Nunca temes perder
porque nunca compites, si acaso contra ti misma, en tu eterna carrera sin fin. Impasible,
tu interminable tránsito por las calles de la ciudad son como una constante
foto fija de algún recuerdo añejo que te sobrevive en lo más profundo de tu
memoria, convertido en el motor de tu perenne deambular. Quizás es tu respuesta
ante tanto dolor adivinado, el que se transmite en tu rostro apesadumbrado,
triste y melancólico mientras señalas y esculpes infinitos senderos sobre mugrientas
baldosas de aceras laberínticas, imperceptibles para los demás.
Perpetua
pugna contra el tiempo de tu condición de corredor de fondo, devorando los
kilómetros de añoranza y memoria de otro tiempo. Acaso, luchando contra ellos, intentando
conseguir su misericordiosa extinción, esa que traería, por fin, la meta final
que ahora se te antoja muy lejana o inesperada, posiblemente inexistente.
Tu ensimismamiento camina a la par
de la indiferencia que emana, con efluvios de reproche, o te dirigen, los
transeúntes con los que te cruzas en tu arbitrario deambular. Avanzas acorazada
entre los pliegues del pasado que te ayuda, que te protege ante una realidad
que, supongo, no comprendes ni aceptas. Cargada a la espalda con tu pequeña
mochila, te alimentas del cansancio crónico que desprendes. Un cansancio más
emocional que físico, más turbado que tangible. Un cansancio que solamente tú
comprendes y del que no esperas comprensión por parte de nadie, cuando nadie,
jamás, comprendió el por qué, comprendió el daño, el desgarro, la quiebra de tu
corazón.
Si
me atrevo a pedírtelo, ¿me contarás que soportas en esa mochila que forma parte
intrínseca de ese armazón corpóreo que sustentas y sin la cual no serías tú? Por
mi parte, me aventuro a pensar e imaginar, como quién sueña con la torpeza del
extraño, que tu alimento proviene de las fotos sepias de un tiempo pasado donde
fuiste feliz, de las cartas enviadas que nunca obtuvieron respuesta, de la
ausencia nunca justificada…, de la ausencia eterna. O acaso vaya vacía,
jornadas interminables con la ilusión de que algún día alguien vaya depositando
en ella algún futuro que te sobreviva.
Tal vez, el recogimiento con el que
discurre tu vagar no sea sino la petición de clemencia que te corresponde por
el otro, aceptando el castigo penitencial del sufrido movimiento sin final.
Probablemente para no tener que abrir las puertas del pasado que mortalmente se
habían vuelto dolorosas. Insensible, dura, te atreves en tu condena perpetua a
desafiar al tiempo que te opone. Un tiempo infernal que te agrede sin piedad,
solamente enfundada en tu chándal gris, ya descolorido por tanta inclemencia,
que apenas debe protegerte del frío y gélido entorno. Sin embargo, hoy, al
verte pasar como tantas y tantas mañanas, he compartido tu relevo diario al
reflejarme en tus manos, ésas que portaban enfundados unos guantes de plástico
de supermercado y que me han retrotraído a mi niñez, cuando elaborábamos
guantes del mismo material intentando emular a aquéllos que los porteros
balompédicos utilizaban en esos años, infancia de carencias pero no de voluntad
y creatividad para superarlas.
Y
he creído, aunque pueda estar equivocado, creer entender tu actitud, la que los
demás hemos perdido, de volver a la niñez, la que estaba exenta de incógnitas,
la que solamente consistía en correr en pos de un tiempo que parecía no tener
fin. Si ahora corres en pos de ella, yo te acompaño en tu tenaz obstinación,
aunque puede que nunca salgas de ella. En ese caso también entiendo tu aislamiento,
elegido, como defensa ante la falta de reciprocidad emocional con los demás.
Recorrido repetitivo y continuo que nos va recordando, a pesar de nosotros
mismos, nuestra penuria comunicativa, nuestra falta de socialización y nuestro
déficit afectivo. Autismo que tú enarbolas en tu alocada carrera retratándonos
como si tú fueras nuestra imagen en el espejo visual de la sociedad.
Hoy te veo correr de nuevo
y te vas como siempre, pero quizás te llevas yendo toda la vida.
Si es la misma con la que yo coincido en mis caminatas, la has bordado, bravo!!!. Yo también la observo.
ResponderEliminarSupongo que es la misma persona. Siempre que la veo me da la impresión de que es una metáfora de la sociedad, un movimiento continuo si texto, sin mensaje. Gracias por el comentario.
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