Baja caudaloso y
despierto el arroyo en esta mañana de primavera. Corretea por las piedras y
entre las raíces de los arboles con la juventud de su estación lluviosa y
cambiante. Los árboles comienzan a desentumecer sus ramas y su vigor asoma ya
pleno por las yemas de sus dedos. Justa compensación por los sinsabores de los
pasados fríos tan cercanos, tanto los físicos como los del alma, que dejan lacerados,
llagados, heridos, el ánimo y el deseo.
Pero, hoy he vuelto a ti y no me he
encontrado. Caminando por tus sendas, acompañándote, solamente he visto a un
muchacho vagar sin rumbo fijo en aquellas tardes apacibles de verano ya lejanas.
En aquel tiempo de realidades inciertas, de vidas eternas y horizontes plenos.
Descubriendo las incertidumbres vitales que se nos abrían a cada paso
enfrentadas a la materialidad de lo cotidiano. Aquellas vacaciones inacabables
e inabarcables que nos empujaban a lo desconocido más cercano, tu caminar
perezoso desde más allá de donde nuestras mentes podían imaginar e intuir, pero
que cada verano nos empeñábamos en descubrir, el origen de tu misterio. Caminos
que ya nadie recorre ante el paseo oficial que la muchedumbre ejercita de
manera rutinaria e indolente, camuflados con sus vestimentas de deportiva
modernidad antiestética, equivocados de pasarela para su lucimiento. Caminos
que se van cubriendo de maleza ante el abandono de sus direcciones, como si no
condujeran a ninguna parte. Qué equivocados están. Son esos caminos los que
permiten conocerte en tu realidad más esencial, los que hacen que muestres tu
verdadera dimensión, aún cuando muestran las heridas de la mutilación ejercida
por la barbarie desarrollista que atentó contra tu esencia natural,
imponiéndote una urbanización que no pediste nunca, convirtiéndote en algunos
de tus tramos en un muestrario publicista de jardín: tu hermano domesticado.
Hoy he vuelto a ti para rendirte
cuentas. No tengo porque hacerlo, ni siquiera estaba programado, pero la
soledad de estas primerizas horas de la mañana, el silencio compartido con tu
rumoroso discurrir, me empujan a ello. Probablemente algún día, en aquellos
vagabundeos por tus dominios, te lo prometí en compensación ante tanta
molestia, no lo sé. En cualquier caso, es como si me lo exigiera a mí mismo,
como que algo me incitara a hacerlo. Qué más da, ¿acaso nos podemos engañar?
Nos conocemos lo suficiente después de tantos años y no cabe la simulación pueril
de lo contrario a lo que fuimos, somos y seremos. Los dos. Déjame que descanse,
que me siente junto a tus orillas, aunque tus aguas ya no sean las mismas,
tampoco lo son ya mis ojos, y enfrentémonos ante corriente.
¿Recuerdas tú los sueños contados en
el vespertino quehacer de nuestra mutua compañía? Yo no. Entonces, ¿cómo comprender
si de verdad los cumplimos? Hacer balance es difícil cuando se han olvidado los
puntos de partida. En cualquier caso, el hecho cierto es que aquí estamos, como
quizás prometimos. Fuiste testigo de mi paso por la infancia y la adolescencia,
antes de partir hacia otros destinos que erróneamente intuí definitivos. Épocas
de alegría y desilusiones cuando aquellos primeros amores juveniles comenzaban
a aflorar en mi vida. Tú fuiste, muchas
veces, mi confidente de secretos y alcahuete de moradas. Fuera, el sentido de
la vida varió por completo. Se olvida el origen de las cosas que nos
construyeron, que nos moldearon y formaron el concepto de nosotros mismos.
Ahora volvemos cambiados, ya mayores, en primavera, sí, pero camino de nuestro
propio otoño.
Deduzco, por el ágil discurrir de
tus aguas, que me intentas ahorrar tantos desengaños. Tal vez, cuando nos
conocimos te llevaste alguno de los sueños compartidos corriente abajo, primero
al gran río que nos lleva y luego al mar. No me arrepiento, eran sueños
honestos, futuros construidos por la imaginación y la ilusión ignorando las
trabas que toda vida adulta conlleva. Pero, como si fueras el guardián de todos
nosotros, equilibrabas la balanza deslizando algunos de ellos hacia el olvido.
Ahora, sentado aquí en tus orillas, podrías llevarte también las lágrimas de
este tiempo, guardadas hasta este momento de reencuentro para confundirse con
tus aguas. Llévatelas por el mismo camino por el que te llevaste aquellos
sueños hacia el mar. Allí, estoy seguro, se confundirán con todas la lágrimas transportadas
por todas las corrientes líquidas que, como tú, desahogan el alma de los
enamorados en silencio y serán recogidas por otras personas que le darán otra
razón de ser. Allí, estoy seguro, serán de mayor utilidad que aquí, donde nacen
sin razón, o con la razón ya equivocada por la ausencia del amor que las
provocó, ya partido. Allí, estoy seguro, habrá alguien que junte los sueños que
dejé ir y las lágrimas que deje caer y, quizás, sea feliz.
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