miércoles, 7 de septiembre de 2011

NUNCA EL TIEMPO ES PERDIDO


Todo llega en esta vida y, por suerte, las vacaciones también. Así que aquí me veis aclimatándome al nuevo escenario. Cosa nada difícil de hacer, por cierto. He entrado en un estado de laxitud que me impide hacer las cosas rutinarias que venía haciendo a lo largo del año. Y entre estas se encuentra el blog. ¿De qué hablar? Todo ha quedado como en suspenso y a las cosas importantes, que lo siguen siendo, y que merecerían un comentario, les he puesto la etiqueta de “más adelante”. Ahora que el tiempo se me ralentiza sin proponérmelo, o al menos es la sensación que tengo, podríamos hablar de él. En esta situación uno se hace espectador de la vida cotidiana de los demás. Asiste perplejo a sus prisas, a su ir de acá para allá en sus quehaceres cotidianos en lucha contrarreloj con el día que se escapa y teniendo siempre la sensación de que, precisamente falta tiempo. Como cantaba Asfalto, el tiempo es el gran verdugo de la humanidad. Su cruel enemigo. O acaso no, y simplemente no lo gestionamos bien.

Paseando por la ciudad, uno se da cuenta de hasta qué punto el tiempo es una obsesión. Y sobre todo los tiempos de espera. Solamente hace falta pararse cerca de un semáforo para comprobarlo. ¿Cuánto tarda un semáforo en ponerse en verde? No lo he medido pero no creo que sea mucho tiempo. Pero para algunas personas, da la impresión de que ese tiempo es vital. Personas que vienen paseando a ritmo lento, hablando con sus acompañantes, van alterando sus biorritmos según se acercan al cruce semafórico. En ese momento pueden tomar dos actitudes: si el semáforo tiene contador de segundos y le quedan pocos, se lanzan en una carrera frenética a cruzar la calle, aunque no les dé tiempo a llegar a la otra acera antes de que cambie a rojo. La otra actitud es más audaz. Independiente de cómo este el color del semáforo, cruzan la calle entre el paso de coches con preferencia, dando a entender que la prohibición de pasar en ese momento solamente está puesta para obstaculizar su quehacer diario y retrasar su ritmo. En el primer caso, además, se observa algo peculiar: el que viene paseando y cruza a destiempo y corriendo, como si llevara prisa, al llegar a la otra acera sigue paseando a paso lento. Ya no importa el tiempo. Importaba el que se supone iba a perder esperando a cruzar. Pero en los dos casos, ¿cuánto tiempo han ganado? ¿Su vida así se alarga? Creo que así lo que podrán conseguir es acortarla cuando se los lleve un coche por delante. Pero…

Otro de los lugares donde se aprecia esta circunstancia es en los ascensores. Hay algunas personas para las que el ascensor es un enemigo con el que siempre se está en permanente conflicto y al que hay que superar como sea. En el edificio donde trabajo, he llegado a ver cómo, si la persona que entra por la puerta principal cree que el ascensor está con las puertas abiertas en la planta baja, se lanza en carrera infernal dando avisos a voz en grito a la persona que ellos creen que ya está  dentro, para que pare las puertas y pueda llegar a cogerlo. En algunos casos al llegar al ascensor, éste ha llegado a pillar entre las puertas al/la velocista provocando situaciones, cuando menos curiosas. Teniendo en cuenta que hay cuatro ascensores, ¿qué tiempo ha ganado al tiempo? Otras veces, cuando llegan a la planta baja, presionan los botones de los cuatro ascensores, aún cuando saben de sobra que dos de ellos van a las plantas impares y los otros dos a las plantas pares. En este caso dos de los ascensores no le sirven y tendrán que subir o bajar un piso para llegar a su lugar de trabajo. Lo comido por lo servido.

Parece que nuestra forma de vida es ir corriendo a todos los sitios. Intentando un irreal que es ganarle tiempo al mismo tiempo. No se dan cuenta que el tiempo nunca se pierde, siempre se puede aprovechar en otro quehacer que aquel para el que lo teníamos destinado. Mientras esperas en un semáforo o esperas a un ascensor siempre podrás conversar con el de al lado. Pero puede que este sea el problema. Corremos para no tenernos que parar con nadie, convirtiéndonos en seres verdaderamente asociales, sin salirnos de nuestro gueto.

En fin, como estáis viendo, al que le sobra tiempo es a mí. Lo dejo fluir con lentitud y elegancia, ya que lo más bonito del mundo es regalar tiempo o perderlo conscientemente. Nada tiene más valor por finito. Vivan las vacaciones.          

3 comentarios:

  1. Como dice Manolo García:

    Nunca el tiempo es perdido,
    sólo un recodo más en nuestra ilusión
    ávida de olvido.
    Nunca el tiempo es perdido.

    El tiempo es tan relativo...lo que a mi me parece un instante a otros se les hace un mundo.
    Nunca llueve a gusto de todos.


    Un saludo

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  2. ¡Que dedir de las prisas del metro!, es verdad que la mayoría de la gente que lo utiliza se ve obligada a caminar con prisa, enlaces de otro medios de locomoción...; pero nosotros como meros turistas, sin prisas, no contagiamos de esa vorágime y caminamos cuan marchadores atléticos, subiendo y bajando las escaleras mecánicas como si estuvieran averiadas, así avanzamos más, para llegar al andén y pensar ¡si no sé hacia donde voy!

    Disfruta de tus lentas vacaciones y si te vas a Madrid, camina despacito por el metropolitano y, detente para escuchar al músico de turno, que interpreta sus versiones al ritmo frenético de los transeuntes.

    lolo

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  3. "Lo dejo fluir con lentitud y elegancia, ya que lo más bonito del mundo es regalar tiempo o perderlo conscientemente."

    Éso me gusta (a lo mejor sin tanta elegancia como tu.....je,je,)

    Vicenta

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