martes, 17 de enero de 2017

A PESAR DE TODO, ¡BENDITOS BARES!

         Que los bares son un universo en sí mismos no es algo que se discuta. Ágora variopinta en la cual se suceden y por la que transcurren momentos temporales de cada uno de sus parroquianos según sean las circunstancias personales que les perturben en el momento de su presencia o las realidades externas que les afecten. Se podría decir que cada bar es un parlamento, un foro en el cual, todos los días, se ponen de manifiesto las diversas susceptibilidades íntimas de cada uno de sus feligreses, ya sean estas nacionales, o regionales, o locales. Se podría decir que cada bar es un templo en el que cada día se celebra la eucaristía social del reconocimiento, la comunión grupal, el santo sacramento mutuo. Se podría decir, en suma, que cada bar es como la consulta del sicólogo, pero gratis, donde sin dificultad, con la facilidad que da la confianza adquirida, se producen sin interrupción confesiones, desahogos, confidencias, atemperando, a veces, el ánimo posiblemente quebrantado.

            Por eso, para un observador, el espacio barístico es como un mosaico de actitudes y comportamientos, cuando menos, originales, ciertamente curiosos en algunos casos, pequeños microcosmos de postureo y autocomplacencia. Desde la persona apartada, física y mentalmente, del mundo alrededor suyo, quizás construyendo ficticiamente el suyo. O esa otra, apostada en la barra, posiblemente exponiéndose, mostrándose, esperando un reconocimiento que siempre creyó suyo y nunca recibió. También están aquellos yonquis de la prensa diaria de gorra, ávidos de lectura, que son capaces, como usureros lectores, de apresar varios ejemplares, convertirlos en rehenes, amontonarlos e, inmediatamente, como sagaces encubridores, abrir uno de ellos encima del resto y usurpando, de paso, la lectura rápida con un café expreso a los demás partícipes de dicha liturgia. Asimismo, incluso, podíamos incluir a aquellos padres abnegados y aburridos, que por mor de la demagogia medicinal, ven corretear a sus infantes por el escenario tasquero, convertido en vulgar guardería, asimilando éstos, de forma tan simple, el hecho social de la bebida alcohólica. Dicotomía pulmonar o hepática resuelta a favor de la segunda por el progresismo político.

            Pero a mí, reconozco que observo y acepto y asumo ser observado, el grupo que más me interesa y, a la vez, me intriga, es el de esas personas que, aún entrando físicamente en esos templos de la libación, en realidad no son más que vehículos, porteadores de los verdaderos protagonistas: los abrigos, las trencas, las gabardinas… Una situación que se manifiesta de forma bastante intensa en los meses de invierno, cuando estas grandes estrellas del vestuario masculino y femenino inundan los bares formando verdaderas colinas textiles entre las cuales cavamos trincheras que nos permitan cierta movilidad, cierta interacción entre las distintas áreas del espacio: ir al lavabo, mismamente. En concreto, me refiero a esas personas que, con movimientos estudiados y milimetrados, se despojan de la prenda en cuestión y con sumo cuidado la depositan en la banqueta o taburete, colgándola del mismo para que no sufra ninguna arruga, mientras ellos se quedan de pie o cogen otra banqueta o taburete y se sientan a su lado, como si de su pareja sentimental se tratara. A veces esto no es suficiente, o no hay taburetes, y, entonces, buscan cualquier mesa en la cual descansar la prenda.

            De esta guisa nos encontramos con clientes haciendo malabares con la copa de vino o cerveza en una mano y la tapa en la otra sin poder acomodarlas en la mesa instalada por los dueños para ello, con clientes cansados que se debaten entre solicitar al caradura que les deje el asiento o dejar caer, por supuesto sin querer, la comanda en la ropa, con cara de no entender el porqué de la situación. ¡Y eso es una falta de solidaridad tabernaria que solamente se entiende desde la admisión de estos advenedizos, de estas criaturas sin cultura del vermú, del poteo, del alterne social! Ni aunque les dirijas miradas de rayos exterminadores son capaces de unir los conceptos, salvo cuando se van, que, con gran cinismo e hipocresía, son capaces de ofrecerte lo que en realidad deberías haber disfrutado desde tu entrada.

            Mientras tanto, el perchero arrinconado en algún ángulo del local, observa impotente tanta maldad, tanta perversidad, convertido en un esqueleto al que le hubieran despojado de toda su carnalidad, transformado en un conjunto vacio, transmutado en un ser inerte y sin función laboral conocida, destinado al paro del contenedor de las cosas inútiles. Reconvertido en una interrogante crítica y acusadora: ¿no entiendes, gañan de caspa larga, meapilas de misal a juego, que tu actitud no es la correcta? ¿Qué si estoy aquí es por algo? ¡Joder, si no sabes, no entres y deja a los verdaderos profesionales!

            A pesar de todo, ¡benditos bares!

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