Todavía no han sido
exhumados todos los cadáveres de las fosas comunes, de las cunetas olvidadas,
de los asesinados por pensar de otro modo, por creer en otra concepción del
mundo: más libre, más igualitario…, cuando se vuelven a repetir imágenes más
propias de ese otro tiempo más oscuro. Parece ser que nada se aprendió de todo
aquello. Parece ser que todo es más fácil cuando existe en gran parte de la
ciudadanía una cierta inclinación hacia el servilismo sin preguntas, hacia el
acatamiento sin reflexión, como si un profundo síndrome de Estocolmo se hubiera
instalado en la población desde la dictadura franquista y no supiera vivir sin
los parámetros de ésta.
Este es un país de repetidores de
curso. Estancados en primaria, vamos solidificando nuestro entendimiento en
postulados simples, generalistas, primarios, inmejorable caldo de cultivo para
que concepciones políticas basadas en ordenanzas de tinte marcial obtengan
peones con los que inundar el tablero sociológico de demagogia y autoritarismo.
Carne de cañón que será lanzada, como estamos viendo, contra la dialéctica,
contra la razón, contra la negociación, conceptos que son enemigos acérrimos de
quienes tienen que mirar su significado en el diccionario y de aquellos que los
dirigen, cuyo cometido es mantener a la grey en la más absoluta ignorancia.
Viendo las imágenes de despedidas a
las fuerzas de seguridad del estado que se dirigen a Cataluña, más parecidos a
los desfiles de la victoria franquista en la guerra civil, los gritos de “a por
ellos”, “yo soy español”, etc, y comparándolas con las despedidas de las tropas
sublevadas contra la república en la guerra civil española, en imposible no
sentir un cierto temor, un cierto recelo ante la similitud de continentes y
contenido. Curiosamente, la similitud persiste, en la retaguardia los mamporreros
del régimen se afanan en dar rienda suelta a su extremismo poniendo en la diana
a quienes no piensan como ellos. Resulta penoso ver como dichas fuerzas
solamente sirven para la seguridad de una parte de la población y no para toda
ella.
Cuando en un país democrático el
ejercicio de la fuerza se impone al ejercicio de la razón y la política, aquel
deja de serlo convirtiéndose en una democracia orgánica, dirigida, manipulada,
operada con mecanismos supuestamente democráticos pero que oculta una sociedad
convertida en números, en individualidades carentes de valor, incapaces de
cohesionarse en organizaciones capaces de subvertir el orden establecido, ese
orden mentiroso que sabe que nunca actuaremos en su contra por nuestra propia
incapacidad para quitarnos el yugo de nuestros cuellos. Es el triunfo del Gran
Hermano.
Sin querer y poco a poco, pieza a pieza, este país está
rellenando un puzle bastante conocido. Solamente queda esperar que no venga
cualquier retrasado mental y lo complete. Sería una pena.
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