martes, 16 de agosto de 2016

UN PASADO QUE NO HA DEJADO DE PASAR

          Nunca terminará definitivamente aquel periodo temporal entre la dictadura y la Democracia que se dio en llamar “La Transición” mientras no se supere el sarpullido ideológico que suscita en ciertos círculos políticos y ámbitos sociales cualquier mención, cualquier acto relacionado con  la Ley de la Memoria Histórica, para algunos, ese Satanás en forma de recuerdo a las víctimas del franquismo. Aquel periodo, elogiado en el mundo y puesto como ejemplo del paso cívico hacía la convivencia pacífica entre dos mundos opuestos y antagónicos, dejó muchos cicatrices sin cerrar, muchos sucesos por aclarar, siendo la rehabilitación y la memoria de los represaliados y muertos por los criminales fascistas, uno de ellos.

            Porque en este aspecto, La Transición, y su famoso consenso, no fue más que una enorme alfombra bajo la cual esconder la vergüenza y la cobardía de unos políticos más ocupados en posicionarse en el nuevo poder “democrático” que en reivindicar el derecho de aquellos que representaban, cada uno desde su posición, la verdadera legalidad usurpada por el golpe militar franquista del 36, obviando, de paso, como aquellos verdugos transmutaban en demócratas de ocasión sin que tuvieran que rendir cuentas por sus atropellos. Un paso en falso, justificado con la patente de corso de la convivencia entre las dos Españas, que dejó en las cunetas las pruebas de que el pasado solamente se supera si es llevado a juicio.

            A diferencia de España, en Alemania, con un pasado más grotesco todavía, existe una Ley que pena con hasta tres años de cárcel a quienes aprueben, nieguen o minimicen, en público o en una reunión, los actos perpetrados durante la dictadura nazi. Mientras tanto, en España seguimos discutiendo sobre la retirada de los símbolos franquistas de las calles, como si sufriéramos de amnesia colectiva y hubiéramos olvidado, a posta, de que aquellos que siguen todavía en los callejeros de este país representan un mundo criminal y genocida, por mucho que ahora, desde la distancia, sus actitudes personales se vayan difuminando. Para no olvidar, para volver a recordar desde la calma, es para lo que existe la Ley de la Memoria Histórica, para resucitar la presencia de quienes fueron asesinados y arrojados de la sociedad por sus ideas, y desmontar del tributo de sus correligionarios a quienes participaron, mucho o poco, me la suda, de aquel régimen asesino. Se quiere recordar y homenajear recuperando su pasado a quienes sufrieron el fascismo, no recuperar el pasado de sus asesinos, aunque en, este país, algunos lo confundan. No sé, sus motivos tendrán.

            En Zamora, con la propuesta municipal de retirar los honores callejeros al político del franquismo Carlos Pinilla, ha surgido la controversia arriba mencionada, como si aquí, que nos conocemos todos, no hubiera ocurrido nada de lo mencionado a nivel general. Por eso, solamente unas matizaciones a la oposición de ciertos sectores políticos y sociales zamoranos:

 1) El hecho de que la mención callejera se hiciera en democracia no quita ninguna legalidad humana a la propuesta de retirada de esos honores viales, sino que entronca con lo manifestado sobre la Transición política en España, que fue leve, ligera y olvidadiza para con los vencidos y, parece ser que en Zamora, ciertamente benévola con los verdugos y sus sucesores.

2) El hecho de que, según le parece a ciertos sectores, manifestara una cierta inclinación por el desarrollo de Zamora y su provincia no deja de ser algo circunstancial, ya que lo hizo perteneciendo a la estructura de un régimen ilegal que usurpó la democracia al pueblo español mediante un golpe de estado y que, por ende, si hubiera continuado el régimen republicano anterior a la guerra civil, otro político, este sí elegido por el pueblo, lo hubiera hecho. Por otra parte, sus dádivas paternalistas recayeron en los adeptos al régimen, lo cual dice poco de su actitud política y personal.

3) A lo manifestado por la Junta Pro Semana Santa de que la implicación del sujeto con su desarrollo y mantenimiento fue muy cercana no me cabe ninguna duda, siquiera por la connotación religiosa y mesiánica de dicho régimen, pero habría que recordarle que la misma iglesia que se benefició a través de la Semana Santa zamorana de las andanzas de ese político recibía bajo palio al delincuente dictador, criminalizaba cualquier comportamiento no regulado por ella y llevaba a la marginalidad social a los que no participaban de su “banquete”, así que por lo visto de caridad no andaba sobrada. ¡No cabe separar lo personal de lo público para salir indemne!

           Mientras existan tributos en forma de placas callejeras, monumentos o cualquier otra forma de loa a antiguos miembros del régimen fascista en este país, la Transición nunca terminará. Como dijo el hispanista Walter Bernecker, no será más que “un pasado que no ha dejado de pasar”. 

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