¡Vaya por dios!,
nadie advirtió a la abuelita, de nombre Freda Jackson, de que el imperio
terminó en el siglo pasado. Que ya no hay asistentes con turbante que te sirvan
el té o damas de compañía con aditamento zulú que recojan los deseos de sus
señores y los lleven a cabo. Esta Miss Marple de extrarradio, epicentro y
modelo del auténtico sentimiento inglés de superioridad social, anclada en la
conceptualidad moral de campiña inglesa, ha descubierto que el solar mundial
está lleno de autóctonos que deambulan a sus anchas por sus propios países
ajenos a los deseos furibundos de los forasteros que los visitan, que buscan
divertirse o descansar en su tiempo de vacaciones.
Manifestar sin ruborizarse que su
lugar de veraneo, Benidorm, España, estaba lleno de españoles, cosa que le
asombró sobremanera, solamente se puede entender si su proceso de deducción
viajera está imbricado en la literatura inglesa de viajes del siglo XIX, en la
que el viajero inglés visita el mundo como si no saliera de Londres al extender
sus colonias por buena parte del globo terráqueo o, simplemente, que es idiota.
Pues sí, señora, España está llena de españoles, Francia de franceses, Turquía
de turcos y Rusia de rusos, costumbres demográficas locales que parece
desconocer esta buena señora. Incluso, le digo más, Inglaterra está llena de
ingleses, lo cual es una pena.
Acusa a la muchachada patria de
falta de educación, de que el ocio en el hotel estaba dirigido al turista
nacional, etc. Bien es verdad que somos una nación de grito fácil, de comportamiento
disperso, rayano en algunos momentos en el caos, vamos, que el estilo en los
viajes no abunda, como si nunca saliéramos de la piscina de nuestro pueblo o de
la buchina del abuelo pero de ahí a proponer que nos vayamos de nuestras
fronteras de vacaciones para que turistas como ella se sientan como en casa
pero con sol y buena temperatura hay un trecho. Por lo pronto, se me ocurre,
que para solucionar este entuerto ella mismo podría irse a tomar por el culo.
Allí, seguro, hay mucho ambiente inglés.
De momento, y si el año que viene
vuelve a España, le propongo varias posibilidades: en el mismo Benidorm existe
un rincón en uno de sus extremos en el cual hasta el español más español se
siente extranjero tal es el grado de colonización inglesa de la zona con pubs
ingleses, ocio ingles y comida inglesa. Un submundo ajeno al lugar en el que se
incardina y que no es más que otra manifestación del elitismo, en este caso
elitismo patriótico, con el que los ingleses afrontan sus viajes por el mundo.
Otra de las propuestas sería que fuera de vacaciones a Salou, que todavía es
España, según creo, para sentir la brisa marina mezclada con vómito cervecero
al más puro estilo inglés. Un ejemplo, sin duda modélico y acertado para ella,
de cómo se comporta la muchachada inglesa y en el cual, seguramente, estará más
confortable. Peleas, rotura de mobiliario y desconsideración de alto nivel como
si saliera a la puerta de su casa en Inglaterra.
Por último, le propongo para el tema del ocio algo que no
va dirigido al turista nativo sino que ha sido inventado por sus descerebrados
correligionarios: el balconing. En Magaluf, Mallorca, España, puede usted
practicar esta suerte de quilombo suicida con el cual podrá sentirse plenamente
satisfecha. Desayuno inglés, borrachera inglesa y balconing de postre: exíjalo
al reservar su viaje en las próximas vacaciones no siendo que, de no hacerlo,
tenga que confraternizar con los autóctonos locales y, eso, dios no lo quiera
ni la reina tampoco. En cualquier caso, siempre le quedará hacerse un brexit
turístico y permanecer en su casa tejiendo idioteces. El mundo se lo
agradecerá.
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