Todo llega en esta vida y, por
suerte, las vacaciones también. Así que aquí me veis aclimatándome al nuevo
escenario. Cosa nada difícil de hacer, por cierto. He entrado en un estado de
laxitud que me impide hacer las cosas rutinarias que venía haciendo a lo largo
del año. Y entre estas se encuentra el blog. ¿De qué hablar? Todo ha quedado
como en suspenso y a las cosas importantes, que lo siguen siendo, y que
merecerían un comentario, les he puesto la etiqueta de “más adelante”. Ahora
que el tiempo se me ralentiza sin proponérmelo, o al menos es la sensación que
tengo, podríamos hablar de él. En esta situación uno se hace espectador de la
vida cotidiana de los demás. Asiste perplejo a sus prisas, a su ir de acá para
allá en sus quehaceres cotidianos en lucha contrarreloj con el día que se
escapa y teniendo siempre la sensación de que, precisamente falta tiempo. Como
cantaba Asfalto, el tiempo es el gran verdugo de la humanidad. Su cruel
enemigo. O acaso no, y simplemente no lo gestionamos bien.
Paseando por la ciudad, uno se da
cuenta de hasta qué punto el tiempo es una obsesión. Y sobre todo los tiempos
de espera. Solamente hace falta pararse cerca de un semáforo para comprobarlo. ¿Cuánto
tarda un semáforo en ponerse en verde? No lo he medido pero no creo que sea
mucho tiempo. Pero para algunas personas, da la impresión de que ese tiempo es
vital. Personas que vienen paseando a ritmo lento, hablando con sus acompañantes,
van alterando sus biorritmos según se acercan al cruce semafórico. En ese
momento pueden tomar dos actitudes: si el semáforo tiene contador de segundos y
le quedan pocos, se lanzan en una carrera frenética a cruzar la calle, aunque
no les dé tiempo a llegar a la otra acera antes de que cambie a rojo. La otra
actitud es más audaz. Independiente de cómo este el color del semáforo, cruzan
la calle entre el paso de coches con preferencia, dando a entender que la
prohibición de pasar en ese momento solamente está puesta para obstaculizar su
quehacer diario y retrasar su ritmo. En el primer caso, además, se observa algo
peculiar: el que viene paseando y cruza a destiempo y corriendo, como si
llevara prisa, al llegar a la otra acera sigue paseando a paso lento. Ya no
importa el tiempo. Importaba el que se supone iba a perder esperando a cruzar.
Pero en los dos casos, ¿cuánto tiempo han ganado? ¿Su vida así se alarga? Creo
que así lo que podrán conseguir es acortarla cuando se los lleve un coche por
delante. Pero…
Otro de los lugares donde se aprecia
esta circunstancia es en los ascensores. Hay algunas personas para las que el
ascensor es un enemigo con el que siempre se está en permanente conflicto y al
que hay que superar como sea. En el edificio donde trabajo, he llegado a ver cómo,
si la persona que entra por la puerta principal cree que el ascensor está con
las puertas abiertas en la planta baja, se lanza en carrera infernal dando
avisos a voz en grito a la persona que ellos creen que ya está dentro, para que pare las puertas y pueda
llegar a cogerlo. En algunos casos al llegar al ascensor, éste ha llegado a
pillar entre las puertas al/la velocista provocando situaciones, cuando menos
curiosas. Teniendo en cuenta que hay cuatro ascensores, ¿qué tiempo ha ganado
al tiempo? Otras veces, cuando llegan a la planta baja, presionan los botones
de los cuatro ascensores, aún cuando saben de sobra que dos de ellos van a las
plantas impares y los otros dos a las plantas pares. En este caso dos de los
ascensores no le sirven y tendrán que subir o bajar un piso para llegar a su
lugar de trabajo. Lo comido por lo servido.
Parece que nuestra forma de vida es
ir corriendo a todos los sitios. Intentando un irreal que es ganarle tiempo al
mismo tiempo. No se dan cuenta que el tiempo nunca se pierde, siempre se puede
aprovechar en otro quehacer que aquel para el que lo teníamos destinado.
Mientras esperas en un semáforo o esperas a un ascensor siempre podrás
conversar con el de al lado. Pero puede que este sea el problema. Corremos para
no tenernos que parar con nadie, convirtiéndonos en seres verdaderamente
asociales, sin salirnos de nuestro gueto.
En fin, como estáis viendo, al que le
sobra tiempo es a mí. Lo dejo fluir con lentitud y elegancia, ya que lo más
bonito del mundo es regalar tiempo o perderlo conscientemente. Nada tiene más
valor por finito. Vivan las vacaciones.
Como dice Manolo García:
ResponderEliminarNunca el tiempo es perdido,
sólo un recodo más en nuestra ilusión
ávida de olvido.
Nunca el tiempo es perdido.
El tiempo es tan relativo...lo que a mi me parece un instante a otros se les hace un mundo.
Nunca llueve a gusto de todos.
Un saludo
¡Que dedir de las prisas del metro!, es verdad que la mayoría de la gente que lo utiliza se ve obligada a caminar con prisa, enlaces de otro medios de locomoción...; pero nosotros como meros turistas, sin prisas, no contagiamos de esa vorágime y caminamos cuan marchadores atléticos, subiendo y bajando las escaleras mecánicas como si estuvieran averiadas, así avanzamos más, para llegar al andén y pensar ¡si no sé hacia donde voy!
ResponderEliminarDisfruta de tus lentas vacaciones y si te vas a Madrid, camina despacito por el metropolitano y, detente para escuchar al músico de turno, que interpreta sus versiones al ritmo frenético de los transeuntes.
lolo
"Lo dejo fluir con lentitud y elegancia, ya que lo más bonito del mundo es regalar tiempo o perderlo conscientemente."
ResponderEliminarÉso me gusta (a lo mejor sin tanta elegancia como tu.....je,je,)
Vicenta