Sinceramente, le daba
igual. Levantarse por la mañana y que Cataluña fuera independiente como todo lo
contrario, si es que hay contrario en toda esta situación. Algún resquicio
emocional al uso, como cuando te desprendes de ese jersey que te ha acompañado
durante toda la vida pero que está para el arrastre, y a otra cosa. Una
frontera más por aquí y un color distinto de país por allá y arreglado.
Cuestión ésta última no baladí, pero que las editoriales actualizarían con la
premura totalmente provechosa de unos libros, y mapas, y diccionarios nuevos.
En cuestión de dineros no hay ninguna sospechosa emoción que impida el engorde
de las cuentas.
Total,
piensa, la cuestión se debate entre necios de concurso, botarates y chifleros
del reino a cada cual más obtuso. Él, como ciudadano, poco tenía que aportar a
un procedimiento que excluía cualquier manifestación popular a favor o en
contra. Pero si de algo estaba seguro es de que la democracia, como forma de
gobierno, había quedado un poco, o un mucho, magullada. Por unos y por otros,
eso lo tenía claro. Unos por desmontar los mecanismos de participación en
política y provocar una inseguridad jurídica en provecho propio, lo que dejaría
en mal lugar al ente que pudiera formarse en el futuro y otros por no modificarlos
a tiempo para que un sentimiento global pudiera ejercer su derecho.
Lo
que está claro es que esta democracia representativa, sin sicotécnico
obligatorio, está regida por unos dementes que secuestran esa representatividad
durante cuatros años para hacer lo que les viene en gana. Auténticos tiburcios
parlamentarios de escaso o nulo valor añadido empeñados en demostrar como es de
enorme su estulticia. Después de cuarenta años de democracia no han sabido
resolver el problema territorial con el que aquella nació y que solamente quedó
mitigado a base de favores mutuos gracias a una ley electoral demoniaca. Pero
ahora, ¿qué? Pues que, a pesar de todos los intentos por diferenciarse unos de
otros por cuestión nacional-identitaria, todos tenemos algo en común:
solucionar las cosas por las buenas o por las malas, por cojones, por collons,
por bolak, por…activistas homeópatas del “yo tengo la razón”. Una pena.
Vistas las manifestaciones en uno o
en otro sentido, los únicos que deben estar contentos son los fabricantes de
banderas. Telares a todo trapo sedientos de gloria. Sin embargo, ¿si
aplicáramos la teoría cuántica a cualquier problema identitario, no sería un
bucle reduccionista hasta la nada misma, o, al menos, hasta algo tan mínimo
carente de masa que pudiera sostener bandera alguna? El individuo, como átomo,
solamente se representa así mismo. Y esto, ni a veces.
Mientras ha ido pergeñando estos pensamientos ha ido
poniendo la cena. Y cae en la cuenta. Queso de tetilla gallego, gazpacho
andaluz y pan con tomate. ¿Podría considerarse él un nacionalista
galaicocatalánandalusí? En ese caso, ¿le aplicaría el gobierno el artículo 155?
¿Tendría patria con tanta mistura gastronómica? ¿Patria o muerte? ¿O era culo o
codo? Seguro que equivale a truco o trato.
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