Creer que el derecho
a ser madre y beneficiarse de los logros y los avances de las técnicas de
reproducción asistida depende en exclusiva de una forma de entender el puesto
social de la mujer en relación al hombre, en este caso la pareja heterosexual
tal y como manda la iglesia católica, en lugar de atender a la razón natural de
toda mujer para decidir sobre este supuesto y en que momento y circunstancia lo
lleva a efecto, no obedece más que a la aplicación sobre la totalidad de la
sociedad de un concepto religioso exclusivo de una parte de la misma. Concepto
que supone la exclusión de dichos beneficios de colectivos satanizados por la
jerarquía eclesiástica y su brazo ejecutor: la derecha ultramontana.
El borrador sobre la nueva cartera
de servicios básicos del sistema nacional de salud deja en el limbo a mujeres
solteras y parejas de mujeres, cuyos perfiles no deben encajar en el catecismo
del ministerio que dirige Ana Mato. Delimitar el acceso gratuito a este servicio
a parejas heterosexuales, es una clara discriminación que choca de plano con la
constitución española. Incluso la limitación de edad, la mujer no debe tener
más de cuarenta años y el hombre más de cincuenta y cinco, excluye a parejas en
las que existe una diferencia de edad mayor de la fijada, mujer de treinta y
cinco y hombre de cincuenta y siete por ejemplo, y que mediante esta nueva ley
no tendrán derecho a beneficiarse del servicio gratuito.
Esta propuesta, de carácter
reaccionario, vulnera el principio de igualdad de derechos de las mujeres y
menosprecia la diversidad familiar, instaurando un preocupante reduccionismo
social y acotando la estructura familiar a la concepción clásica emanada del
siempre peligroso lobby católico. Una forma de entender la estructura y
quehacer político basada en el concepto cristiano de la construcción de Europa,
extrapolado de unos tiempos, la edad media, en los que las confrontaciones con
el mundo musulmán definían el crecimiento como estados de unos y otros. Pero algo
que en el siglo XXI deberíamos dar por superado. En definitiva, un pretexto de
los políticos de derechas para configurar estados, por principio libres, en
forma vaticana.
Esta política de sacristía nos lleva
irremediablemente a una simbiosis entre la política y la religión y a un
integrismo político-religioso, baldón fundamental del partido en el gobierno,
que pretende mantener, a veces por la fuerza, pensamientos y acciones propias
de otros tiempos, oponiéndose a cualquier tipo de cambio o renovación. Un tipo
de fundamentalismo que vulnera los derechos humanos y la libertad de elección
de los ciudadanos, gravando su libertad y su derecho a decidir. Se crea así un
conjunto doctrinal basado en el inmovilismo, en el mantenimiento íntegro e
inalterable de los principios que lo sustentan, alejándose de esta manera del
conjunto de la sociedad y convirtiéndose en guetos políticos cerrados y, de
alguna forma, peligrosos para los que disienten de su pensamiento fundamental. Una
forma de gobernar “orgánica”, de enunciados hinchados de fe ciega, alejados de
los postulados del librepensamiento, de la ética política y de la realidad
cotidiana.
Nos encontramos así ante el negativo
fotográfico de la sociedad resultante de este tipo de política basada en
principios morales y religiosos. Excluyente por defecto y que a fuerza de
alejar a los ciudadanos de la participación de la rex pública, deviene en gueto
sin libertad, encastillada en sus privilegios y perpleja ante el rechazo que
produce en los demás. Un burka político, social, religioso y económico que
cubre desde la cabeza hasta los pies a esta derecha española, falta de aire y
sudorosa ante su insistente cerrazón. Escasa de librepensamiento y renovación
que postula la adhesión inquebrantable, la fe ciega en el líder y el rechazo de
la confrontación de ideas. Un burka hermético, sin conciencia, salvo la de
clase privilegiada, que en el caso de la ministra de Sanidad, Ana Mato, le
impidió ver que su marido llegaba a casa con un Jaguar modelo Gurtel, que le
impidió conocer que quien pagaba sus viajes a Disney y las fiestas de
cumpleaños de sus hijos eran empresas inmersas en tramas de corrupción económica.
Un burka de ignorancia y aislamiento desde el que pretende legislar, con el
cinismo por bandera, para una inmensa mayoría de ciudadanos españoles que
todavía se consideran, a diferencia de sus acólitos, personas libres.
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