Cada día que pasa
estoy más convencido de que este país, España para más señas, está repleto de
temporeros de la democracia, de demócratas a tiempo parcial, ese que dura entre
golpe de estado y golpe de estado, anómalos intervalos en sus vidas que les
hacen disfrazarse, cual carnaval, para medrar hasta el, para ellos glorioso, advenimiento
del penúltimo fascista de catálogo. Cada día que pasa estoy más convencido de
que existe una mayoría, o una minoría si usted quiere, silenciosa, que aplaudiría
una asonada, o por lo menos, miraría para otro lado, dejaría hacer, ya que, en
el fondo, esa es su necesidad: ser guiados a golpe de proclama cual borregos.
Los tristes episodios acaecidos
durante el fin de semana en el caso de la Compañía de Titiriteros demuestran de
forma diáfana el estado de colapso cultural y de periodo terminal en el que
está inmerso el conjunto del país en toda su estructura, carcomida por las
termitas del conservadurismo a ultranza, el fanatismo religioso y la oligarca
concepción de la sociedad. La celeridad del proceso desde la denuncia
interpuesta por esos padres atacados en su integridad moral de confesionario, denota
la esquizofrenia de todos los agentes participantes. Unos padres que son
incapaces de abandonar el espectáculo si no les gusta para sus hijos pero que
si son capaces de denunciar por terrorismo el mero ejercicio, de mayor o menor
gusto, de espectáculo callejero. Una policía que, aún a sabiendas de que debe
acudir al haber una denuncia, pasa a disposición judicial, dando por cierto el
delito de enaltecimiento de terrorismo, la mera interpretación teatral. Y un
juez, que en lugar de poner cordura en todo el episodio, decreta la prisión
incondicional de los actores, igualándolos de paso con lo más granado de los
terroristas etarras, del Gal y del yihadismo. Un juez, por otra parte y según
todas las informaciones, anclado en modos y formas de otro tiempo, parece ser
que más preocupado de dictaminar en función de sus convicciones que de aplicar
la justicia en función de criterios objetivos, esto último, el verdadero problema
de este país: aplicar a lo público las convicciones y los credos privados.
El teatro de Cachiporra, y esto es
algo que no entienden ciertos adultos recalcitrantes, es teatro de la crítica,
poner en tela de juicio aquellas decisiones tomadas en los lugares de poder y
que, en la mayoría de las ocasiones, siempre perjudican a las clases menos
favorecidas. Así ha sido a lo largo del tiempo y es inconcebible y vergonzoso
en demasía que se pudiera realizar en tiempos de la Inquisición y que, ahora,
en pleno siglo XXI, provoque tal grado de erupción cutánea y mental en ciertos
reductos del conservadurismo. ¿Debemos aceptar qué existe más censura en este
momento que en el siglo XVII? ¿Qué en lugar de despojarnos de tabúes, leyendas,
mitos y creencias que han impedido el progreso y el desarrollo humano a lo
largo de los siglos, caminamos en sentido contrario y nos volvemos a disfrazar
con ellas sin reflexionar que todo ello supone renunciar a nuestra dignidad
como personas libres? Es curioso pensar que esos padres que tan diligentemente
denunciaron en nombre de la moral, su moral, dejan a sus hijos en manos de
programadores que intoxican sus mentes con propuestas infantiloides de mundos
de fantasía inexistentes, cuando no con propuestas agresivas repletas de armas,
muertos, etc. Parece ser que los titiriteros implicados son más peligrosos que
todos esos curas pederastas amparados en el caparazón de la iglesia católica,
que los corruptos que han esquilmado las cuentas públicas del país, de los
políticos que entienden la democracia como servilismo… y que no son dignos de
que la justicia acelere sus procesos judiciales que hagan que sus huesos
descansen por mucho tiempo en la cárcel.
Para aquellos que crecimos con la
Bola de Cristal y la Bruja Avería esta situación no deja de ser espeluznante y
aterradora. ¿Estamos convirtiendo a los niños en meras carcasas, monigotes en
turno de espera de su paso por la máquina gubernamental expendedora de cerebros
refractarios al ejercicio de la crítica, de la reflexión, del rechazo a todo lo
que suponga un ataque contra la libertada individual y colectiva? ¿Estamos
fabricando memos? Parece ser que sí, memos serviles, culturalmente escasos e
intelectualmente inofensivos: el paraíso del dictador.
Espero que esta barbaridad
perpetrada por los sectores más montaraces de este país termine aunque hay que
acudir al Estrasburgo, total ya somos el hazmerreir del mundo, y que, de paso,
algunos se den cuenta de que hay que ponerse de acuerdo para echar del poder a
la caspa que ha llenado de miseria y podredumbre los tres poderes en los que se
basa la democracia: ejecutivo, legislativo y judicial.
Y para aquellos a los cuales les
haya desaparecido la palabra biblioteca o la palabra libro de su vocabulario
les dejo un enlace al artículo de Adolfo Ayuso en la revista Titeresante. A ver
si aprenden algo.
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