martes, 23 de enero de 2018

LA VERBORREA DISTOPICA DE UNA NECIA

             Querido M. Felton, o Doctor Felton, nunca le he preguntado cómo quiere que me dirija a usted, aunque creo que le es indiferente, nos es indiferente, ya que entre médico y paciente, entre nosotros dos, hay ya un halo de confianza mutua más allá de los estereotipos académicos. Creo que conoce nuestra historia, aunque sea de forma somera, y convendrá conmigo en que siempre hemos estado ocupados, quizás, demasiado ocupados. Siendo conquistados, conquistando, aliándonos con el vecino, pegándonos con el vecino, uniéndonos, desuniéndonos. Guerras, revueltas, asonadas, levantamientos, golpes de estado…, un listado completito de mugre política y militar al servicio de este país, de España. Sí, ya sé que ha habido periodos de estabilidad, pero sujetos a reinados absolutistas de índole teocrática, ¡ahí es nada!, o dictaduras de corte fascista. De paz y democracia, poco, muy poco, nada, ni siquiera ahora, en estos cuarenta años de la misma, que ha sido secuestrada. Por esto mismo, los calificativos más acordes con esta trifulca permanente en la que se ha desarrollado nuestra historia serían los de pendencieros, belicosos, camorristas, conflictivos, algo agrestes, o cualquier otro calificativo de esta índole. Pero parece ser que no es así, creo, querido amigo, que hemos cambiado nuestra atávica forma de expresión más secular por otra: la estulticia. ¡Nos hemos convertido en verdaderos bobos!

            No estoy divagando, créame, no vagabundeo por los recovecos del lenguaje para afirmar lo que digo. La teoría se me presenta cada vez más nítida, más diáfana en mi cerebro a la vista del momento presente en nuestra historia. Si todavía fuéramos como casi siempre fuimos, nuestro Parlamento sería una proyección de nosotros mismos al elegir a personajes cercanos a nuestro batallador proceder. Estaría, al menos, vivo, activo, dinámico, salvo que terminaran matándose, cosa bastante probable dado nuestro origen. Justificaría, en mayor o menor medida, lo que cuesta de nuestros impuestos su acomodo laboral. Una especie de gladiadores romanos, bien comidos y bebidos, a la espera de su salida a la arena. Buen combate, proposición de ley aceptada, decreto rechazado…y a contar cipreses. Pero, al contrario, nuestro Parlamento lo componen, en gran medida, muñecos y muñecas de plástico, figuritas baratas de porcelana, flojos de pantalón, aptos para lavadora, con la única misión conocida de perpetuarse en el poder que unos bobos, nosotros, le otorgamos, le seguimos otorgando y le otorgaremos en el futuro dada nuestra nueva condición mental. Bobos nosotros, bobos ellos: bobos al cuadrado.

            En concreto, por eso esta nueva misiva, este acudir de nuevo a esta consulta epistolar semanal, le quiero comentar el caso de una integrante de esa pléyade de estrafalarios unicornios de sí mismos. La misma que, en lugar de bajar a la arena y luchar, y ganar, y perder, y vivir, y morir, prefiere librar batallas menos sangrientas, más cándidas e infantiles, en el mundo virtual del candy crush. Eso sí, a aproximadamente 5.000 € al mes. Instalada en esa cúpula que los aísla del mundo real, ha vociferado al resto del mundo, o sea, a nosotros mismos, que el verdadero patriotismo sería morir a los 65 años, una vez terminada la vida laboral. No lo ha dicho así, en concreto, lo reconozco, pero cuando afirma que hay mucho jubilado en este país que está demasiado tiempo cobrando una pensión, ¡¿qué quiere que crea?! Vivir cotizando y morir sin tiempo para cobrar pensión: el sueño del capitalismo universal. La masturbatoria elegía de los mercados financieros. El orgasmo salvaje de la derecha oligarca. Orgía y bacanal regada con la sangre de los trabajadores convertida en el vino picado de la falta de cualquier ética.

            Reposemos el corazón y la mente, ya no está uno para barricadas oratorias. La sangre, a la vista del comportamiento obrero, deja de hervir en la venas, deja de bullir por su declarado onanismo electoral, su falta de visión de clase, su consentimiento no escrito hacia el falso paraguas de la verticalidad patronal. Ellos sabrán. O no. Pero en el caso que nos ocupa, del que le estoy contando toda esta perorata, ¿habrá caído en la cuenta la susodicha que ella, bueno, nosotros en realidad, estamos cotizando para su posible jubilación? Y en su caso es un agravante, dado que su activada parlamentaria en escasa o nula, salvo los juegos electrónicos, y, por tanto, un día en el pasivo jubilar sería la misma demasía de la que ella se queja en los demás. ¡Muramos todos, obreros del mundo unidos, para mayor gloria del patriotismo económico!


            En definitiva, ahora que ha saltado a la palestra la conveniencia o no de derogar la prisión permanente revisable, no será, es una teoría, por supuesto, que su cerebro fue condenado a la citada prisión permanente revisable al acceder a la política. O antes, cualquiera sabe. Yo, por mi parte, intentaré no morirme, y, aún a costa de que me llamen mal patriota, prefiero que “otra” cuadre las cuentas de la Seguridad Social. Un saludo M. Felton. No olvido el Diacepam.

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