Las
preguntas serían: ¿puede un obrero votar en función del PIB, del IPC, del IBEX,
o de cualquiera de las grandes magnitudes macroeconómicas que definen el modelo
productivo de un país y que son manejadas por los mercados y los poderes económicos a su antojo? ¿O
sería mejor votar en función de si el gobierno de turno ha hecho llegar a la
mayoría de la población el resultante de las posibles plusvalías conseguidas en
periodos de bonanza o la protección adecuada en periodos de crisis económica?
En definitiva, ¿un obrero debe votar en función de cómo va su economía familiar
o en función de cómo le va a la economía de los más ricos, la cual, da igual
como sople el viento, irá siempre bien? Y esto no es baladí, pues resolviendo
los interrogantes podríamos saber porqué hay tantos obreros que votan a la
derecha, o sea, al Partido Popular.
En España, esta disyuntiva se mezcla
con la sempiterna letanía de “yo siempre voto a los míos”, independientemente
de su quehacer, lo que da como resultado el hecho de que votando siempre a los
míos, los míos pueden hacer lo que les venga en gana, ya que nunca sufrirán
ningún castigo en las urnas. El hecho de votar a un partido político porque su
ideario general sea coincidente, en una primera impresión, con el particular de
cada uno, no debería, al menos eso pienso yo, desviarnos de la cuestión
principal: ese ideario general debe traducirse en la gobernanza a favor del
ciudadano, ya que lo contrario sería gobernar contra natura y cargar sobre las
economías domésticas el mantenimiento de la estructura del estado y las
prebendas y privilegios de la clase económica y financiera.
Por eso leemos o escuchamos noticias
sobre la evolución positiva de la economía española y que, de seguir así,
saldremos de la crisis más fortalecidos, sin que esa evolución positiva se
traduzca en una mejora de las condiciones de vida de los ciudadanos. Los
políticos del gobierno alardean de dichas cifras, pero esa macroeconomía no se traduce
en bienestar general, en una mejora de la microeconomía que cohesiona el tejido
social, sino en mayores beneficios para
las grandes empresas y corporaciones mercantiles a base de desproteger cada vez
más a los trabajadores. El hecho de que el rescate a los bancos, pagado por
todos, el rescate a la autopistas, pagado por todos, el saqueo continuado de
los bancos con las clausulas suelo, que permitieron todos los órganos
reguladores en la materia, y que el gobierno de turno se ha dado prisa en legislar
para que, de nuevo, los bancos no devuelvan todo el dinero robado, y la
práctica, ahora declarada ilegal, de la carga de los gastos de hipoteca a costa
del comprador, dan una idea clara de cuál es el verdadero interés general del
gobierno de Partido Popular, lo cual aumenta la incomprensión y la
estupefacción sobre el voto obrero a un partido de derechas.
Y es que nuestra tendencia a la
verticalidad viene de lejos. En la dictadura fascista y criminal que nos
gobernó durante cuarenta años se implantaron una seria de sindicatos, llamados
verticales, en donde confluían patronos y obreros como si de una gran familia
se tratara y sus intereses fueran comunes, siendo, de facto, en el mecanismo de
control de la clase obrera adormilada con la engañifa de pertenecer al mismo
grupo social. La proclama de que cuanto mejor le fuera al empresario, mejor le
iría al trabajador, solamente sirvió para desactivar la lucha obrera e inocular
en la clase trabajadora ciertos tics paternalistas que son, eso creo yo, los
que ahora inducen a pensar en ciertos ciudadanos que la derecha tratará por
igual al empresario y al trabajador. Porque para que se produzca la máxima
antes citada deberíamos tener una clase empresarial digna, cosa que, a la luz
de los acontecimientos, no parece que se cumpla (corrupción, evasión fiscal,
etc.).
Por eso tenemos los resultados
electorales que tenemos y que no cambiarán, ahí está la intención de voto de
las últimas encuestas del CIS, si parte de la clase trabajadora cree que forma
parte en igualdad de condiciones del sistema productivo y la ciudadanía piense
que la derecha hará recaer en los más ricos, ellos, la mayor parte de la
aportación del sostenimiento del estado. Si fuera así no seríamos más que unos
ilusos, los invitados, más que merecidamente, a LA CENA DE LOS IDIOTAS, de
Francis Veber, o, más localmente, PLÁCIDO, de José Luis García Berlanga, en la
que, con la escusa de mostrar la caridad cristina del régimen franquista, parte
práctica del catolicismo rampante, solamente esconde la limpieza de las
conciencias burguesas, simetría determinante con la situación actual: allí
donde debería llegar el estado se ponen en marcha telemaratones, carreras
solidarias, etc.
Así que hay que elegir: obrero o
borrego. Vosotros mismos. Luego no toquéis los cojones.
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