Querido M. Felton, o
Doctor Felton, nunca le he preguntado cómo quiere que me dirija a usted, aunque
creo que le es indiferente, nos es indiferente, ya que entre médico y paciente,
entre nosotros dos, hay ya un halo de confianza mutua más allá de los
estereotipos académicos. Creo que conoce nuestra historia, aunque sea de forma
somera, y convendrá conmigo en que siempre hemos estado ocupados, quizás,
demasiado ocupados. Siendo conquistados, conquistando, aliándonos con el
vecino, pegándonos con el vecino, uniéndonos, desuniéndonos. Guerras,
revueltas, asonadas, levantamientos, golpes de estado…, un listado completito
de mugre política y militar al servicio de este país, de España. Sí, ya sé que
ha habido periodos de estabilidad, pero sujetos a reinados absolutistas de
índole teocrática, ¡ahí es nada!, o dictaduras de corte fascista. De paz y
democracia, poco, muy poco, nada, ni siquiera ahora, en estos cuarenta años de
la misma, que ha sido secuestrada. Por esto mismo, los calificativos más
acordes con esta trifulca permanente en la que se ha desarrollado nuestra
historia serían los de pendencieros, belicosos, camorristas, conflictivos, algo
agrestes, o cualquier otro calificativo de esta índole. Pero parece ser que no
es así, creo, querido amigo, que hemos cambiado nuestra atávica forma de expresión
más secular por otra: la estulticia. ¡Nos hemos convertido en verdaderos bobos!
No estoy divagando, créame, no
vagabundeo por los recovecos del lenguaje para afirmar lo que digo. La teoría
se me presenta cada vez más nítida, más diáfana en mi cerebro a la vista del
momento presente en nuestra historia. Si todavía fuéramos como casi siempre
fuimos, nuestro Parlamento sería una proyección de nosotros mismos al elegir a
personajes cercanos a nuestro batallador proceder. Estaría, al menos, vivo,
activo, dinámico, salvo que terminaran matándose, cosa bastante probable dado
nuestro origen. Justificaría, en mayor o menor medida, lo que cuesta de
nuestros impuestos su acomodo laboral. Una especie de gladiadores romanos, bien
comidos y bebidos, a la espera de su salida a la arena. Buen combate,
proposición de ley aceptada, decreto rechazado…y a contar cipreses. Pero, al
contrario, nuestro Parlamento lo componen, en gran medida, muñecos y muñecas de
plástico, figuritas baratas de porcelana, flojos de pantalón, aptos para
lavadora, con la única misión conocida de perpetuarse en el poder que unos
bobos, nosotros, le otorgamos, le seguimos otorgando y le otorgaremos en el
futuro dada nuestra nueva condición mental. Bobos nosotros, bobos ellos: bobos
al cuadrado.
En concreto, por eso esta nueva
misiva, este acudir de nuevo a esta consulta epistolar semanal, le quiero
comentar el caso de una integrante de esa pléyade de estrafalarios unicornios
de sí mismos. La misma que, en lugar de bajar a la arena y luchar, y ganar, y
perder, y vivir, y morir, prefiere librar batallas menos sangrientas, más
cándidas e infantiles, en el mundo virtual del candy crush. Eso sí, a
aproximadamente 5.000 € al mes. Instalada en esa cúpula que los aísla del mundo
real, ha vociferado al resto del mundo, o sea, a nosotros mismos, que el
verdadero patriotismo sería morir a los 65 años, una vez terminada la vida
laboral. No lo ha dicho así, en concreto, lo reconozco, pero cuando afirma que
hay mucho jubilado en este país que está demasiado tiempo cobrando una pensión,
¡¿qué quiere que crea?! Vivir cotizando y morir sin tiempo para cobrar pensión:
el sueño del capitalismo universal. La masturbatoria elegía de los mercados
financieros. El orgasmo salvaje de la derecha oligarca. Orgía y bacanal regada
con la sangre de los trabajadores convertida en el vino picado de la falta de
cualquier ética.
Reposemos el corazón y la mente, ya
no está uno para barricadas oratorias. La sangre, a la vista del comportamiento
obrero, deja de hervir en la venas, deja de bullir por su declarado onanismo
electoral, su falta de visión de clase, su consentimiento no escrito hacia el
falso paraguas de la verticalidad patronal. Ellos sabrán. O no. Pero en el caso
que nos ocupa, del que le estoy contando toda esta perorata, ¿habrá caído en la
cuenta la susodicha que ella, bueno, nosotros en realidad, estamos cotizando
para su posible jubilación? Y en su caso es un agravante, dado que su activada
parlamentaria en escasa o nula, salvo los juegos electrónicos, y, por tanto, un
día en el pasivo jubilar sería la misma demasía de la que ella se queja en los
demás. ¡Muramos todos, obreros del mundo unidos, para mayor gloria del
patriotismo económico!
En definitiva, ahora que ha saltado
a la palestra la conveniencia o no de derogar la prisión permanente revisable,
no será, es una teoría, por supuesto, que su cerebro fue condenado a la citada
prisión permanente revisable al acceder a la política. O antes, cualquiera
sabe. Yo, por mi parte, intentaré no morirme, y, aún a costa de que me llamen
mal patriota, prefiero que “otra” cuadre las cuentas de la Seguridad Social. Un
saludo M. Felton. No olvido el Diacepam.
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