jueves, 15 de enero de 2015

LA MUJER QUE PARA CORRER NUNCA NECESITÓ UN DORSAL

         Nunca temes perder porque nunca compites, si acaso contra ti misma, en tu eterna carrera sin fin. Impasible, tu interminable tránsito por las calles de la ciudad son como una constante foto fija de algún recuerdo añejo que te sobrevive en lo más profundo de tu memoria, convertido en el motor de tu perenne deambular. Quizás es tu respuesta ante tanto dolor adivinado, el que se transmite en tu rostro apesadumbrado, triste y melancólico mientras señalas y esculpes infinitos senderos sobre mugrientas baldosas de aceras laberínticas, imperceptibles para los demás.

Perpetua pugna contra el tiempo de tu condición de corredor de fondo, devorando los kilómetros de añoranza y memoria de otro tiempo. Acaso, luchando contra ellos, intentando conseguir su misericordiosa extinción, esa que traería, por fin, la meta final que ahora se te antoja muy lejana o inesperada, posiblemente inexistente.

            Tu ensimismamiento camina a la par de la indiferencia que emana, con efluvios de reproche, o te dirigen, los transeúntes con los que te cruzas en tu arbitrario deambular. Avanzas acorazada entre los pliegues del pasado que te ayuda, que te protege ante una realidad que, supongo, no comprendes ni aceptas. Cargada a la espalda con tu pequeña mochila, te alimentas del cansancio crónico que desprendes. Un cansancio más emocional que físico, más turbado que tangible. Un cansancio que solamente tú comprendes y del que no esperas comprensión por parte de nadie, cuando nadie, jamás, comprendió el por qué, comprendió el daño, el desgarro, la quiebra de tu corazón.

Si me atrevo a pedírtelo, ¿me contarás que soportas en esa mochila que forma parte intrínseca de ese armazón corpóreo que sustentas y sin la cual no serías tú? Por mi parte, me aventuro a pensar e imaginar, como quién sueña con la torpeza del extraño, que tu alimento proviene de las fotos sepias de un tiempo pasado donde fuiste feliz, de las cartas enviadas que nunca obtuvieron respuesta, de la ausencia nunca justificada…, de la ausencia eterna. O acaso vaya vacía, jornadas interminables con la ilusión de que algún día alguien vaya depositando en ella algún futuro que te sobreviva.

            Tal vez, el recogimiento con el que discurre tu vagar no sea sino la petición de clemencia que te corresponde por el otro, aceptando el castigo penitencial del sufrido movimiento sin final. Probablemente para no tener que abrir las puertas del pasado que mortalmente se habían vuelto dolorosas. Insensible, dura, te atreves en tu condena perpetua a desafiar al tiempo que te opone. Un tiempo infernal que te agrede sin piedad, solamente enfundada en tu chándal gris, ya descolorido por tanta inclemencia, que apenas debe protegerte del frío y gélido entorno. Sin embargo, hoy, al verte pasar como tantas y tantas mañanas, he compartido tu relevo diario al reflejarme en tus manos, ésas que portaban enfundados unos guantes de plástico de supermercado y que me han retrotraído a mi niñez, cuando elaborábamos guantes del mismo material intentando emular a aquéllos que los porteros balompédicos utilizaban en esos años, infancia de carencias pero no de voluntad y creatividad para superarlas.

Y he creído, aunque pueda estar equivocado, creer entender tu actitud, la que los demás hemos perdido, de volver a la niñez, la que estaba exenta de incógnitas, la que solamente consistía en correr en pos de un tiempo que parecía no tener fin. Si ahora corres en pos de ella, yo te acompaño en tu tenaz obstinación, aunque puede que nunca salgas de ella. En ese caso también entiendo tu aislamiento, elegido, como defensa ante la falta de reciprocidad emocional con los demás. Recorrido repetitivo y continuo que nos va recordando, a pesar de nosotros mismos, nuestra penuria comunicativa, nuestra falta de socialización y nuestro déficit afectivo. Autismo que tú enarbolas en tu alocada carrera retratándonos como si tú fueras nuestra imagen en el espejo visual de la sociedad.

            Hoy te veo correr de nuevo y te vas como siempre, pero quizás te llevas yendo toda la vida.

2 comentarios:

  1. Si es la misma con la que yo coincido en mis caminatas, la has bordado, bravo!!!. Yo también la observo.

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    1. Supongo que es la misma persona. Siempre que la veo me da la impresión de que es una metáfora de la sociedad, un movimiento continuo si texto, sin mensaje. Gracias por el comentario.

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