Ya va siendo hora de
aceptar, que de alguna forma, somos nosotros los culpables. La excusa tan
manida de la poca tradición democrática existente en este país ya no es tan
excusa como antaño. Los años transcurridos desde la instauración del sistema
democrático han equilibrado en la práctica la totalidad de los nefastos años de
dictadura impuesta por las armas por el sátrapa de infausto recuerdo, que para
más inri, murió en la cama, desgraciadamente por la incapacidad para derrocarlo
desde el interior como por la nula voluntad para expulsarlo del poder desde el
exterior. Algún día alguien nos debería de explicar porque las potencias
democráticas vencedoras de la segunda guerra mundial nos dejaron en manos de
semejante personaje en lugar de finalizar su labor. Países que se vanaglorian
de su democrática historia pero que han mantenido, y mantienen, fluidas
relaciones con sistemas puramente autoritarios.
La visión aterradora, orwelliana,
del presidente del gobierno español dando explicaciones sobre los casos de
corrupción que salpican de lleno a su partido, y a él mismo, a través de una
pantalla de plasma, como si su reino no fuera de este mundo, parece ser que no
escandaliza a nadie. Que se acepte este esperpento sin que ninguno de los
periodistas allí presentes se levante y se niegue a asistir a esa rueda de
prensa capada, sesgada e unidireccional, no deja en buen lugar al mundo
periodístico. Esa misma prensa que, en teoría, debe ser el elemento punzante contra
el poder, quien debe dar luz a las cloacas sobre las que se asientan,
demasiadas veces si acaso, las estructuras políticas y económicas de cualquier
país.
Que el torbellino corrupto en el que
se desarrolla la actividad del partido mayoritario en el parlamento, que además
sustenta al gobierno, niegue la presencia del presidente de dicho órgano en el
Congreso, con el objeto de dar las explicaciones pertinentes sobre los últimos
acontecimientos en torno a la financiación de su partido y los sobresueldos
cobrados, presuntamente, por sus miembros, da idea del emponzoñamiento con el
que se vive la política nacional. Un gobierno que desprecia a la mitad de sus
ciudadanos, que a través de sus representantes, exigen dicha presencia y
explicación.
Aquí
se acepta el desaire y la tomadura de pelo con naturalidad, como si eso fuera
la norma, cuando la norma, y sobre todo la ética, si es que ésta última existe,
dice que cualquier político debe estar al servicio de sus ciudadanos y dar
todas las explicaciones exigidas, cuantas veces se le requiera y en persona.
Por educación, moral y cultura democrática. Los altos intereses económicos de
los grandes grupos periodísticos, salvo excepciones, parece ser que les
inhabilitan para ejercer su labor. Excluidos quedan los lacayos del poder, los
perritos falderos a sueldo a los que la palabra periodista les queda demasiado
grande.
Aparte de todo esto, es una gran
parte de la ciudadanía quien está dando patente de corso a la política de
recortes asesinos del gobierno. Ante todo lo dicho, los ciudadanos nos vamos
cruzando de brazos, alzando los hombros en señal de resignación y soltando
aquello de “que podemos hacer nosotros”. Nos vamos convirtiendo por la fuerza
de los hechos en una masa aborregada, simple y vasalla, que acepta cuanto
provenga del poder, aunque eso signifique mayores sacrificios. La anestesia de
nuestros cerebros tras años y años de dar la espalda a lo que significa el
ejercicio de las prerrogativas que nos otorga el sistema democrático, de
ignorar cuanto ha sucedido y sucede en las estructuras del poder político, ha
devenido en la realidad en un sistema democrático sobre el papel, pero un
secuestro de facto de nuestros derechos.
Cuando en los países democráticos de
nuestro entorno, se exige la dimisión de un político, ¡y éste dimite!, por
haber falsificado una declaración para no pagar una multa o por haberse fumado
un porro en sus años de universidad, mientras que aquí se pueden acumular los
casos de corrupción política y económica sin que nadie dimita, aunque su
dignidad, si la tienen, quede por los suelos, explica bien a las claras que
clase de democracia nos hemos dado, ayudada, esos sí, por nuestra tradicional
inclinación a la picaresca, que tiende a exculpar a los corruptos como quien
exculpa a un niño que ha cogido un caramelo de más. Aunque la moción de censura
propuesta por los partidos de la oposición llega un poco tarde, tendría que
haberse producido junto con las movilizaciones del 15M, debe de servir de espoleta
para un nuevo conjunto de acciones y movilizaciones que desinfecten la herida
por la que se desangra el sistema político español. Dejar de ser el hazmerreir
de Europa y recuperar para los ciudadanos la soberanía que nos robaron y que,
hoy por hoy, se encuentra expuesta para venderla al mejor postor.
Aunque mucho me temo que con medio país atufado de
sangría y paella…no va a ser, pero cosas más extrañas se ha visto.
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