No recuerdo bien si fue el genial humorista Quino o, su
alter ego, Mafalda, el responsable de la frase: “no hay que decir siempre lo
que se piensa, pero si pensar todo lo que se dice”. Quizás fue otra persona o
personaje y me estoy confundiendo, pero no importa, el hecho en sí no cambia.
Me ha venido a la cabeza la frase, supongo que porque la habré leído u oído
hace poco, al leer las últimas declaraciones sobre la huelga general del catorce
de noviembre de la expresidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre,
ejemplo de cómo se puede llegar a la política sin pensamiento político alguno,
salvo, quizás, por algunos apuntes subidos al Rincón del Vago por algún
estudiante de botellón. El nivel político medio es tan mediocre que hace que
personajes con esta morfología populista y con este escaso bagaje alcancen
puestos de responsabilidad, inundando el órgano político al que representan, en
este caso representaba, del tufillo a algodón de azúcar y churros requemados de
una verbena. Todo muy rancio y cañí.
Sus
manifestaciones a favor de la prohibición del derecho a la huelga, recogido en
la Constitución Española, se alinean claramente en consonancia con la mejor
tradición de las corrientes políticas autoritarias, tanto de derechas como de
izquierdas, que dieron lugar a regímenes totalitarios, donde los trabajadores fueron
despojados de sus derechos básicos en favor de las clases sociales
económicamente pudientes, que, en la mayoría de los casos, se solapaban con la
clase política dirigente. Una política de compadreo y favores indigna y vergonzosa.
Por otra parte, sus manifestaciones ponen al descubierto lo difícil que ha
tenido que ser, para esta derecha mandril, ponerse el traje democrático después
de tantos años de dictadura y estar conteniendo la respiración y metiendo el estómago
para que a dicho traje no se le rompan las costuras. Aunque en ocasiones como
ésta le haya sido imposible. La cabra siempre tira al monte y el búfalo cafre
ataca siempre sin sentido alguno.
Sin embargo,
no es el objeto de esta entrada hablar de su pensamiento político sino de su
puesta en escena, que supone una mezcla entre el vodevil más gañán y el absurdo
carpetovetónico. Hace unas semanas repusieron en Televisión Española la película
de José Luis Cuerda, Total, primera
parte de la trilogía que forma con Amanece que no es poco y Así en la tierra
como en el cielo. En la película nos cuenta el director como nos encontramos en
el Londres del año 2.598, con la peculiaridad de que este Londres es un pueblo
de Soria. En él las casas se derrumban sin razón aparente ante la indiferencia
de los lugareños, existe una escuela donde se reproduce la batalla entre la
enseñanza reglada y la escuela de la vida, es decir, a tortas, y un rebaño de
ovejas y otro de vacas que representan las diferentes filosofías vitales de sus
habitantes.
El personaje de Agustín González,
pastor de ovejas, nos cuenta cómo sucedió la gran catástrofe del fin del mundo
y nos presenta a los demás convecinos. Hay una señora, la mujer del alcalde,
que se aparece a su antojo y trata de curar a un ciego para hacer negocio con
la venida de los peregrinos al pueblo. El hijo de González, niño en edad
escolar, da un estirón tan grande que cumple de repente más de 60 años. La
madre, solidaria, envejece tan rápido, que muere en seguida. El niño,
deprimido, se convierte en un delincuente juvenil. Las vacas quieren entrar a
la escuela y, como el maestro no les deja, su pastora trata de enseñarles la
tabla de multiplicar en el establo. Un retrato surrealista sobre la sociedad y
sobre el hecho de que, independientemente del lugar que se escoja, el absurdo
es el mismo.
Y es aquí donde se produce la
conexión, la terrible conexión: la política y el ejercicio de la misma de Dña.
Esperanza Aguirre es perfectamente encajable en el sentido de la película y
ésta no sufriría ninguna merma en el surrealismo que la recorre si
incorporásemos sus imágenes públicas al metraje y sus manifestaciones a los
diálogos. Su personaje estaría perfectamente justificado precisamente por el
advenimiento de fin del mundo, formaría la causa y el resultado del mismo y sería
un elemento más dentro del absurdo general al que enriquecería.
Pongamos en valor su
incontinencia verbal irracional, descabellada y necia, antes de que sus
palabras se pierdan por las alcantarillas y desagües de la estupidez. La suya.
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