Nunca terminará
definitivamente aquel periodo temporal entre la dictadura y la Democracia que
se dio en llamar “La Transición” mientras no se supere el sarpullido ideológico
que suscita en ciertos círculos políticos y ámbitos sociales cualquier mención,
cualquier acto relacionado con la Ley de
la Memoria Histórica, para algunos, ese Satanás en forma de recuerdo a las
víctimas del franquismo. Aquel periodo, elogiado en el mundo y puesto como
ejemplo del paso cívico hacía la convivencia pacífica entre dos mundos opuestos
y antagónicos, dejó muchos cicatrices sin cerrar, muchos sucesos por aclarar,
siendo la rehabilitación y la memoria de los represaliados y muertos por los
criminales fascistas, uno de ellos.
Porque en este aspecto, La
Transición, y su famoso consenso, no fue más que una enorme alfombra bajo la
cual esconder la vergüenza y la cobardía de unos políticos más ocupados en
posicionarse en el nuevo poder “democrático” que en reivindicar el derecho de
aquellos que representaban, cada uno desde su posición, la verdadera legalidad
usurpada por el golpe militar franquista del 36, obviando, de paso, como
aquellos verdugos transmutaban en demócratas de ocasión sin que tuvieran que
rendir cuentas por sus atropellos. Un paso en falso, justificado con la patente
de corso de la convivencia entre las dos Españas, que dejó en las cunetas las
pruebas de que el pasado solamente se supera si es llevado a juicio.
A diferencia de España, en Alemania,
con un pasado más grotesco todavía, existe una Ley que pena con hasta tres años
de cárcel a quienes aprueben, nieguen o minimicen, en público o en una reunión,
los actos perpetrados durante la dictadura nazi. Mientras tanto, en España
seguimos discutiendo sobre la retirada de los símbolos franquistas de las
calles, como si sufriéramos de amnesia colectiva y hubiéramos olvidado, a posta,
de que aquellos que siguen todavía en los callejeros de este país representan
un mundo criminal y genocida, por mucho que ahora, desde la distancia, sus
actitudes personales se vayan difuminando. Para no olvidar, para volver a
recordar desde la calma, es para lo que existe la Ley de la Memoria Histórica,
para resucitar la presencia de quienes fueron asesinados y arrojados de la
sociedad por sus ideas, y desmontar del tributo de sus correligionarios a
quienes participaron, mucho o poco, me la suda, de aquel régimen asesino. Se
quiere recordar y homenajear recuperando su pasado a quienes sufrieron el
fascismo, no recuperar el pasado de sus asesinos, aunque en, este país, algunos
lo confundan. No sé, sus motivos tendrán.
En Zamora, con la propuesta
municipal de retirar los honores callejeros al político del franquismo Carlos
Pinilla, ha surgido la controversia arriba mencionada, como si aquí, que nos
conocemos todos, no hubiera ocurrido nada de lo mencionado a nivel general. Por
eso, solamente unas matizaciones a la oposición de ciertos sectores políticos y
sociales zamoranos:
1) El hecho de que la mención callejera se
hiciera en democracia no quita ninguna legalidad humana a la propuesta de retirada
de esos honores viales, sino que entronca con lo manifestado sobre la
Transición política en España, que fue leve, ligera y olvidadiza para con los
vencidos y, parece ser que en Zamora, ciertamente benévola con los verdugos y
sus sucesores.
2)
El hecho de que, según le parece a ciertos sectores, manifestara una cierta
inclinación por el desarrollo de Zamora y su provincia no deja de ser algo
circunstancial, ya que lo hizo perteneciendo a la estructura de un régimen
ilegal que usurpó la democracia al pueblo español mediante un golpe de estado y
que, por ende, si hubiera continuado el régimen republicano anterior a la
guerra civil, otro político, este sí elegido por el pueblo, lo hubiera hecho.
Por otra parte, sus dádivas paternalistas recayeron en los adeptos al régimen,
lo cual dice poco de su actitud política y personal.
3)
A lo manifestado por la Junta Pro Semana Santa de que la implicación del sujeto
con su desarrollo y mantenimiento fue muy cercana no me cabe ninguna duda,
siquiera por la connotación religiosa y mesiánica de dicho régimen, pero habría
que recordarle que la misma iglesia que se benefició a través de la Semana
Santa zamorana de las andanzas de ese político recibía bajo palio al
delincuente dictador, criminalizaba cualquier comportamiento no regulado por
ella y llevaba a la marginalidad social a los que no participaban de su
“banquete”, así que por lo visto de caridad no andaba sobrada. ¡No cabe separar
lo personal de lo público para salir indemne!
Mientras existan tributos
en forma de placas callejeras, monumentos o cualquier otra forma de loa a
antiguos miembros del régimen fascista en este país, la Transición nunca
terminará. Como dijo el hispanista Walter Bernecker, no será más que “un pasado
que no ha dejado de pasar”.
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