domingo, 10 de enero de 2016

EL PÁLPITO DE LA CIUDAD EXTINTA

             Desaparecer en el silencio otra vez…una más. Concluidos los efectos de la penúltima dosis de adrenalina, reculan hacia la resaca consabida y eterna de su deambular ordinario. Un visado más que se pierde de la cartilla del racionamiento vital con la que recorren, caminan o, simplemente, pasan sin hacer ruido por el almanaque artificial de su vida programada, del devenir vulgar y mediocre de una ciudad que se cae a pedazos, como esos viejos edificios cargados de historia que no reciben ninguna atención, ningún mimo, ningún respeto. Como aquel que no quiere enterarse de lo que ocurre a su alrededor y censura todo aquello que le haga llegar hasta su vida ruin alguna noticia, algún detalle del exterior, creyendo que así nunca le afectará, que nunca podrán herirle con sus informaciones, continúan los moradores de la ciudad extinta sus quehaceres, como si su errático rumbo como grupo les fuera a llevar a alguna parte, a algún destino, a algún futuro creíble que solamente pudiera ser visualizado en sus pesadillas más íntimas.

            Una vez más se vuelven a quedar solos, que es su misterio. Lo ignoran a sabiendas de que aquellos que consiguieron por fin el tercer grado de su condena solamente vienen a dormir junto a nosotros, a su celda, cada quince días. Que aquellos que por fin consiguieron la libertad de su condena exploran otras ciudades, otros mundos, saboreando el placer de la creatividad, de la exploración, del progreso, del deseo de aquellos otros que nunca quisieron esperar a que se lo ofrecieran en vano, construyéndolo ellos mismos. Días tras día recorren las mismas veredas marcadas en el terreno a fuerza de repetición como los elefantes peregrinos en busca del oasis que les de agua y comida. No se permiten ningún desvarío direccional, ninguna constante de variabilidad, nada que los haga ser dignos de la espontaneidad, de la sorpresa, del asombro que de un poco de vida a la vida.

            Como autómatas, siguen un orden riguroso, casi maniático, porque lo que realizan unos hace un poco a los otros, retroalimentándose, volviéndose prisioneros de si mismos y de sus rutinas, de sus quehaceres cotidianos, en definitiva, de su destino. Salvo espasmos de falsa realidad, la ciudad extinta vive, o muere, vacía. Sus calles se abandonan, se renuncia a su misterio, a su llamada. Los habitantes de la ciudad extinta, como orugas, van poco a poco construyendo sus capullos con el hilo de la apatía, refugiándose en ellos, escondiéndose, pero teniendo la certeza crepuscular de que nunca saldrá de ellos alguna mariposa. Se reconcentran alrededor de si mismos hasta hacerse, no más pequeños, no más reducidos, sino más viejos. Esta ciudad extinta lleva haciéndose vieja muchos años. Sus habitantes nacen viejos ya, es su sello. Niños viejos que, salvo huida a tiempo, se convierten en jóvenes viejos para terminar en viejos al cuadrado. Depositarios del santo grial de la tradición, han abandonado todo conato de proyecto disfrazados con sus hábitos tristes de tristes y desvencijados colores, convertidos en agentes de la autoridad de su propia conducta, de su propio manual de hombres y mujeres tristes, manual que solamente se guarda en el cajón para celebrar los misteriosos mandatos que ellos mismos se han autorecetado siguiendo los cánones del libro de familia cristiano.

            Y mientras tanto, la ciudad extinta observa a sus ciudadanos de forma sorprendente. Los recoge en su seno y los escruta desde todos los ángulos: contabilizándolos, cada vez son menos, estudiándolos, cada vez son más miopes, instigándoles, cada vez menos receptivos. A cambio, los ciudadanos la observan de forma indiferente, a cuestas con su marginalidad vital, enfundados en su negación constante, reducen como concepto a la ciudad a la nada. Solamente les cabe esperar otro estertor, otro atisbo de irrealidad, otra inyección letal de falso pulso arterial. Volverán por un tiempo quienes se fueron y parecerá que viven en ellos para morir después. Vivir y morir continuamente a golpe de calendario.

            Parece ser como si sus habitantes solamente pudieran habitar su pasado porque es lo único que tienen.

No hay comentarios:

Publicar un comentario