¿Truco o trato?, me preguntan
unos niños disfrazados que han llamado a mi puerta. ¡Don Juan Tenorio! respondo
yo, en pose suficiente y con voz atronadora, dibujándoseles en la cara, a
partes iguales, expresiones de incredulidad e ignorancia sobre mi conato de
interpretación, para ellos locura, que hace entristecer mi ánimo. Ese que ama
el teatro y a los clásicos, el mundo de la interpretación y del conocimiento
intelectual. Ante mi respuesta, los niños se dan media vuelta y desandan el
camino recorrido hasta mi casa, supongo que entre maldiciones hacia mi persona
ante la sorpresa recibida. En formación de Santa Compaña, sus variados
disfraces de piratas, diablos, hadas, etc, carnavalean en dirección a otra casa
más acorde con su espíritu halloweniano, donde sus moradores habiten la Zamora
que conocemos, pero que vivan más acordes con el más puro estilo de vida de
Connecticut.
Y es que no tengo el mayor apego
ni cercanía con una fiesta importada desde el más allá, nunca mejor dicho, y
que pertenece al bagaje cultural de un país que no es el mío. Respeto sus
tradiciones, pero no son las mías y, por supuesto, éstas últimas no podrán ser
nunca sustituidas por algo tan ajeno a mi raíz. La colonización cultural a la
que hemos sido sometidos por el mundo anglosajón, especialmente el
norteamericano, vía televisión y su mercadotecnia, es inversamente proporcional
a una apreciable vergüenza por nuestra cultura y su contenido, aceptando unas
veces sin reparos lo que nos viene de fuera y otras disculpándonos por nuestra
forma de ver la vida, como si su manifestación pública fuera antigua y pasada
de moda. Dando por cierto que para ir con el tiempo que nos marcan los países
que rigen el mundo, debiéramos parecernos a ellos. Así caemos a menudo en una
orgía de internacionalismo barato que olvida la esencia del origen ancestral
del que provenimos. Un paso más en la implantación del pensamiento único, de la
uniformidad sin personalidad. Viendo el mundo bajo el prisma impuesto por la
cultura dominante con gafas de una sola graduación, aunque con bastante
colaboración nuestra.
Hemos sustituido el bocadillo de
chorizo o jamón por hamburguesas y perritos calientes, a Don Juan Tenorio y
Doña Inés por brujas y zombis, celebramos la fiesta de la cerveza como si
hubiéramos nacido en Baviera y fuéramos altos y rubios y, a este paso, nos
vemos celebrando el día de acción de gracias y el 4 de julio. Aceptamos a Papa
Noel o Santa Claus en lugar de los Reyes Magos, bien es verdad que estos llegan
el día anterior a ir a la escuela, pero con cambiar el día nos bastaría.
Asistimos con fervor casi religioso al concierto de año nuevo en Viena, como
verdaderos ciudadanos austriacos, cuando la realidad es que vemos desde muy
lejos la música clásica. Cuando si nos paramos a pensar y nos fijamos un poco, lo
primeramente dicho forma parte de nuestra vida, la que nos ha hecho ser como
somos, ni mejor ni peor. Hasta en el baile tradicional se coreografían los
bailes de nuestros mayores para que encajen en una supuesta forma de ver el
folclore más vendible al público, pero más impostora. Aunque, en un nivel más
local, cuando ves en algunos pueblos de nuestra tierra como visten de
sevillanas a la niñas en las fiestas patronales, te das cuenta de que el
absurdo empieza por nosotros mismos.
Y lo peor de todo es que es un
problema educacional, que empieza en el colegio. En estos días pasados, los
niños han realizado múltiples y variadas fiestas de Halloween en las aulas, comenzando
sin querer a forjarse en ellos la idea de que todo ello forma parte del calendario
emocional con el que crecen. Salen a la calle en busca de caramelos como si
fueran de Connecticut y decoran calabazas al más puro estilo de Wisconsin. Al
final, acaban aceptando como suyos patrones de comportamiento y cánones
sociales que no pertenecen a la cultura de su tierra y destierran por extraños
los que realmente les corresponden por nacimiento. Patrones y cánones
pertenecientes a una historia de más de dos mil años suplantados por una
cultura nacida, como quien dice, la semana pasada. Respetable, pero la semana
pasada.
¿Aceptarían los estadounidenses
sustituir sus disfraces de personajes varios y su truco o trato por los
personajes de la obra de José Zorrilla, los buñuelos y los huesos de santo?
¿Alguien ha ido a Connecticut y se ha encontrado con esta situación? La
proposición encontraría el rechazo lógico de quien no entiende porque tiene que
adjurar de lo suyo, mientras que por el contrario, aquí lo hacemos con gran
alegría y regocijo.
Sería más lógico que en estos
días los lugares de ocio se decoraran con motivos donjuanescos, que la gente
saliera vestida con la ropa de los personajes descritos en la obra de José
Zorrilla: Don Juan, Doña Inés, Don Gonzalo, el Comendador, Don Luis Mejía, etc.
Serviría de estímulo para que los niños se interesaran y se acercaran, como en
un juego, a la historia y a la literatura que les pertenece: El Burlador de
Sevilla, de Tirso de Molina, de la que el Don Juan bebe, Don Álvaro o la fuerza
del sino, del Duque de Rivas, Gonzalo Torrente Ballester y su Don Juan. E
incluso, literatura extranjera que se acerca también al mito como la ópera Don
Giovanni, Casanova y Romeo y Julieta, en su similitud con la muerte de los
amantes. Algo propio, nuestro y con el mismo nivel de apego al origen que el
formato del carnaval de Venecia. ¿Alguien ha visto a la abeja Maya en dicho Carnaval?
Pues eso.
Y para no cansar a vuestras
mercedes ya termino. Y boto a bríos que nada de truco o trato. Y como el
Comendador dijo: “Aquí me tienes, Don Juan, y he aquí que vienen conmigo los
que tu eterno castigo de Dios reclamando están”.
Llamé al cielo y no me oyó
ResponderEliminary pues sus puertas me cierra
de mis pasos en la tierra
responda el cielo y no yó.
Yó tambien soy muy tradicional e intento disfrutar de todos los momentos típicos de cada estación.Seguro que a los americanos les encantan nuestros buñuelos,y sino mira que les pasa con el jamón.
Un beso.