miércoles, 7 de noviembre de 2012

YO NO SOY DE CONNECTICUT. ¿Y TÚ?


¿Truco o trato?, me preguntan unos niños disfrazados que han llamado a mi puerta. ¡Don Juan Tenorio! respondo yo, en pose suficiente y con voz atronadora, dibujándoseles en la cara, a partes iguales, expresiones de incredulidad e ignorancia sobre mi conato de interpretación, para ellos locura, que hace entristecer mi ánimo. Ese que ama el teatro y a los clásicos, el mundo de la interpretación y del conocimiento intelectual. Ante mi respuesta, los niños se dan media vuelta y desandan el camino recorrido hasta mi casa, supongo que entre maldiciones hacia mi persona ante la sorpresa recibida. En formación de Santa Compaña, sus variados disfraces de piratas, diablos, hadas, etc, carnavalean en dirección a otra casa más acorde con su espíritu halloweniano, donde sus moradores habiten la Zamora que conocemos, pero que vivan más acordes con el más puro estilo de vida de Connecticut.
Y es que no tengo el mayor apego ni cercanía con una fiesta importada desde el más allá, nunca mejor dicho, y que pertenece al bagaje cultural de un país que no es el mío. Respeto sus tradiciones, pero no son las mías y, por supuesto, éstas últimas no podrán ser nunca sustituidas por algo tan ajeno a mi raíz. La colonización cultural a la que hemos sido sometidos por el mundo anglosajón, especialmente el norteamericano, vía televisión y su mercadotecnia, es inversamente proporcional a una apreciable vergüenza por nuestra cultura y su contenido, aceptando unas veces sin reparos lo que nos viene de fuera y otras disculpándonos por nuestra forma de ver la vida, como si su manifestación pública fuera antigua y pasada de moda. Dando por cierto que para ir con el tiempo que nos marcan los países que rigen el mundo, debiéramos parecernos a ellos. Así caemos a menudo en una orgía de internacionalismo barato que olvida la esencia del origen ancestral del que provenimos. Un paso más en la implantación del pensamiento único, de la uniformidad sin personalidad. Viendo el mundo bajo el prisma impuesto por la cultura dominante con gafas de una sola graduación, aunque con bastante colaboración nuestra.
Hemos sustituido el bocadillo de chorizo o jamón por hamburguesas y perritos calientes, a Don Juan Tenorio y Doña Inés por brujas y zombis, celebramos la fiesta de la cerveza como si hubiéramos nacido en Baviera y fuéramos altos y rubios y, a este paso, nos vemos celebrando el día de acción de gracias y el 4 de julio. Aceptamos a Papa Noel o Santa Claus en lugar de los Reyes Magos, bien es verdad que estos llegan el día anterior a ir a la escuela, pero con cambiar el día nos bastaría. Asistimos con fervor casi religioso al concierto de año nuevo en Viena, como verdaderos ciudadanos austriacos, cuando la realidad es que vemos desde muy lejos la música clásica. Cuando si nos paramos a pensar y nos fijamos un poco, lo primeramente dicho forma parte de nuestra vida, la que nos ha hecho ser como somos, ni mejor ni peor. Hasta en el baile tradicional se coreografían los bailes de nuestros mayores para que encajen en una supuesta forma de ver el folclore más vendible al público, pero más impostora. Aunque, en un nivel más local, cuando ves en algunos pueblos de nuestra tierra como visten de sevillanas a la niñas en las fiestas patronales, te das cuenta de que el absurdo empieza por nosotros mismos.   
Y lo peor de todo es que es un problema educacional, que empieza en el colegio. En estos días pasados, los niños han realizado múltiples y variadas fiestas de Halloween en las aulas, comenzando sin querer a forjarse en ellos la idea de que todo ello forma parte del calendario emocional con el que crecen. Salen a la calle en busca de caramelos como si fueran de Connecticut y decoran calabazas al más puro estilo de Wisconsin. Al final, acaban aceptando como suyos patrones de comportamiento y cánones sociales que no pertenecen a la cultura de su tierra y destierran por extraños los que realmente les corresponden por nacimiento. Patrones y cánones pertenecientes a una historia de más de dos mil años suplantados por una cultura nacida, como quien dice, la semana pasada. Respetable, pero la semana pasada.
¿Aceptarían los estadounidenses sustituir sus disfraces de personajes varios y su truco o trato por los personajes de la obra de José Zorrilla, los buñuelos y los huesos de santo? ¿Alguien ha ido a Connecticut y se ha encontrado con esta situación? La proposición encontraría el rechazo lógico de quien no entiende porque tiene que adjurar de lo suyo, mientras que por el contrario, aquí lo hacemos con gran alegría y regocijo.
Sería más lógico que en estos días los lugares de ocio se decoraran con motivos donjuanescos, que la gente saliera vestida con la ropa de los personajes descritos en la obra de José Zorrilla: Don Juan, Doña Inés, Don Gonzalo, el Comendador, Don Luis Mejía, etc. Serviría de estímulo para que los niños se interesaran y se acercaran, como en un juego, a la historia y a la literatura que les pertenece: El Burlador de Sevilla, de Tirso de Molina, de la que el Don Juan bebe, Don Álvaro o la fuerza del sino, del Duque de Rivas, Gonzalo Torrente Ballester y su Don Juan. E incluso, literatura extranjera que se acerca también al mito como la ópera Don Giovanni, Casanova y Romeo y Julieta, en su similitud con la muerte de los amantes. Algo propio, nuestro y con el mismo nivel de apego al origen que el formato del carnaval de Venecia. ¿Alguien ha visto a la abeja Maya en dicho Carnaval? Pues eso.
Y para no cansar a vuestras mercedes ya termino. Y boto a bríos que nada de truco o trato. Y como el Comendador dijo: “Aquí me tienes, Don Juan, y he aquí que vienen conmigo los que tu eterno castigo de Dios reclamando están”.

1 comentario:

  1. Llamé al cielo y no me oyó
    y pues sus puertas me cierra
    de mis pasos en la tierra
    responda el cielo y no yó.
    Yó tambien soy muy tradicional e intento disfrutar de todos los momentos típicos de cada estación.Seguro que a los americanos les encantan nuestros buñuelos,y sino mira que les pasa con el jamón.
    Un beso.

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