Le adelanto, como
parte de este nuevo epistolario, que he añadido, como parte de la terapia
existencial a la que con suma satisfacción me he incorporado, cierta
consistencia deportiva, eso sí, ligera, llevadera, pero que me autodisciplina,
me estructura parte del tiempo, que de otra forma, dedicaría a absurdos, a baladíes
juegos mentales. Espero que esta iniciativa personal no suponga una cierta
confrontación con el marcado acento académico de su atención médica, nada más
lejos de mi intención, pero creo que suma más que resta esta voluntad atlética,
si me permite el término, a mí estabilidad endocrina y neuronal. Bien es cierto
que, dada mi naturaleza analítica, este nuevo quehacer me da la posibilidad de
escrutar, de escudriñar, de examinar el comportamiento humano a mi paso, lo
cual, es cierto, es la antítesis de lo buscado con dicha actividad. Supongo, M.
Felton, que tendré que ir con cuidado sumo y ver hasta qué punto no supone un
paso atrás en mi tratamiento.
Esta nueva actividad deportiva, como
le decía en el párrafo anterior, no es más que un caminar alegre, un paso
“allegro con brío” que me permite dominar la tarea y ejercitar un poco el
corazón. Es ese punto intermedio de la balanza que no implica sucumbir a
ninguno de sus lados. No hay nada como conocer los límites personales para no fracasar,
o intentar no fracasar, y no llegar a sucumbir ante metas tan altas que traigan
consigo la pesadumbre y la sensación de derrota. Muchas veces es esta
particular forma de comportamiento humano la que hace que nos sintamos vencidos
sin reparar en lo obtuso del intento y, porque no, que sus consultas, estará de
acuerdo conmigo en esto, estén llenas. Yo soy una prueba más que palpable de
todo ello. Y como no aprendo, no he podido resistir la tentación, inocente
creía yo, de analizar cierto comportamiento humano en relación con mis andanzas
sobre el terreno. Le relato a continuación mis impresiones.
En esas horas de camino he ido
tomando conocimiento de ciertas actitudes que caminantes como yo realizan al
ejecutar su tarea. Antes le tengo que indicar, sino no estaría completo el
escenario, que por donde voy a caminar existen dos vías, a veces paralelas, a
veces coexistiendo en un mismo vial físico, a la que una de ellas se le
denomina carril bici. Así, a bote pronto, esta última estaría clara: está
destinada a la circulación en bicicleta, sin embargo, esto no está tan claro,
M. Felton, las cosas aquí no son como parecen. O a mí me lo parecen así. Si
dividiéramos a las personas por el motor de su actividad, estas podrían ser
clasificadas entre “andantes” y “ciclantes”, permítame las expresiones. Como
dos especies de gigantes mitológicos, se cruzan y entrecruzan por los viales
defendiendo el territorio arrebatado en el largo caminar o pedalear. Pues bien,
he creído comprender que los ciclantes han perdido la batalla, o están a punto
de hacerlo, o la perdieron desde los orígenes ante la persistencia del
colectivo andante en invadir un espacio que, en principio y por denominación,
no es para ellos.
En esta sociedad, en donde nos hemos
acostumbrado a aceptar que todo no es lo que parece ser, los unos y los otros,
y referido a nuestro caso en particular, parecen desear ser el otro, y el otro
desea ser aquel, y aquel… El andante, quizás por esa novedad que supone la construcción
específica que se necesita realizar para un carril bici, desea ocupar ese
espacio nuevo de circulación. Ese camino que brilla y que llama la atención
como los cristales de baratija que brillan en el escaparate del colmado y que
no nos resistimos a comprar. Podríamos decir que el andante querría convertirse
en ciclante y abandonar las aceras tristes y aburridas que le son asignadas.
Por otra parte, el ciclante desea convertirse en automóvil, son reiteradas las
tensiones entre unos y otros por la ocupación de las carreteras. Así iríamos
escalando en la pirámide de los deseos más profundos y el automóvil desearía
convertirse en avión, algo que el propio progreso nos traerá antes que tarde, y
el avión cohete, alguno ya visitó la estratosfera de forma experimental, y el
cohete…Tomar posesión de algo para sí por abundamiento, por inundación, sobre
todo en el primer caso sin considerar siquiera la mera circunstancia del saber
estar y donde estar.
Por otra parte, podría tratarse,
simplemente, de una circunstancia más vital, de seguridad sociológica. Es esta
una sociedad que acepta sin preguntas, sé muy bien por qué, recortes en materia
de derechos civiles, consustanciales a la integridad como seres humanos, parte
intrínseca de yo personal y el nosotros colectivo, a cambio de una seguridad
que no es más que una mera intromisión en las vidas privadas, penalizar las
conductas no admisibles por los poderes oligárquicos y, en definitiva, oprimir
al otro, al que no piensa como es debido, y cercenar la libertad de expresión y
del ser, que son los algoritmos sobre los que se sustenta la verdadera
democracia. Por lo mismo, creo que ese ocupar el carril bici se sustenta en la
seguridad que da saber en que lugar comienza y donde termina. Nunca se podrán
perder, extraviarse, salirse del camino trazado por la mano que lo construyó.
Esa seguridad, similar a la farsa policial del estado, les induce a invadir esa
nueva vía más tangible, siendo ese hecho el síntoma claro de su ocaso como
seres humanos libres. Han claudicado ante la barbarie represora y todos sus
actos, hasta estos que le estoy relatando, son la expresión palpable de la
enfermedad. Así, las aceras, esos caminos con cruces, desvíos, son dejadas a su suerte por los movedizos y
múltiples destinos que proponen, convirtiéndose en el símbolo tangible del
abandono del carácter aventurero y experimentador del ser humano a cambio de
metas ya previstas de antemano.
No le entretengo más, M. Felton. Analice, si está en su
mano, estas percepciones que le propongo, algo revelarán, aunque no sé si mi
total desafectación social o el triunfo de la regularización mecánica de la
sociedad. Usted dirá.
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