martes, 9 de febrero de 2016

SI EN LUGAR DE TÍTERES, FUERA UN ENTREMÉS, ¿A QUÉ SERÍA DE CHOPED?

           Cada día que pasa estoy más convencido de que este país, España para más señas, está repleto de temporeros de la democracia, de demócratas a tiempo parcial, ese que dura entre golpe de estado y golpe de estado, anómalos intervalos en sus vidas que les hacen disfrazarse, cual carnaval, para medrar hasta el, para ellos glorioso, advenimiento del penúltimo fascista de catálogo. Cada día que pasa estoy más convencido de que existe una mayoría, o una minoría si usted quiere, silenciosa, que aplaudiría una asonada, o por lo menos, miraría para otro lado, dejaría hacer, ya que, en el fondo, esa es su necesidad: ser guiados a golpe de proclama cual borregos.

            Los tristes episodios acaecidos durante el fin de semana en el caso de la Compañía de Titiriteros demuestran de forma diáfana el estado de colapso cultural y de periodo terminal en el que está inmerso el conjunto del país en toda su estructura, carcomida por las termitas del conservadurismo a ultranza, el fanatismo religioso y la oligarca concepción de la sociedad. La celeridad del proceso desde la denuncia interpuesta por esos padres atacados en su integridad moral de confesionario, denota la esquizofrenia de todos los agentes participantes. Unos padres que son incapaces de abandonar el espectáculo si no les gusta para sus hijos pero que si son capaces de denunciar por terrorismo el mero ejercicio, de mayor o menor gusto, de espectáculo callejero. Una policía que, aún a sabiendas de que debe acudir al haber una denuncia, pasa a disposición judicial, dando por cierto el delito de enaltecimiento de terrorismo, la mera interpretación teatral. Y un juez, que en lugar de poner cordura en todo el episodio, decreta la prisión incondicional de los actores, igualándolos de paso con lo más granado de los terroristas etarras, del Gal y del yihadismo. Un juez, por otra parte y según todas las informaciones, anclado en modos y formas de otro tiempo, parece ser que más preocupado de dictaminar en función de sus convicciones que de aplicar la justicia en función de criterios objetivos, esto último, el verdadero problema de este país: aplicar a lo público las convicciones y los credos privados.

            El teatro de Cachiporra, y esto es algo que no entienden ciertos adultos recalcitrantes, es teatro de la crítica, poner en tela de juicio aquellas decisiones tomadas en los lugares de poder y que, en la mayoría de las ocasiones, siempre perjudican a las clases menos favorecidas. Así ha sido a lo largo del tiempo y es inconcebible y vergonzoso en demasía que se pudiera realizar en tiempos de la Inquisición y que, ahora, en pleno siglo XXI, provoque tal grado de erupción cutánea y mental en ciertos reductos del conservadurismo. ¿Debemos aceptar qué existe más censura en este momento que en el siglo XVII? ¿Qué en lugar de despojarnos de tabúes, leyendas, mitos y creencias que han impedido el progreso y el desarrollo humano a lo largo de los siglos, caminamos en sentido contrario y nos volvemos a disfrazar con ellas sin reflexionar que todo ello supone renunciar a nuestra dignidad como personas libres? Es curioso pensar que esos padres que tan diligentemente denunciaron en nombre de la moral, su moral, dejan a sus hijos en manos de programadores que intoxican sus mentes con propuestas infantiloides de mundos de fantasía inexistentes, cuando no con propuestas agresivas repletas de armas, muertos, etc. Parece ser que los titiriteros implicados son más peligrosos que todos esos curas pederastas amparados en el caparazón de la iglesia católica, que los corruptos que han esquilmado las cuentas públicas del país, de los políticos que entienden la democracia como servilismo… y que no son dignos de que la justicia acelere sus procesos judiciales que hagan que sus huesos descansen por mucho tiempo en la cárcel.

            Para aquellos que crecimos con la Bola de Cristal y la Bruja Avería esta situación no deja de ser espeluznante y aterradora. ¿Estamos convirtiendo a los niños en meras carcasas, monigotes en turno de espera de su paso por la máquina gubernamental expendedora de cerebros refractarios al ejercicio de la crítica, de la reflexión, del rechazo a todo lo que suponga un ataque contra la libertada individual y colectiva? ¿Estamos fabricando memos? Parece ser que sí, memos serviles, culturalmente escasos e intelectualmente inofensivos: el paraíso del dictador.

            Espero que esta barbaridad perpetrada por los sectores más montaraces de este país termine aunque hay que acudir al Estrasburgo, total ya somos el hazmerreir del mundo, y que, de paso, algunos se den cuenta de que hay que ponerse de acuerdo para echar del poder a la caspa que ha llenado de miseria y podredumbre los tres poderes en los que se basa la democracia: ejecutivo, legislativo y judicial.

            Y para aquellos a los cuales les haya desaparecido la palabra biblioteca o la palabra libro de su vocabulario les dejo un enlace al artículo de Adolfo Ayuso en la revista Titeresante. A ver si aprenden algo.

            Y una declaración:





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