miércoles, 24 de julio de 2013

EL BURKA DE ANA MATO


           Creer que el derecho a ser madre y beneficiarse de los logros y los avances de las técnicas de reproducción asistida depende en exclusiva de una forma de entender el puesto social de la mujer en relación al hombre, en este caso la pareja heterosexual tal y como manda la iglesia católica, en lugar de atender a la razón natural de toda mujer para decidir sobre este supuesto y en que momento y circunstancia lo lleva a efecto, no obedece más que a la aplicación sobre la totalidad de la sociedad de un concepto religioso exclusivo de una parte de la misma. Concepto que supone la exclusión de dichos beneficios de colectivos satanizados por la jerarquía eclesiástica y su brazo ejecutor: la derecha ultramontana.
            El borrador sobre la nueva cartera de servicios básicos del sistema nacional de salud deja en el limbo a mujeres solteras y parejas de mujeres, cuyos perfiles no deben encajar en el catecismo del ministerio que dirige Ana Mato. Delimitar el acceso gratuito a este servicio a parejas heterosexuales, es una clara discriminación que choca de plano con la constitución española. Incluso la limitación de edad, la mujer no debe tener más de cuarenta años y el hombre más de cincuenta y cinco, excluye a parejas en las que existe una diferencia de edad mayor de la fijada, mujer de treinta y cinco y hombre de cincuenta y siete por ejemplo, y que mediante esta nueva ley no tendrán derecho a beneficiarse del servicio gratuito.
            Esta propuesta, de carácter reaccionario, vulnera el principio de igualdad de derechos de las mujeres y menosprecia la diversidad familiar, instaurando un preocupante reduccionismo social y acotando la estructura familiar a la concepción clásica emanada del siempre peligroso lobby católico. Una forma de entender la estructura y quehacer político basada en el concepto cristiano de la construcción de Europa, extrapolado de unos tiempos, la edad media, en los que las confrontaciones con el mundo musulmán definían el crecimiento como estados de unos y otros. Pero algo que en el siglo XXI deberíamos dar por superado. En definitiva, un pretexto de los políticos de derechas para configurar estados, por principio libres, en forma vaticana.
            Esta política de sacristía nos lleva irremediablemente a una simbiosis entre la política y la religión y a un integrismo político-religioso, baldón fundamental del partido en el gobierno, que pretende mantener, a veces por la fuerza, pensamientos y acciones propias de otros tiempos, oponiéndose a cualquier tipo de cambio o renovación. Un tipo de fundamentalismo que vulnera los derechos humanos y la libertad de elección de los ciudadanos, gravando su libertad y su derecho a decidir. Se crea así un conjunto doctrinal basado en el inmovilismo, en el mantenimiento íntegro e inalterable de los principios que lo sustentan, alejándose de esta manera del conjunto de la sociedad y convirtiéndose en guetos políticos cerrados y, de alguna forma, peligrosos para los que disienten de su pensamiento fundamental. Una forma de gobernar “orgánica”, de enunciados hinchados de fe ciega, alejados de los postulados del librepensamiento, de la ética política y de la realidad cotidiana.
            Nos encontramos así ante el negativo fotográfico de la sociedad resultante de este tipo de política basada en principios morales y religiosos. Excluyente por defecto y que a fuerza de alejar a los ciudadanos de la participación de la rex pública, deviene en gueto sin libertad, encastillada en sus privilegios y perpleja ante el rechazo que produce en los demás. Un burka político, social, religioso y económico que cubre desde la cabeza hasta los pies a esta derecha española, falta de aire y sudorosa ante su insistente cerrazón. Escasa de librepensamiento y renovación que postula la adhesión inquebrantable, la fe ciega en el líder y el rechazo de la confrontación de ideas. Un burka hermético, sin conciencia, salvo la de clase privilegiada, que en el caso de la ministra de Sanidad, Ana Mato, le impidió ver que su marido llegaba a casa con un Jaguar modelo Gurtel, que le impidió conocer que quien pagaba sus viajes a Disney y las fiestas de cumpleaños de sus hijos eran empresas inmersas en tramas de corrupción económica. Un burka de ignorancia y aislamiento desde el que pretende legislar, con el cinismo por bandera, para una inmensa mayoría de ciudadanos españoles que todavía se consideran, a diferencia de sus acólitos, personas libres.

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