Después
de una semana de la huelga general del 14 M y con la perspectiva que da el
tiempo, solamente cabe preguntarse: “¿y ahora qué?”. Los motivos que causaron
la protesta y la masiva salida a la calle de miles ciudadanos con el objetivo
de hacer llegar a los políticos su mensaje de oposición, quedaron prontamente
diluidos ante las posteriores manifestaciones de los principales ministros del
gobierno. En un alarde sin precedentes de insensibilidad democrática, se han
apresurado a hacer llegar a los medios de comunicación su dogmático
convencimiento en su propuesta económica para salir de la crisis, aunque las
medidas de su propuesta supongan la exclusión de miles de ciudadanos del tejido
productivo y, lo que es más importante, de la sociedad, convirtiéndolos en
ciudadanos de segunda sin el menor atisbo de nuevas oportunidades a corto y
medio plazo.
Una
huelga general que nació disminuida precisamente por la tremenda situación de
precariedad laboral de los trabajadores, gracias a la última reforma laboral
del gobierno, y a las presiones patronales en dicho sentido. Trabajadores que
temen perder su empleo si acuden a la huelga, sondeos más o menos explícitos
sobre la opción a tomar ese día, etc, hacen que disminuya el número de
trabajadores que optan por no acudir a sus trabajos aún estando de acuerdo con
la convocatoria de las movilizaciones. De esta manera queda cercenado en gran
medida uno de los derechos recogidos en la Constitución Española, como es el
derecho a la huelga. No hace falta suprimirlo o regularlo a la baja como
solicitan o exigen los miembros más recalcitrantes de la derecha española y su
perrito faldero, la patronal, según el nivel de totalitarismo con el que hayan
sido “educados”, sino que dicho derecho se coarta a si mismo en la medida que
el miedo y el temor a perder el trabajo, con sus consecuencias sociales, se
cuela en la misma estructura proletaria del trabajador. Un reflejo de todo esto
queda patente en la diferencia entre el porcentaje de seguimiento de la huelga
general y el porcentaje de ciudadanos que acudieron a las manifestaciones
celebradas en la tarde de dicha jornada.
Y
las perspectivas no son nada halagüeñas. Las manifestaciones del ministro de
Economía Luis de Guindos sobre el cumplimiento del objetivo del déficit público
como cuestión innegociable, en contestación a las palabras del presidente del
gobierno sobre la bajada del i.r.p.f. en el horizonte del 2.014, ponen al
descubierto el estado de sordera con el que actúan nuestros dirigentes, más
atentos a lo que le dictan desde fuera que a lo que le piden sus ciudadanos. Medidas
de ajuste ultraconservadoras que ponen en cuestión el estado del bienestar y el
futuro de los países afectados, como ya antes llevaron a la ruina y a un largo
proceso de recuperación lento y doloroso a los países que solicitaron ayuda al
Fondo Monetario Internacional o al Banco Mundial, los verdaderos instigadores
de este tipo de asesinato económico. Lo curioso de este tipo de teorías
económicas es que siempre, por defecto, excluye del sacrificio a las clases más
pudientes, a las grandes fortunas y al entramado financiero que en la mayoría
de los casos originó todo el derrumbe económico y social.
La cuestión es si vamos a ser capaces de
quitarnos esta camisa de fuerza con la que los poderes económicos nos han
maniatado con la complacencia de los políticos a su servicio o seguiremos
aguantado con la resignación propia del indolente. Hasta ahora esto ha sido
así. Según relata el periodista Alberto Senante en el periódico digital periodismohumano.com,
la situación sería esta: “dormir en el salón de un familiar, o pagar el
alquiler gracias a la ayuda que te prestan. Tomar un aperitivo gracias a que
invitan los amigos, o evitar un desalojo con la ayuda de desconocidos son
situaciones frecuentes tras más de 4 años de crisis económica en España. Cada
vez son más familias sin ningún tipo de ingreso y cada vez menos recursos de
protección social, familiares, amigos y asociaciones se convierten en el bote
salvavidas al que muchos han tenido que aferrarse”.
Lo que queda fuera de
toda duda, a pesar de que la huelga haya tenido un relativo éxito, es que resulta
más productiva una movilización continua de los ciudadanos. Adoptar una
posición radical civilizada que no de tregua a los que accedieron al gobierno
con mentiras e incumpliendo el contrato social que, en democracia, se establece
entre el programa electoral y el voto ciudadano. Como se demostró en la
primavera de los países árabes, sus intentos de prohibir, maniatar a la opinión
pública y manipular la información chocan con el activismo colectivo de las
redes sociales, verdaderos motores de las movilizaciones en el siglo XXI y
vehículos idóneos para superar los intentos de censura de los medios afines al
poder. Hay que tener en cuenta que solamente se irán, o cambiarán su política
económica en favor de los más débiles, cosa esta harto improbable, si somos
capaces de darles una patada en el culo de sus ideas y demostrarles que no todo
vale en política para mantener el poder. Porque quién comparó una catástrofe
medioambiental de grandes proporciones como la del Prestige con unos hilillos
de plastilina no está preparado ni puede tener una visión proporcional y
verdadera del daño que está causando su maldita, perversa y reprobable forma de
gobernar.
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