miércoles, 1 de mayo de 2013

EL AMOR LÍQUIDO


            Baja caudaloso y despierto el arroyo en esta mañana de primavera. Corretea por las piedras y entre las raíces de los arboles con la juventud de su estación lluviosa y cambiante. Los árboles comienzan a desentumecer sus ramas y su vigor asoma ya pleno por las yemas de sus dedos. Justa compensación por los sinsabores de los pasados fríos tan cercanos, tanto los físicos como los del alma, que dejan lacerados, llagados, heridos, el ánimo y el deseo.
            Pero, hoy he vuelto a ti y no me he encontrado. Caminando por tus sendas, acompañándote, solamente he visto a un muchacho vagar sin rumbo fijo en aquellas tardes apacibles de verano ya lejanas. En aquel tiempo de realidades inciertas, de vidas eternas y horizontes plenos. Descubriendo las incertidumbres vitales que se nos abrían a cada paso enfrentadas a la materialidad de lo cotidiano. Aquellas vacaciones inacabables e inabarcables que nos empujaban a lo desconocido más cercano, tu caminar perezoso desde más allá de donde nuestras mentes podían imaginar e intuir, pero que cada verano nos empeñábamos en descubrir, el origen de tu misterio. Caminos que ya nadie recorre ante el paseo oficial que la muchedumbre ejercita de manera rutinaria e indolente, camuflados con sus vestimentas de deportiva modernidad antiestética, equivocados de pasarela para su lucimiento. Caminos que se van cubriendo de maleza ante el abandono de sus direcciones, como si no condujeran a ninguna parte. Qué equivocados están. Son esos caminos los que permiten conocerte en tu realidad más esencial, los que hacen que muestres tu verdadera dimensión, aún cuando muestran las heridas de la mutilación ejercida por la barbarie desarrollista que atentó contra tu esencia natural, imponiéndote una urbanización que no pediste nunca, convirtiéndote en algunos de tus tramos en un muestrario publicista de jardín: tu hermano domesticado.  
            Hoy he vuelto a ti para rendirte cuentas. No tengo porque hacerlo, ni siquiera estaba programado, pero la soledad de estas primerizas horas de la mañana, el silencio compartido con tu rumoroso discurrir, me empujan a ello. Probablemente algún día, en aquellos vagabundeos por tus dominios, te lo prometí en compensación ante tanta molestia, no lo sé. En cualquier caso, es como si me lo exigiera a mí mismo, como que algo me incitara a hacerlo. Qué más da, ¿acaso nos podemos engañar? Nos conocemos lo suficiente después de tantos años y no cabe la simulación pueril de lo contrario a lo que fuimos, somos y seremos. Los dos. Déjame que descanse, que me siente junto a tus orillas, aunque tus aguas ya no sean las mismas, tampoco lo son ya mis ojos, y enfrentémonos ante corriente.
            ¿Recuerdas tú los sueños contados en el vespertino quehacer de nuestra mutua compañía? Yo no. Entonces, ¿cómo comprender si de verdad los cumplimos? Hacer balance es difícil cuando se han olvidado los puntos de partida. En cualquier caso, el hecho cierto es que aquí estamos, como quizás prometimos. Fuiste testigo de mi paso por la infancia y la adolescencia, antes de partir hacia otros destinos que erróneamente intuí definitivos. Épocas de alegría y desilusiones cuando aquellos primeros amores juveniles comenzaban a aflorar en mi vida.  Tú fuiste, muchas veces, mi confidente de secretos y alcahuete de moradas. Fuera, el sentido de la vida varió por completo. Se olvida el origen de las cosas que nos construyeron, que nos moldearon y formaron el concepto de nosotros mismos. Ahora volvemos cambiados, ya mayores, en primavera, sí, pero camino de nuestro propio otoño.
            Deduzco, por el ágil discurrir de tus aguas, que me intentas ahorrar tantos desengaños. Tal vez, cuando nos conocimos te llevaste alguno de los sueños compartidos corriente abajo, primero al gran río que nos lleva y luego al mar. No me arrepiento, eran sueños honestos, futuros construidos por la imaginación y la ilusión ignorando las trabas que toda vida adulta conlleva. Pero, como si fueras el guardián de todos nosotros, equilibrabas la balanza deslizando algunos de ellos hacia el olvido. Ahora, sentado aquí en tus orillas, podrías llevarte también las lágrimas de este tiempo, guardadas hasta este momento de reencuentro para confundirse con tus aguas. Llévatelas por el mismo camino por el que te llevaste aquellos sueños hacia el mar. Allí, estoy seguro, se confundirán con todas la lágrimas transportadas por todas las corrientes líquidas que, como tú, desahogan el alma de los enamorados en silencio y serán recogidas por otras personas que le darán otra razón de ser. Allí, estoy seguro, serán de mayor utilidad que aquí, donde nacen sin razón, o con la razón ya equivocada por la ausencia del amor que las provocó, ya partido. Allí, estoy seguro, habrá alguien que junte los sueños que dejé ir y las lágrimas que deje caer y, quizás, sea feliz.                     

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