracionistas, sin darse cuenta que, cada vez más fuertes, iban a emplear
toda su fuerza contra los ciudadanos más desprotegidos en pos de una victoria
que diera al traste con los derechos adquiridos con la lucha obrera de muchos
años, para volver a los sistemas económicos casi esclavistas con los que ellos
habían vivido cómodamente en la antigüedad.
Isabel no tenía estudios
y nunca había leído El Contrato Social, de Jean-Jacques Rousseau, y por tanto
no sabía que los políticos y el estado habían roto unilateralmente dicho
contrato que establecía los derechos y deberes de los ciudadanos en relación
con el estado, quedando casi suspendidos los primeros y aumentando los últimos,
cargándose de ese modo toda justicia social y despojándola de toda
consideración humana. Ese era su objetivo: convertirnos a todos en unidades de
producción teledirigidas formando parte de una gran cadena de producción
mundial al servicio de los poderosos. Sin derechos, sin posibilidad de crítica
al poder, despojados de dignidad. Dictadura sutil que no tendría oposición porque
vendría avalada, contradictoriamente, desde el sistema democrático actual.
En
su ignorancia, Isabel no sabía que al frente de las grandes instituciones del
estado, de todos los estados, El Gran Hermano había conseguido infiltrar a sus
secuaces, revistiéndolos de salvadores de la gran crisis mundial, en los
puestos claves para la toma de las grandes decisiones que regirían el devenir
económico mundial en los años venideros. Todos los políticos, sin distinción,
miraron para el otro lado al darse cuenta de que quienes estaban destinados a
tamaña misión eran los mismos que, desde sus organizaciones, ramificadas del
gran órgano central, habían creado la situación actual. Eran conscientes de que
estaban poniendo a los ladrones a cuidar la casa. Aunque aquí habría que
matizar que las casas eran las de los demás, nunca la suya, que estaba a salvo
gracias a convertirse en títeres de los verdaderos dirigentes y facilitar con
sus decisiones la toma del poder por parte de éstos. Ese era su verdadero
trabajo: vestir de decisiones democráticas tomadas por ellos, las órdenes
emanadas desde el verdadero poder. El gran teatro de una democracia secuestrada
por el poder económico y que había renegado de su vocación social y humana.
Poco
a poco Isabel fue empaquetando sus pertenencias y recuerdos. Cajas de cartón en
la que se resumía toda una vida y que se convertirían en breve en su único
hogar. El día designado para el desalojo llegó y los sicarios al servicio del
poder aplicaron el castigo que una la ley sin conciencia había dictado. Incluso
la televisión acudió al acto dando fe de que se cumplía con lo estipulado, en
una orgía de telebasura sin fin. Llevando a los demás televidentes la sensación
de que lo que le ocurría a Isabel le podía pasar también a ellos y de que nadie
estaba a salvo. Ella y su familia salieron de su hogar, ahora ocupado, con la
dignidad de quienes no han cometido ningún delito, la misma dignidad de la que
carecían todos los que actuaban en aquella farsa: desde los políticos que eran
incapaces de velar por sus ciudadanos como de los sicarios del poder económico,
cuya actitud usurera, rayaba en lo grosero.
Después
del desalojo, el M.F.I., en su retirada, aún tuvo tiempo de violar a una joven
de 15 años y robarle 5 euros que pasarían a engrosar los bolsillos de sus dirigentes
y de darle una paliza a un inmigrante por solicitar un contrato de trabajo
justo que acabara con las 15 horas que trabajaba al día por un salario de 300
euros al mes. Su pista se perdió camino de un paraíso fiscal cercano.
No sé como vamos a arreglar esto (desde luego votando no)...hoy es Isabel, la joven o el inmigrante, pero mañana (y aunque parezca mentira) podemos ser cualquiera de nosotros. No seremos conscientes de la situación hasta que se nos echen encima.
ResponderEliminarSe puede decir más alto pero no más claro. Hay tantos asi... y peor... si yo os contara lo que veo cada día... Isabeles, muchas Isabeles... Hombres, mujeres, inmigrantes... que ayer tuvieron bastante y hoy no tienen nada. Pero cuando digo nada es NADA. Algunos han perdido esa dignidad de la que hablas. Más bien se la han quitado.
ResponderEliminarSigamos tapandonos los ojos que al abrirlos esto seguirá aquí.
Noelia
aves de rapiña que estan revoloteando sobre nuestras cabezas viendo a ver donde nos pueden dar el picotazo que sin duda nos lo daran de una u otra manera.¿Como los espantaremos?
ResponderEliminar¡¡locos por atrapar al ladronzuelo¡¡, ¿y a estos cuando? ¡¡que rabia¡¡, no puedo si no rebelarme siempre que veo una injusticia como la de estas personas indefensas y ¡¡ENGAÑADAS POR EL PODER¡¡ QUE ASCO...
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